Una de las medidas novedosas que quiere realizar quien asume en cuestión de días la Presidencia de Francia, François Hollande, es la “transición ecológica”, según palabras de Marie-Hélène Aubert, que ha sido su inspiración ambiental durante toda la campaña finalmente victoriosa del candidato socialista y desde que ella salió de Les Verts, en 2009, para unirse políticamente a él.
No se sabe aún, más bien se barrunta, si Aubert será ministra de Medio Ambiente, Ecología, o nombre similar en el próximo gabinete francés, pero sí está muy claro, después de su reciente entrevista en Le Monde el pasado miércoles que el Partido Socialista pretende elaborar “la mejor hoja de ruta, el mejor compromiso posible para esta transición” ecológica, en palabras de la consejera de Hollande.
La idea más llamativa es la también convicción de que “no debe haber contradicción entre lo social y lo ecológico” y la intención de “colocar el diálogo ambiental al mismo nivel que el diálogo social”, dice Aubert.
Estos axiomas son interesantes por cuanto rompen, al menos teóricamente, con la tendencia de la izquierda clásica europea de priorizar el diálogo social sobre el ecológico, lo que se ha venido traduciendo en la práctica en la realización de proyectos productivos que dejaban de lado muy a menudo o escondían los impactos ambientales en aras de la creación de puestos de trabajo resultantes del crecimiento de la actividad económica.
En esa tendencia, izquierda clásica, sindicatos mayoritarios, centro y derecha han venido estando en muchos países industrializados en la misma orilla, en la defensa de los mismos intereses productivos frente a grupos ecologistas de mayor o menor radicalidad que tradicionalmente han combatido mini o macropoyectos que se han ejecutado en toda Europa sin importar los daños ambientales.
En España tenemos ejemplos numerosos, llevados a cabo con gobiernos del PSOE y del PP, nacionales, autonómicos y locales; para qué engañarnos. Por eso, si Hollande va a marcar tendencia también en ese terreno –además de salvar la situación de estancamiento económico europeo provocada por la austeridad del binomio Merkozy–, hay que desear queo encuentre el eco que ya están hallando sus previsibles propuestas macroeconómicas.
Pero también, al hilo de la declaración de intenciones ambientales expresada por Aubert, hay que seguir fijándose en que el escollo más difícil de quien quiera que sea el ministro o ministra de Ecología de Hollande será la reorganización del sector energético francés, el más dependiente del mundo de la producción nuclear de energía, que cubre el 75% (el 76,2 en 2009) de las necesidades de Francia.
Los 58 reactores nucleares funcionando actualmente en nuestro vecino del norte no son un hueso fácil de roer para cualquier gobierno que pretenda reorganizar el sector energético. “François Hollande ha hecho de la transición energética una apuesta prioritaria”, asegura Aubert, quien explica también que se trata de dar más peso a las energía renovables en el balance productivo francés.
El primer paso será tímido aunque de valor simbólico: la energía nuclear será incluida entre los temas a tratar en la conferencia ambiental de Gobierno y actores sociales que desde hace algunos años funciona en Francia. El Gobierno de Sarkozy hizo de la exclusión de lo nuclear de la agenda de las reuniones un asunto irrenunciable. A partir de ahora, está por ver si Hollande tendrá la atracción necesaria para conseguir más apoyos a su idea ambiental dentro y fuera del PS. Y esperar una larga transición energética francesa, si es que se produce. El primer hito deseado por Aubert es que de aquí a cinco años algunos subsectores energéticos “renovables” franceses sean “rentables y competitivos”. Ya veremos.