El escándalo anual del Toro de la Vega, en Tordesillas (Valladolid), recuerda cada final de verano lo salvajes que podemos ser en España, haciendo honor a esa tan tradicional descripción del territorio como “piel de toro”. Tan tradicional, sí, como esa sangrienta celebración viejocastellana que a unos horroriza, a otros sorprende, a algunos más reafirma en sus convicciones y a la mayoría sirve como tema de tertulia y polémica.
Lo del “torovega”, como le llaman allá, ha pasado, una vez más. Pero queda subyacente todo un larguísimo rosario de fiestas en las que, en aras de la conservación de las tradiciones, se torturan animales a lo largo y ancho del territorio estatal. En esto quedan eliminadas las diferencias supuestas o reales que fueron consagradas en el llamado Estado de las Autonomías.
Son cientos en España las salvajadas que sufren los irracionales sometidos a la irracionalidad de supuestos racionales. Y durante todo el año. Apoyándose como único argumento en el mantenimiento de la sacrosanta costumbre, los modernos celtíberos parten con su peso cuellos de gansos en el desarrollado País Vasco, o enloquecen toros colocándoles teas en las astas primordialmente en el Levante mediterráneo, desde la cívica Cataluña hasta los confines de Andalucía, donde figura con gallardetes especiales el toro ensogado de Beas de Segura (Jaén).
Por no hablar de otros lugares donde los gansos son sustituidos por gallinas enterradas hasta el cuello o colgadas de un cordel para ser decapitadas por gallardos jinetes al galope, o del conocidísimo burro de Peropalo de Villanueva de la Vera (Cáceres), por cuyo bienestar llegó a interesarse la mismísima reina Sofía tras las vejaciones de este año. Y así sucesivamente. Todo un detalle.
En algunos lugares se ha moderado la afición maltratadora: en Manganeses de la Polvorosa (Zamora), donde ya no arrojan la cabra desde el campanario. En Lequeitio (Vizcaya) y Ondárrroa (Guipúzcoa), los gansos de los que se cuelgan los mozos para separar cabeza de tronco ya no están vivos, como era lo “tradicional”, sino que ahora son piadosa y previamente sacrificados. No sabemos si también bendecidos por el párroco. En otras fiestas la gracia es menos sangrienta, aunque no menos enloquecedora para el animal, como hacen en Denia (Alicante) echando los toros al mar para que demuestren sus habilidades anfibias.
La relación de hechos luctuosos vinculados al disfrute que supone ver sufrir a un ser vivo puede ocupar bastantes más líneas. Pero no todos ellos son puntuales. Ahí está la que algunos consideran la “fiesta mayor” del Estado y por eso la adjetivan “nacional”, que se desarrolla casi cada día en cientos de localidades desde que la feria taurina de Valdemorillo (Madrid), en enero, es la campana que da salida a ese específico calendario sangriento, que suele terminar por San Lucas, a mediados de octubre, en Jaén.
En el ínterin cientos de astados son sacrificados en público, con crueldad, premeditación y alevosía para disfrute de señoras y señores engalanados para la ocasión, aunque las más de las veces el espectáculo no haga gozar ni a sus propios forofos y entendidos, como reconocen ellos mismos cuando hablan de la “decadencia” de las hemorrágicas sesiones vespertinas que no son populares y cuestan un pico en subsidios en estos tiempos tan desahogados que disfrutamos.
Acostumbramos también a usar al mejor amigo del hombre tal que moquero de papel. Pues así ocurre tan pronto que termina la temporada de caza y miles de galgos fieles van apareciendo ahorcados en los campos, ejecutados por sus amantísimos dueños una vez cumplida su función coadyuvante a matar seres vivos por “deporte” y diversión. O abandonados a su suerte vaya usted a saber dónde, lo cual es un consuelo. Pero esta de la caza es otra historia conexa sobre la que también corren ríos de tinta –los de sangre fluyen hasta que acaba la veda–, mientras la europea España sigue empeñada en defender tradiciones indefendibles.
Gracias por publicar este doloroso artículo que produce tanta vergüenza como ira. La «cívica» Cataluña humilla, tortura y llega a dejar morir, no solamente a los mansos de los «correbous» sino también a los «mejores amigos del hombre», soltados en las cunetas de las carreteras para salir en estampía sin que se les ablande el corazón al ver cómo el fiel amigo les sigue a la carrera hasta dejarse caer, exhausto, en medio del camino, sin una gota de aliento. He visto perras preciosas, de caza, vagabundear como almas en pena, sin atreverse a acercarse a ningún humanoide, ni aún cuando las llamas para ver qué puedes hacer por ellas. A la especie humana le queda un eslabón perdido: el de la sintonía con las otras especies, la empatía. Compartir con ellas, la alegría y el dolor de estar vivos y de esperar la muerte. Vano empeño.
Las tradiciones son peligrosas.
si son laicas,tienden al inmovilismo y la decadencia.
Si son religiosas son simple y llanamente mortales
sera que son parcialmete o en su totalidad un criminal en potencia … poque sostienen la actitud , al parecer tienen la necesidad de mostrar y ejercer poder ante un ser inferior o en desigualdad de posibilidades, hasta ahora no violan mujers por miedo a que les contesten … , por ende son futuros criminales…
ASCO DAS ESPAÑA!
Celine: estás confundiendo el tocino con la velocidad. En lo de los correbous estoy de acuerdo, como no podía ser de otra manera, pero el abandono de perros no es una fiesta y se hace por igual (por desgracia) en todo el territorio de España. Si yo te contara lo que hacen aquí en Andalucía con los perros los «ecologistas» de los cazadores…
japoneses chinos españoles… todo son la misma gente basura…porqueria…. que maltrata a los animales
LOS ANIMALES NO SON IRRACIONALES!! Piensan, sienten, se ayudan y si oueden son amigos y no se discriminan por raza o especie.. A tal ounto que salvan niños, hlmbres y semejantes.. Los irracionales por ser condescendientes, son los animales humanos..que ni a eso llegan!!!