¿Qué vía de crecimiento propondrán Merkel, Hollande, Monti y Rajoy?

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El economista francés, Serge Latouche, teórico del decrecimiento, en una imagen de agosto de 2011. / Wikipedia

El núcleo duro del euro, esto es Alemania, Francia, Italia y España, se dio cita hace unos días para poner en marcha unas políticas que conjuguen el crecimiento con la austeridad presupuestaria, a despecho de la canciller Angela Merkel pero con la urgencia de evitar el hundimiento de España e Italia, y con ellas de toda la Unión Europea, y el impulso decisivo de la “nueva” Francia del socialista François Hollande.

Sin embargo, los designios del crecimiento, a diferencia de los del “Señor”, no son inescrutables. Admitido como está, y en virtud de la trágica reciente experiencia económica, que el ajuste presupuestario impulsado por el binomio Merkozy no es receta suficiente para iniciar la recuperación económica de la zona euro, parece que estamos en vías de echarnos en brazos sin ningún recato del crecimiento combinado con el recorte, a tenor de lo publicado como anuncio de esa reunión en la que se intentará resideñar una nueva estrategia reanimadora. Un primer aperitivo de esa nueva estrategia, con ausencia de consenso incluida, se sirvió el miércoles y el jueves en Bruselas en la cumbre extraordinaria de los 27.

Si el ajuste, o la “adecuación de las disponibilidades económicas” como se ha dicho, fue el mantra dominante desde la aciaga primavera de 2010, ahora parece que nos encaminamos a una nueva comunión ideológica con la sagrada forma del crecimiento estimulador de la economía, auspiciada desde París, vista como la última tabla de salvación posible en Roma y Madrid, y consideraba como un mal menor poco recomendable desde Berlín.

Lo que está por ver es qué tipo de “moderado crecimiento” se propone bajo el reequilibrio de la dirección económica europea que pretende Hollande. “El debate que se plantea entre austeridad y crecimiento no tiene ningún sentido; el crecimiento requiere de hacer reformas estructurales y de no gastar lo que no se tiene”, dijo Mariano Rajoy el pasado lunes en Chicago, curioso lugar, por otra parte, para hacer declaraciones programáticas no estrictamente liberales.

El quid de la cuestión, a no ser que queramos volver a repetir la historia por ignorar el pasado reciente, es precisamente esas reformas estructurales que pueden garantizar no solamente el ahorro –“no gastar lo que no se tiene”, Rajoy dixit–, sino también la estabilidad y la sostenibilidad a largo plazo.

En este último terreno es donde se debe considerar ya si es real la posibilidad de llegar al desarrollo sostenible o si, por el contrario, el objetivo es o debería ser el decrecimento de la economía y de los sistemas productivos. Diferenciando, claro está, entre ese concepto de decrecimiento y el que actualmente quiere ser impuesto por “mercados” y gobiernos a su servicio, que no es decrecimiento sino empobrecimiento de las poblaciones para salvaguardar los privilegios y beneficios de las fuerzas especuladoras.

Así, es muy de temer que el crecimiento que esos gobiernos europeos van a proponer, en la reunión inicialmente prevista para dentro de un mes, como complemento reactivador de la austeridad ya impuesta será un crecimiento al uso, al que ya estamos acostumbrados: economicista, despilfarrador de recursos naturales, con el beneficio y no con el bienestar como leit motiv.

Para algunos teóricos como Serge Latouche, la búsqueda del desarrollo sostenible está ya históricamente periclitada porque solo es una búsqueda de la limitación de daños, mientras que el decrecimiento de lo que entendemos por economía mundial, es decir de la impulsada y controlada por los países ricos frente a los empobrecidos, es la única vía para no precipitarnos a algún tipo de abismo autodestructivo. Rechazar el despilfarro de recursos naturales y asumir que hay límites que hacen imposible la extensión a todo el planeta del modo de vida de las sociedades industrializadas son dos de las ideas principales difundidas por Latouche y que han provocado que se le tache de ingenuo, soñador, visionario y no se sabe cuántas cosas más.

Ahora bien, sería muy apropiado que esos cuatro grandes líderes europeos ––Hollande, Merkel, Monti y Rajoy–– que a finales de junio se van a reunir para trazar las estrategia conjugadora de austeridad y crecimiento ofrezcan, gracias indudablemente al febril trabajo que sus ejércitos de asesores ya deben estar desarrollando, una alternativa creíble a esas supuestas ensoñaciones de los teóricos del decrecimiento y que plantee una vía para el bienestar de sus gobernados sin soportar los yugos de los mercados, la banca financiera y los gestores acomodaticios.

Una vía, en definitiva, que garantice el uso racional de los recursos naturales y plantee no ya la renuncia progresiva a la explotación de otros que se acabarán antes o después, sino alternativas energéticas, por ejemplo, que puedan sustituir a las actuales.

El cuarteto “recrecedor” lo tiene difícil, indudablemente y gracias a los precedentes registrados. Porque, ¿cómo va a casar el parón nuclear alemán a consecuencia de Fukushima con la continuada apuesta de Rajoy por esa energía, o con la no-nuclear Italia, o con la intención de Hollande de “reequilibrar” la dependencia energética francesa de sus 58 reactores nucleares?

Es decir, ¿qué tipo de crecimiento van a acordar los cuatro líderes cuando se reúnan a final de junio para salir del marasmo en el que ha sumido a Europa la austeridad presupuestaria de Angela Merkel y Nicolas Sarkozy?

Se hace necesario recordar que en los años treinta del siglo pasado, cuando se procuraba una salida al capitalismo de la Gran Depresión, Bernard London ya propuso la obsolescencia programada desde los gobiernos como alternativa. Se trataba, simplificando, de elaborar industrialmente productos que satisfacieran las necesidades de la población pero que tuvieran una vida limitada, de forma que el consumidor se viera obligado a desecharlos al cabo de un cierto tiempo y sustituirlos por otros supuestamente mejores, más baratos y, si era posible, menos duraderos.

A todos los niveles, aunque las teorías de London fueran oficialmente rechazadas en su momento, esa es la filosofía comercial que ha imperado en el mundo desarrollado en las últimas décadas y a todos los niveles: desde los juguetes para niños, hasta las grandes infraestructuras, pasando por medicamentos, herramientas, automóviles, etcétera, etcétera.

Habrá que ver, de aquí a un mes, qué tipo de alternativa de crecimiento son capaces de acordar los mandatarios de Alemania, España, Francia e Italia. Y a dónde nos lleva esa supuesta salida de la crisis actual.

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