Falta algo. Y algo importante. Ésa es la sensación que me queda tras releer el discurso que en la noche del martes (madrugada del miércoles en España) el presidente Barack Obama dedicó a reconocer que Estados Unidos se enfrenta a una crisis medioambiental en el Golfo de México sin precedentes y causada por las negligencias de British Petroleum (BP) y a admitir sin ambages que el estado líder del mundo capitalista debe reorientar su política energética para disminuir su dependencia de los combustibles fósiles y procurar suministros procedentes de energías renovables.
Esto último es lo positivo del mensaje de Obama: por fin, en la primera potencia mundial, los dirigentes reconocen que su sistema de suministro energético es insostenible para ellos mismos, y que su dependencia de proveedores externos es suicida, en términos económicos a medio/largo plazo.
Es apreciable también, en términos ambientales, que el mandatario de la superpotencia reconozca errores y entone una especie de mea culpa, con muchas connotaciones religiosas, sobre lo que la maquinaria burocrática estatal ha hecho mal. Igualmente notable es que el presidente ponga el acento en las responsabilidades contraídas por BP en el origen y falta de respuesta adecuada al desastre causado por la explosión y hundimiento de la plataforma Deepwater Horizon.
Y, la guinda, es absolutamente encomiable el hecho de que el presidente de los Estados Unidos reconozca que el país líder en tantas cosas se ha quedado atrasado en la utilización y producción de mecanismos generadores de energía renovable. Algo en lo que algunos otros estados no tan potentes ni tan líderes –China, Alemania, España, por citar ejemplos– le han tomado la delantera.
Pero falta algo, me reafirmo en mi sensación. Y pienso que falta el reconocimiento de que, por mucho que los estados transformen sus métodos de producción de energía reduciendo la dependencia de los combustibles fósiles, el objetivo no es solamente esa diversificación de las fuentes de energía por razones econoambientales.
El objetivo es el mantenimiento y mejora de la biodiversidad en este planeta. Y la experiencia corta que llevamos acumulada desde que constatamos el brutal deterioro medioambiental certifica que para acercarnos a esa meta hay que ralentizar el ritmo de consumo general y el gasto de energías renovables o no en el mundo industrializado. Además de controlar, racionalizar y utilizar con criterios no depredadores la producción de materias primas origen de las energías no renovables en el otro mundo que consideramos no desarrollado o parcialmente industrializado.
Si el giro en las políticas ambientales que propugna el mensaje de Obama va a consistir, en el largo plazo, en la sustitución mecánica de un tipo de energías, digamos “sucias”, por otras, digamos “renovables” o “limpias”, el resultado será simplemente el traslado de los costes de unos sectores a otros manteniendo el deterioro de la biodiversidad.
Lo que falta en el discurso de Obama, sin menospreciar su valiente propuesta de cambio en las políticas energéticas, es la convicción de que el llamado Primer Mundo no puede seguir creciendo al ritmo que se pretende mantener o recuperar a pesar de la actual crisis económica. Sobre todo si ese crecimiento quiere seguir haciéndose a costa del llamado Tercer Mundo y sus recursos naturales: hay que consumir menos para crecer más sosteniblemente. Eso es lo que falta en el discurso del presidente de Estados Unidos.
Hace flata decrecer y no considerar exclusivamente como indicador de bienestar el PIB de un país. Hace falta cambiar nuestra forma de vida. Ya en 1972 se avisaba de estos problemas -ver el libro «El Año I de la Era Ecológica»-. Se hace tarde.
Sin embargo seguimos contentos de haber alcanzado a Italia en PIB. Con la de finezza que falta en España. Sí, Paco; completamente de acuerdo: hay que cambiar urgentemente de concepto de bienestar. Pero, ¿está el homínido capacitado para ello?