Al final resulta que vamos a tener suerte en España. No tenemos ninguna central nuclear instalada en zona de actividad sísmica, como es la zona sureste de la península. Cosa que, a la vista de cómo pintan las cosas en Japón, es digna de tener en cuenta. Allí parece que, por fin y contra pronóstico, se pueden empezar a tomar las cosas todo lo en serio que merecen, como parece revelar la decisión de parar la central de Hamaoka porque está situada sobre la confluencia de tres placas tectónicas.
Algo impensable que hubiera pasado antes del inconcluso desastre en Fukushima y que puede llevar a pensar que los gobernantes japoneses se han vuelto sensibles al incipiente malestar popular hacia lo nuclear que se extiende entre la población tras la catástrofe causada por el seísmo y el tsunami. Y quien piense lo contrario puede consultar la última decisión de la canciller alemana Angela Merkel.
Sin embargo, en España y a pesar de esa aún viva mala experiencia en Japón, parece que preferimos seguir jugando con fuego. Lo último que se ha sabido sobre la central de Ascó I lo corrobora. No es la primera, ni la segunda, ni la tercera vez que un reporte inicial de un supuestamente leve incidente se ve corregido y aumentado, es decir, agravado, a los pocos días cuando se revela información más completa.
Es lo que acaba de ocurrir en esa central enclavada en Tarragona, según los últimos datos facilitados por el CSN que desvelan que la levedad de lo ocurrido hace unos diez días, el 28 de abril, no fue tal sino que revistió mayor gravedad de la inicialmente contada y, lo peor, el incidente fue muy similar al ocurrido hace cuatro años allí mismo y que tuvo como consecuencia la sanción más grave impuesta a una central hasta ahora en España.
Como una observación atenta de la página web del CSN muestra, esos incidentes se repiten con inusitada frecuencia para semejantes instalaciones y, además, oficialmente, suelen ser debidos a “errores humanos”. Sin necesidad de reenumerar la multiplicidad de problemas en las pocas centrales españolas, podemos pensar que algo falla o algo puede estar fallando en todo el entorno nuclear y quizá no estemos tan seguros como se intenta hacernos creer.
Es llamativo que el actual Gobierno de Rodríguez Zapatero vaya tímidamente legislando para promocionar el uso de las energías renovables, la proporción de éstas en el mix nacional crezca lenta pero sostenidamente y, por el contrario, no se atreva a dar el paso decidido necesario para trazar un plan de eliminación a medio plazo de la nuclear que incluso desde el entorno socialista se reclama.
Con la perspectiva a un año vista del regreso del PP de Mariano Rajoy al poder y su decidido apoyo a la energía nuclear, el ejecutivo socialista parece voluntariamente incapacitado para revertir la tendencia de alargamiento de la vida útil de 40 años de las centrales nucleares. Cosa por la que las grandes compañías eléctricas como Endesa o Iberdrola no hacen sino felicitarse, por mucho que mantengan su doble cara promocional de las energías renovables o limpias.
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En este panorama cobra sentido la manifestación que ayer se celebró en Madrid (ver vídeo) para pedir el abandono de la energía nuclear en España, ahora más que nunca tras lo sucedido en Japón, los pasos que se van dando en otros países y el agotamiento próximo de la vida útil de las centrales españolas, alargamientos incluidos. Aunque algunos se empeñen en que peligrosamente disfrutemos de su senectud. Sigamos confiando en la suerte. De momento, no nos queda otra.
El oscuro negocio de la energía nuclear tiene sus días contados. Nadie en su sano juicio puede preferir algo tan peligroso como las nucleares a otros medios de obtención de energía. Todos salimos perjudicados con las nucleares. Es la energía más cara y contaminante que existe porque obliga al mantenimiento y seguimiento de los residuos durante millones de años. Lo que sí es barato e increíblemente lucrativo es prorrogar las centrales a un tiempo mayor de su vida útil con los peligros que conlleva. NUCLEARES NO, GRACIAS.
Mi sobrina, cuando tenía 3 años, le estaban contando el cuento de Caperucita, cuando estaba llegando al final exclamó: ¡Cojones con el lobo!. parafraseando a mi sobrina: ¡ Cojones con Asco!