La Seminci de Valladolid estrenó el jueves una película sobre la inmigración desde el istmo centroamericano a Estados Unidos que viene a poner el acento en un asunto que desde hace varios años se ha convertido en un clamor: la responsabilidad de las autoridades de México en la violencia extrema, vejaciones, desapariciones y penalidades sin cuento que sufren los migrantes centroamericanos y sudamericanos en su tránsito por el país hacia Estados Unidos.
Lo común, hasta ahora, era dedicar espacio y tiempo a ilustrar y contar las barbaridades relacionadas o no con los carteles de las drogas que ocurren en el norte mexicano tanto a quienes intentan alcanzar la tierra gringa prometida como a quienes viven en esos estados septentrionales –Chihuahua, Sinaloa, Sonora, Nuevo León, etc–, a merced de las arbitrariedades y vejaciones de policía y ejército de ambos lados de la frontera, carteles mexicanos o traficantes de armas.
“La vida precoz y breve de Sabina Rivas”, dirigida por Luis Mandoki, concursa este año en la Seminci y pone el foco en la frontera sur mexicana, donde ocurre lo mismo que en el norte con características especiales propias, como la acción de las maras (pandillas violentas), pero también con cosas quizá inexplicables como la presencia de oficiales estadounidenses trabajando codo con codo con los mexicanos.
La cinta, basada en la novela La Mara del fallecido Rafael Ramírez Heredia, cuenta el intento de la joven guatemalteca Sabina Rivas por alcanzar su sueño americano desde México y su reencuentro con Jovany, antiguo amor adolescente que pretende entrar en la Mara Salvatrucha.
Alrededor de “esta historia se muestra cómo los verdugos somos los mexicanos frente a nuestros hermanos latinoamericanos. Y muestra todo el engranaje de la opresión y cerrazón frente a seres humanos que están buscando abrirse paso”, acaba de declarar Mandoki tras presentar la película en el Distrito Federal justo antes de viajar a Valladolid para estrenarla oficialmente.
La denuncia del director viene a reafirmar lo que activistas de derechos humanos y curas católicos de base vienen clamando desde hace algunos años: que la acción contra los migrantes centroamericanos de los poderes oficiales mexicanos en su frontera sur es equiparable a la que ejecutan los carteles de la droga y traficantes de armas en la raya norte con Estados Unidos.
Por ejemplo, se puede recordar el gran impacto mediático nacional e internacional que tuvo, en la primavera de 2011, la Caravana por la Paz con Justicia y Dignidad que, encabezada por el poeta Javier Sicilia, recorrió los estados del norte con paradas especiales en los lugares más violentos como Ciudad Juárez y llegó incluso a ser recibida por el presidente Felipe Calderón.
Muy poco tiempo después, durante el verano de 2011, otro cortejo similar encabezado por el cura Alejandro Solalinde –en conflicto con la jerarquía católica– llegó desde el sur hasta el Distrito Federal para exigir mejor trato y atenciones a las decenas de miles de migrantes que entran en México por Guatemala. Poca repercusión tuvo entonces la llegada a la capital del pequeño grupo.
El cura, figura capital de la protección que católicos de base y activistas de derechos humanos dan a los migrantes, tuvo que hacer turismo forzoso en Europa en la pasada primavera pasada por las amenazas de muerte recibidas. Cuando volvió en julio, se encontró con el que el obispo de Tehuantepec, Óscar Armando Campos, pretendía echarlo del albergue Hermanos en el Camino que regentaba desde hace 20 años, acusándolo de afán de protagonismo.
Las autoridades religiosas se sumaban así al ostracismo, cuando no abierta animadversión, que las civiles y militares sienten hacia quienes intentan aliviar los desmanes que sufren los migrantes centroamericanos en territorio mexicano. Por eso será importante la película de Mandoki, porque puede ayudar a que se conozca una cruda realidad que está siendo soslayada oficialmente, y con poca esperanza de solución con la nueva presidencia de Peña Nieto, cree el cura Solalinde.