El tenebroso mundo de la pederastia en el seno de la Iglesia católica, sobre el que todo el mundo ha tenido información puntual y frecuente en los últimos años, pero al que nadie parecía estar dispuesto a enfrentarse para hacer justicia, ha estallado en Ginebra. El Comité de la ONU sobre los Derechos del Niño ha dicho ¡basta! y ha acusado al Vaticano de “encubrir los crímenes sexuales” perpetrados con menores en el seno de la Iglesia. En el informe publicado por este Comité se acusa abiertamente a la jerarquía eclesiástica de incumplir sus compromisos, tras adherirse, en 1990, a la Convención sobre los Derechos del Niño. Su presidenta, la noruega Kirsten Sandberg, ha señalado que las autoridades eclesiásticas han impuesto un código de silencio y prefieren preservar la reputación de la Iglesia y proteger a los responsables de los abusos por encima del interés supremo de los niños.
Así que, harta ya, la ONU ha apuntado directamente a la Iglesia con el dedo: “Los abusos”, han dicho en Ginebra, “se siguen cometiendo de forma sistemática mientras la inmensa mayoría de los culpables disfruta de total impunidad”. A lo que en las altas instancias de la Iglesia han respondido que ellos no son responsables de lo que pueda hacer cada católico... Y qué entre los 40 millones de abusos sexuales a menores que, se calcula, se cometen en el mundo cada año, son una minoría los que tiene autor religioso. ¿Y esto que tiene que ver, pregunto yo, para que se oculte y se proteja a los culpables?
Estudié en un internado de frailes y, aunque no tuve experiencias directas, algo supe de lo que ocurría en aquel mundo oscuro de hombres solos, de niños solos, de amansado erotismo y castrados sentimientos. Ya como profesional, he tenido ocasión de abordar en repetidas ocasiones los abusos sexuales a menores. Con frecuencia lo recuerdo: una de las experiencia más duras que he tenido en este oficio de contar historias fue el día que entrevisté a una madre y su hija de 15 años para escuchar como describían los abusos sexuales sufridos por esta niña y su hermana pequeña de un padre ingeniero y su panda de amigos, encabezada por un cura. Nunca lo he olvidado.
La ONU, que nada tiene que ver con la fe, sino con la ley y la razón, exige ahora a la Iglesia católica que salvaguarde a la infancia del abuso que sufre por parte de esos hombres enfermos y denuncie a los culpables. Y la Iglesia, en lugar de enfrentarse a la realidad, asumirla y depurar responsabilidades, va y se escuda en la doctrina y apela a ‘razones’ de fe para acusar a la ONU, a su vez, de interferir en la libertad religiosa. Lamentamos, dicen el Vaticano en un comunicado “ver en algunos puntos del informe un intento de interferir en las enseñanzas de la Iglesia católica sobre la dignidad de las personas y el ejercicio de la libertad religiosa”, para añadir a continuación que “protegerá los derechos de los niños según los valores de la doctrina cristiana”. Y se quedarán tan frescos... ¡Qué cinismo!
Pero, bueno, ¿es que nunca podrá la sociedad conseguir que las religiones y sus practicantes se sometan a la ley civil, en lo que atañe a comportamientos sociales? Quiero pensar que en esta ocasión —¡hago un voto de optimismo!— la Iglesia apostólica y romana va a “pinchar en hueso” en su confrontación con Naciones Unidas y, por una vez, tendrá que aceptar que la ONU le fiscalice sus cuentas éticas en relación con la justicia, en lo que a denuncia y castigo se refiere de los religiosos pederastas. Si no es así, el mundo oculto y terrible del abuso a menores seguirá engordando sus interminables listas de víctimas.
¿Víctimas? Las ha habido y las hay. ¿Las habrá siempre? Con instituciones como la Iglesia católica, es muy posible. Según Save the Children, organización internacional que se ocupa de los derechos de la infancia, en un país como España —¡moderno, desarrollado y desinhibido sexualmente a tenor de lo que opinan los jerarcas de la Conferencia Episcopal!— un 23% de las mujeres y un 15% de hombres han sufrido algún tipo de abuso o agresión sexual antes de los 17 años. Aunque hoy otras fuentes, como la Asociación de Mujeres para la Salud, que esta cifra la elevan hasta el 30%. Lo que si es verdad, independientemente de las cifras, es que el abuso sexual de menores (niñas, niños; da lo mismo) es práctica extendida, común a la mayoría de sociedades y países. Y es que, en una sociedad regida por hombres, con sus códigos y normas machistas, el abuso sexual cometido con menores se oculta primero y después se manipula hasta culpabilizar a las víctimas. Hasta tal punto ocurre esto, que una amplia mayoría social piensa, casi siempre, que la víctimas es la culpable o que ésta se inventa el abuso; algo que aún es más grave. Y para muestra, este ejemplo, que no me resisto a rescatar aquí de un reportaje que publiqué en El País, en 2006. “Yo era una niña, y él era mi padre. Cuando al fin lo denuncias, todos te dan la espalda, nadie te cree y te tiran como a una muñeca rota... Si somos las víctimas, ¿por qué lo perdemos todo? Perdemos al padre y a los abuelos; a los primos, a los amigos... Ni los jueces nos creen”.
Pues así están las cosas. Por eso el comportamiento de la autoridad vaticana en este tema es tan deplorable. Con la salud de los menores no se juega; porque éste, que nadie lo dude, es asunto de salud también. Una gran mayoría de las personas que sufren abusos sexuales viven luego una vida extraña, en la que los desequilibrios emocionales y secuelas psíquicas son permanentes.
El abuso sexual de menores es un drama, una tragedia, que entre otras cosas refleja esa parte animal que todavía los humanos llevamos dentro. Los propios abusadores han sido antes víctimas de abusos, en la mayoría de los casos; de ahí que sean incapaces de aceptar, ni siquiera de reconocer, ese comportamiento perverso. Esto es lo que choca: “Quién abusa sexualmente de un menor cree, con frecuencia, que no está haciendo nada malo, porque es la experiencia sexual que él ha tenido”, me decía en una ocasión, el pediatra y especialista en abuso a menores, Juan Gil. Por eso, según decía este experto, apenas se denuncia un 2% de los casos. Y, quizá también por eso, la Iglesia, amparada en esa fe intangible que la mueve, prefiera mirar para otro lado y quien abusa... Pues que siga abusando “en otra parroquia o en otro país”, como le recuerda la ONU, cuando la acusa de no hacer nada a este respecto.
Bueno Joaquín, así es, contra la fe no hay razones, y, en último término, como decía el otro, toda teología que nos quiera liberar, por mucho que se empeñe, podrá liberarnos de todo, menos de la propia Teología.
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La cosa en efecto, es grave. Dices que la Iglesia romana ampara los abusos sexuales de sus sacerdotes. ¿Sólo los sexuales? Ciertamente, los abusos sexuales pueden ser muy graves; pero junto con tales abusos hay una historia repleta de otros abusos y aberraciones mucho más crueles, monstruosas e infames. A este respecto:
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En primer lugar, conviene no perder de vista que hubo un tiempo, en que dicha entidad, en nombre de su supuesta infalible iluminación divina, martirizaba y asesinaba con celo fanático. Cosa que si hoy no hace se debe a que no puede más a que no quiere.
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En segundo, sin duda, caso por caso los abusos sexuales son más crueles. Pero en conjunto, ¿acaso es menos cruel y aberrante la alucinante naturalidad con que curas, monjas y fraile, profesoras católicas y profesores católicos, en nombres de una superstición tan alucinante y estrambótica como descocada, adoctrinan a niñitos y niñitas desde su más tierna infancia?
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En tercero, ¿tal vez resulta menos indignante las ínfulas con que obispos y arzobispos, así como sus adláteres y congéneres, basados en sus razones (o sea, en sus ensueños) teológicos salen a despotricar contra el matrimonio homosexual, el aborto, la asignatura de educación para la ciudadanía y todo cuanto no coincide al 100% con sus inmarcesibles ocurrencias?
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Y, por último, dado el ingente acervo de falsificaciones, crímenes, latrocinios, traiciones, errores, mentiras, supersticiones, etc., como jalonan la historia de la Santa Madre Iglesia Romana ¿se puede saber qué singulares fantasmagorías pueden anidar en el torrao de un papa (se llame Francisco, Pio IX, Alejandro VI o Currito de Cachanvaca) no ya para considerarse infalible en materia de fe y costumbre, sino para creerse algo más que un anacrónico hechicero mayor carente de todo fundamento in re?
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Muy optimista le veo, Sr. Mayordomo. ¿De verdad ve alguna posibilidad de que la ONU «le fiscalice sus cuentas éticas a la Iglesia»? ¿cuándo ha fiscalizado algo la ONU? …y menos a la Iglesia. La ONU no es más que una entelequia de foro mundial donde sólo tienen algún eco aquellas cosas que no afectan a los Grandes Poderes políticos y económicos (que son los mismos) y la Iglesia es uno de ellos.
Lo siento, pero yo no puedo compartir su optimismo, y me creo más la vieja y sabia conclusión: «con la Iglesia hemos dado, Sancho».
Bueno, es que si en este caso no rezumo un poco de optimismo, me muero. ¡Uno ya no sabe qué hacer! Estamos rodeados, amigo… Mientras la monarquía “divina” sólo se declara culpable ante Dios y, por tanto, los hombres… ¿quiénes son para juzgarles?, la Iglesia católica (y otras iglesias) se creen con “derecho a todo”, que para eso son la mano derecha de Dios.
Entre tanto, esta tribu miserable (los humanos) no hace otra cosa que darse golpes de pecho o poner el pompis apuntando hacia la puesta de sol. ¡Qué le vamos a hacer! Es lo que hay. De todos modos, yo confío, aunque sólo sea por un rato, en Kirsten Sandberg. Ya sabe usted que yo pienso que el futuro es de las mujeres.