De entre la extensa literatura producida en los últimos días para recordar el triste primer aniversario de la catástrofe humana y nuclear de Fukushima 1, hay algo que llama la atención particularmente. No es ni más ni menos que Japón, o más bien su Gobierno: tardó solamente seis meses en volver a poner en marcha su programa de extensión y exportación de la industria nuclear mientras intentaba remendar los reactores afectados por el tsunami.
Fruto de esa política fue la aprobación parlamentaria a finales de 2011 de acuerdos de colaboración nuclear con Corea del Sur, Jordania, Rusia y Vietnam. En los consorcios industriales que los realizarán está incluida Tokio Electric Power (TEPCO), propietaria de los reactores de la central de Fukushima 1.
Japón, además, está negociando para llegar a convenios similares de exportación-importación de tecnología nuclear con Brasil, Emiratos Árabes Unidos, India, México, Sudáfrica y Turquía. Sólo se contempla el uso civil de esa energía, pero ya hay quien recuerda que Nueva Delhi no es firmante del Tratado de No Proliferación Nuclear. ¿Quiere todo esto decir que la industria nuclear no está dispuesta ni siquiera a una moratoria en su actividad, es decir, su negocio, aún a pesar de todas las malas experiencias extraídas de lo ocurrido en Japón? Respuesta obvia.
Resulta cada vez más sorprendente, por no decir insultante, la indiferencia con que los grandes conglomerados industriales y bancarios afrontan los fallos de su propio sistema y el desprecio que muestran hacia las protestas que esos problemas acarrean. En Europa tenemos un ejemplo claro con las pretendidas soluciones que aplican los gobiernos a la crisis, haciendo pagar siempre a quienes no la provocaron y sustentando financiera e indefinidamente a los que sí la causaron.
El mantenimiento del sistema actual es lo único que importa en el Viejo Continente. Lo mismo que en el país del Sol Naciente, con la diferencia de que allí la industria nuclear es pieza clave del entramado económico, con sus 53 reactores en 17 centrales. Las corporaciones Hitachi, Mitsubishi Heavy Industries y Toshiba ganaron en 2010 el equivalente a unos 2.300 millones de euros.
Por eso, el valioso informe “Las Lecciones de Fukushima” recién presentado por Greenpeace caerá en saco roto allí, en Oriente. Pero igual destino parece que tendrá aquí, en Occidente, vista la escasa atención que se presta a esa otra crisis sistémica que es, se quiera o no, la nuclear post-Fukushima.
Pero ésta no existe para los gobiernos europeos, a pesar de que Angela Merkel se vio obligada por razones electorales a hacer recular el programa alemán y de que los italianos rechazaron en referéndum la nuclearización de su país. Otros gobiernos europeos, sin embargo, siguen empeñados en ignorar lo que pasó hace un año en Japón y mantener sus programas, caso de España, Francia y Reino Unido, como ejemplos, mientras se alinean con Estados Unidos e Israel en la hipócrita censura al programa nuclear de Irán.
Veremos qué ocurre si Japón vende finalmente tecnología nuclear a India, que tiene la temida “bomba” y no es firmante del Tratado de No Proliferación Nuclear, cosas ambas que comparte con Israel y Pakistán. En este contexto ¿hasta cuándo será motivo de tranquilidad que Corea del Norte obtenga alimentos a cambio de paralizar su programa nuclear?
In the memory of the victims of Japan’s earthquakes and the Fukushima disaster: http://youtu.be/UL_gBqs1Ums
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