MUJER / La escritora canadiense Margaret Atwood se introduce en el debate de Me Too
¿Soy una buena feminista?
La escritora canadiense Margaret Atwood, a quien se deben cuentos, novelas, ensayos y críticas literarias de excelente calidad, recomiendo encarecidamente sus relatos en los que es una maestra del género, ha causado cierta polémica en las inquietantes aguas de los debates promovidos por el movimiento Me Too por la publicación de un artículo titulado “¿Soy una buena feminista?”, donde la escritora da donde más duele, en otorgar categoría moral de turba a ciertos fanatismos surgidos de dicho movimiento por su radicalismo puritano y, sobre todo, ahí está el meollo de la cuestión por comportarse en la Red con ánimo de linchamiento sin atenerse a las leyes y, más aún, por juzgar a las personas antes de que haya un pronunciamiento judicial. Basta con que alguien acuse a un hombre de haber ejercido acoso sexual para que éste sea inmediatamente anatematizado. Califica esta actitud de producto debido a un “sistema judicial roto”.
Para Atwood esta disposición le recuerda a la justicia ejercida antes de la Revolución Francesa donde campeaba por sus respetos una corrupción sin límites entre los jueces de la Corona porque se ejerce, ahora como entonces, una condena previa debido a causas espurias. Las causas son comprensibles y tremendas: muchas mujeres víctimas de abusos sexuales, al ver que es inútil muchas veces recurrir a las instituciones optan por contar su caso en la Red y es entonces cuando muchas veces se produce esta actitud, amparada por la falta de responsabilidad real que otorgan las redes sociales: al fin y al cabo nadie te pide cuentas y, las más de las veces, el anonimato hace las veces de ocultamiento como en los fenómenos de masas, Canetti dixit, la propia fuerza de la misma, que permite cualquier tropelía.
La escritora siempre fue una autora muy respetada pero se ha hecho muy popular porque El relato de la doncella ha sido la base de una serie televisiva de enorme éxito
Ni que decir que el artículo de Margaret Atwood ha producido un revuelo tremendo hasta el punto de que muchos se han preguntado si se está llegando a una fractura en el movimiento feminista, sobre todo a raíz de la contestación en forma de manifiesto que algunas escritoras francesas dirigieron a las Me Too y donde se encontraba la actriz Catherine Deneuve que posteriormente se desdijo de algunas opiniones sostenidas por las firmantes del manifiesto en cuestión, sobre todo de Catherine Millet. La escritora canadiense fue siempre una autora muy respetada por la calidad de su obra narrativa pero sólo alcanzó la fama debido a que una novela suya, El relato de la doncella, ha sido la base de una serie televisiva de enorme éxito. Es por eso que la opinión de Atwood es tan valiosa para muchos y terrible para otros: de no ser por la serie de televisión lo que una escritora opinase era infinitesimal comparado con los juicios de una famosa televisiva como Oprah Winfrie, por no hablar de actrices como Meryl Strep, que adoptan el aire de leyendas que definen una etapa del cine. Ahora las tornas, gracias a la televisión, no son tan claras. Lo único que no varía es la fama, sea ésta adquirida de una manera u otra.
Para las feministas la feminidad era la proyección del deseo sexual masculino, mientras que para las posfeministas lo del sexo tenía más que ver con la liberación
Pero lo cierto es que el movimiento feminista siempre fue abierto a controversias agrias y debates intensos. Y lo que ahora se debate por la actitud del movimiento Me Too parece estar calcado de los debates habidos en los setenta y ochenta dentro del seno del feminismo. En los setenta se otorgaba un estatus ideológico extremo al concepto de soberanía de la mujer y que pasaba por encima de los casos concretos, reales de las mujeres en favor de una ideología basada en actitudes políticas de izquierda. En los ochenta, con el surgimiento de los movimientos posfeministas y que coinciden con un agotamiento del modelo único de los partidos de izquierdas, esa unanimidad de género se vio socavada por el concepto de que ser mujer era algo que se construía individualmente. Y se produjo, como era de esperar, el agrio debate entre feministas y posfeministas en torno a cómo había que comportarse ante la sexualidad. Para las feministas de “toda la vida” eso de la feminidad era proyección del deseo sexual masculino, mientras que para las posfeministas lo del sexo tenía más que ver con la liberación real de los tabúes y daba opción a que cada una se labrase su propia idea de la misma. El hombre, por ende, dejó de ser mero objeto de sospecha por el sólo hecho de ser hombre y pasó a ser sospechoso sólo si se comportaba de manera manifiestamente machista.
El “Manifiesto de las Cien” no ha hecho más que avivar un debate habido hace treinta años y que adoptaba la actitud de un tigre dormido. Por ejemplo, cuando se refiere a casos concretos, la demonización del hombre en general y el marcado clasismo de las Me Too, mujeres de clase alta y de enormes recursos, las firmantes en torno a Catherine Millet parecen tener razón. Sin embargo en la denuncia de puritanismo parece evidente que se objeta esa actitud en cuestiones sexuales y no en las raciales. Estas objeciones al Manifiesto no ha partido de las componentes de Me Too sino de Caroline De Haas, otra intelectual francesa. Desde luego hay que reconocer que, en cuanto puede, París no ceja en su empeño de ser el centro de los debates culturales. Ay, esa nostalgia del 68.
Asistimos a la consumación de la sociedad como estado de opinión que hace que por miedo al boicot social en las redes uno vea mermada su carrera
Y ahora Margaret Atwood publica en el canadiense “Globe and Mail”, de Toronto, este artículo metiéndose con la justicia derivada de una marea populista donde se merman los derechos fundamentales de un individuo antes de que sea juzgado, es decir, asistimos a la consumación de la sociedad como estado de opinión que hace que por miedo al boicot social en las redes uno vea mermada su carrera. La justicia es lenta, el dinero todo lo contrario, se dice. Debido a estas acertadas objeciones muchos piensan que el movimiento Me Too debería afinar más sus críticas porque sus torpezas puede hacer que sus virtudes, el hacer visible en los medios esa condición de abusada, se de un poco al traste y caiga en una simple moda. Como de hecho me temo suceda.
Lúcida Margaret Atwood.