Nadie quiere una guerra entre Siria y Turquía, y todo el mundo hace votos para que la sucesión de incidentes fronterizos no degenere en un enfrentamiento abierto. Sin embargo, la lógica de los acontecimientos va en dirección contraria. Un error por parte de alguno de los muchos implicados en el conflicto podría desencadenar lo que hasta el momento es solo una pesadilla.
La chispa puede saltar en cualquier sitio y por cualquier circunstancia, pero hay un lugar, junto a la aldea de Kara Kozak, que, en medio de esta convulsión y como se suele decir, reúne la doble fatalidad de estar en el peor sitio y en el peor momento.
Se trata del Mausoleo del Sah Suleyman, abuelo de Othmán (u Osmán) El Grande, fundador del Imperio Otomano, del que toma el nombre. Este santuario, de gran valor simbólico para todos los turcos, y los casi 9.000 metros cuadrados que lo rodean (aproximadamente como un campo de fútbol) forman el único enclave de Turquía fuera de sus fronteras reconocido por el derecho internacional. Como tal territorio turco, cuenta con su correspondiente guarnición militar, sobre él ondea la bandera nacional y una guardia de honor vigila permanentemente la entrada a la tumba.
La historia de este lugar se remonta a comienzos del siglo XIII, cuando Suleyman conducía una tribu de etnia turca en busca de un nuevo y definitivo asentamiento tras haber sido expulsada por los mongoles de Asia Central. Según la tradición histórica, Suleyman se ahogó al cruzar el Eúfrates y fue enterrado junto a Qalaat Jabar, una fortaleza que dominaba esta cuenca fluvial.
Después, su hijo, Ertogrul, continuaría la marcha hacia el norte, terminando por asentarse en la actual Turquía, donde su hijo Othmán fundaría el mayor imperio musulmán hasta la I Guerra Mundial, en la que fue derrotado junto a sus aliados austro-húngaros por Francia e Inglaterra.
La desintegración del imperio dio paso al surgimiento de la actual República de Turquía al amparo de varios acuerdos internacionales, entre ellos el denominado Tratado de Ankara (1921), firmado por la Asamblea Nacional Turca y Francia, potencia administradora de Siria.
Las victoria de Ataturk en la llamada “guerra de liberación” que sucedió a la Gran Guerra le permitió imponer a los aliados sus condiciones, entre ellas mantener como territorio nacional el Castillo de Jabar y la tumba de Suleyman, tal y como estipula el artículo 9 del tratado, que fue ratificado por Siria cuando alcanzó la independencia en 1944. En 1973, la construcción de un pantano inundó parcialmente el enclave, convirtiendo el castillo prácticamente en una isla. Entonces, Ankara y Damasco acordaron trasladarlo río arriba, junto a Kara Kozak, también en la ribera del Eúfrates. Allí se trasladó la guarnición, que es reemplazada y abastecida periódicamente por una unidad del Ejército turco acantonada al sur de Urfa.
La guarnición turca, apenas compuesta por una docena de soldados, se encuentra en una situación extremadamente comprometida; se podría decir que en el ojo del huracán.
A apenas cien kilómetros al oeste tiene Alepo, donde los rebeldes, que claman por la entrada de Turquía en la guerra, combaten abiertamente con las fuerzas gubernamentales.
Al suroeste, próxima a Qalaat Jabar, Raqqa, ciudad siria que se mantiene fiel a Bachar al Asad y desde la que el Ejército sirio lanza operaciones contra los rebeldes, como ocurrió con el bombardeo que terminó alcanzando la ciudad turca de Akçakale.
Por último, esta región estaría dentro de la autonomía que reclaman los kurdos, en la que actúan las Unidades Populares de Defensa, opuestas a la presencia del Ejército turco. Por ejemplo, a solo unos kilómetros se encuentra Kobani, una de las principales localidades controladas por las fuerzas kurdas.
El temor a que alguien, con el inconfesable objetivo de implicar al Ejército turco en el conflicto, atacara esta pequeña guarnición planea como una amenaza sobre la crisis de Siria. El propio primer ministro Tayip Erdogán se ha visto obligado a advertir de las consecuencias que implicaría tal acción. La hipotética muerte, apresamiento de estos soldados y mucho más la destrucción del emblemático mausoleo, no dejaría al Gobierno otra opción que invadir Siria, echando mano de la autorización aprobada en ese sentido por el Parlamento.
Desde el punto de vista estratégico, resultaría incomprensible que Turquía no aprovechara la ocasión para que sus aliados del Ejército Libre consolidaran sus posiciones en la zona situada entre Kobani y la Yazira, una franja de terreno donde la población kurda no es mayoritaria. De esta forma, el territorio de la hipotética autonomía kurda quedaría partido en dos y el proyecto de darle una continuidad desde la frontera iraquí hasta la provincia mediterránea de Hatay quedaría abortado.