Son las 8.40 del 1 de diciembre de 2007. Dos hombres y una mujer entran en una cafetería de Capbreton. Se sientan en una de las mesas más reservadas, protegidos de las miradas indiscretas. Controlan la entrada principal, la más próxima al aparcamiento en batería donde han dejado su vehículo, un Peugeot 307 gris. A estas horas, en la cafetería sólo está Olivier, que suele ir a desayunar. En la cocina, Odile y Christian están enfrascados en sus labores. Entonces aparecen dos jóvenes que han dejado su coche junto al suyo. Saludan a la camarera y piden, en francés, dos cafés. Según su costumbre abonan sus consumiciones en el acto por si tienen que salir apresurados. Su llegada no ha pasado desapercibida para los otros tres clientes. Raúl Centeno, 24 años, y Fernando Trapero, 23 años, dos jóvenes guardias civiles, se disponen a desayunar por última vez. Están en el lugar equivocado en el peor momento posible. Verdugos y víctimas desayunaron juntos minutos antes de que se perpetrara el doble crimen. Más de cinco años después, y a las puertas de celebrarse el juicio, que tendrá lugar entre el 2 y el 26 de abril de 2013 en París, el periodista David Fernández y José Antonio Gutiérrez han reconstruido aquel asesinato con sus luces y sus sombras en un libro que han titulado ‘Los de ETA han asesinado a tu hijo’ tras escudriñar el sumario judicial, recabar testimonios de testigos, declaraciones de familiares, amigos, compañeros de los agentes y mandos de la Guardia Civil… pero no han obtenido todas las respuestas. Afirman que algunos detalles del crimen se les han resistido y que sólo el testimonio de sus protagonistas o el de los terroristas -que no han colaborado con las Fuerzas de Seguridad ni con la justicia gala-, podrían aclararles. Quedan en suspenso muchas preguntas. ¿Por qué decidió ‘Ata’ matar a Trapero y Centeno en aquella cafetería francesa? ¿Fue premeditado? ¿Por qué los agentes estaban solos? ¿Por qué la versión de algunos compañeros cambió con el paso del tiempo? ¿Fueron aleccionados por sus superiores?
El libro es un relato profuso de detalles que pretende reconstruir casi al milímetro qué paso aquella mañana en la que dos chavales, dedicados a la lucha antiterrorista, con el uniforme y el adiestramiento casi por estrenar, pagaron con su vida quizás algunos errores. Lo hacen con un lenguaje llano, directo, más propio de un reportaje periodístico que de una novela de intriga. De esta forma, nos adentran en el trabajo y el medio hostil en el que se desenvuelven los agentes sin dejar de lado la otra vertiente de la historia; el mundo de ETA. La intrahistoria del atentado y las reivindicaciones de la banda terrorista se combinan con el asesinato en 280 páginas desde noviembre de 2006 hasta que sus destinos se juntaron en aquella cafetería.
Fernando y Raúl podían haber elegido otro camino. De hecho, Raúl cursó un año de Óptica, pero siempre decía lo mismo: "¡Quiero ser polilla!", recuerda su padre Fernando. Ambos se hicieron GAO, la élite en la lucha antiterrorista, según algunos. Los GAO son agentes que deben conocer al dedo la historia de la banda, su estructura, los terroristas, sus alias, sus biografías, sus trayectorias, el lenguaje que utilizan... Agentes sujetos a la Ley de Secretos Oficiales, disponibles 24 horas, con capacidad para camuflarse, para mentir y engañar o para memorizar en unos segundos matrículas, lanzarse de coches en marcha… La vida de un GAO en Francia es dura. "La gente ve en el telediario la detención de un etarra, pero no sabe, por ejemplo, que te has tenido que pasar un mes en una furgoneta sin poder moverte y meando en botellas. Esto es vocacional. No deben tener restricciones morales y religiosas. No en este trabajo. Hay que estar dispuesto a cometer un mal menor para combatir un mal mayor”, reconoce un agente a los autores. La realidad no es la de las películas .“Los GAO no son la élite, son los pringaos que hacen las tronchas interminables. Los mandos eligen tíos grises y ‘marranillas’. Nos cogen muy jóvenes y nos tienen en situación de comisión de servicio años hasta que se consolida la plaza. Es una aberración”, explica otro en un testimonio revelador. Raúl había sido propuesto para una medalla blanca de la Guardia Civil y una medalla de oro por acto de valor y sacrificio en Francia. Fernando poseía una medalla blanca por los servicios prestados en Cahors. “Están allí y hacen lo que hacen. Experimentan riesgos y sacrificios. No venden su trabajo, no hacen publicidad, muy pocos saben y reconocen su profesionalidad”, concluye con orgullo el padre de Trapero.
En este largo reportaje no faltan episodios muy gráficos de la lucha antiterrorista. Es el caso de la detención de Saioa y Aritz, dos conocidos miembros de la banda. Interior había activado el nivel 2 de alerta. Aritz está en Laredo. Tiene que recoger 50 kilos de explosivos. Parece nervioso y despierta las sospechas de una par de policías. El contenido de la mochila le delata. Además de la pistola, los mapas y el dinero, lleva un temporizador con el anagrama de ETA. "Sí, soy miembro de ETA", confiesa en comisaría. Lo canta todo: sus reuniones con ‘Txeroki’, cómo ha llegado a España y sus objetivos en Santander. Demasiados detalles. Le viene grande el papel. La detención de Aritz ya está en todas las noticias, y Saioa abandona rápidamente Laredo. El dispositivo corresponde a la Policía Nacional, que ignora que la Guardia Civil ha puesto en marcha otro paralelo. Dos operaciones simultáneas que, de haber estado coordinadas, podrían haber cambiado los acontecimientos en Capbreton cinco meses después.
El libro es también una aproximación a dirigentes de la banda como Txeroki, Eneko, Arrano y cómo se fraguaron algunos de los atentados más conocidos como el de la terminal T4. La época de Txeroki fue una de las más duras- Txeroki y su mano derecha, ‘Ata’-, una mecha encendida a punto de explotar incendiaban la organización. Ambos creían en la violencia como único camino para doblegar al Estado español. Ata nunca fue a la estela de Txeroki, sino por delante, abriéndole paso. Ambos compartían la misma visión crítica sobre una banda que ya empezaba a mostrar los primeros síntomas de desorganización y declive y se embarcaron en un proceso que, un año después, desata una auténtica guerra civil entre dos bandos irreconciliables.
Pero volvamos al origen de la historia. Ata era uno de los tres terroristas que se hallaba en la cafetería. Algo llama su atención cuando los chavales salen. Hay que actuar rápido. No hace falta consultar a Txeroki por teléfono. Él manda y los cachorros obedecen. Deciden salir y seguirlos. Los dos agentes están sentados en su vehículo. En ese momento aparecen los tres terroristas arma en la mano. Ata les increpa en español y abre la puerta de Fernando mientras les apunta con la pistola. Saioa y Asier están justo detrás, cubriendo a su jefe con el arma bien visible. Los agentes les miran sobresaltados. La radio les delata. Suenan tres disparos. Los dos primeros tiros a bocajarro que salen del arma calibre 9 milímetros de Ata. El primero, a Fernando. La bala le atraviesa la cabeza. El informe forense revelaría después que fue víctima de un disparo a muy corta distancia, probablemente a menos de diez centímetros. El segundo atraviesa la mandíbula de Raúl de derecha a izquierda y le perfora el hombro izquierdo, pero consigue salir del coche. “Bajó del vehículo después del primer disparo, se mantuvo de pie apoyado en el larguero que separa las dos puertas izquierdas”, dicen los informes policiales franceses a los que han tenido acceso los autores. Ata se toma su tiempo. Quiere ejecutar a Raúl, que se tambalea en el exterior. Sujeta con su mano izquierda la nuca de Raúl, le agacha contra el salpicadero y le dispara en la cabeza. Raúl queda tendido con las piernas fuera del coche, el cuerpo tumbado en el asiento y la cabeza en la palanca de cambios. Al caer, toca el claxon. Ata, con sangre fría, aún tiene tiempo de registrar a Raúl y robarle su placa, un carné profesional de la Guardia Civil y un carné militar del Ministerio de Defensa. Ata ha cometido el doble crimen sin consultar a un superior en la jerarquía etarra. Su decisión ha supuesto volver a matar en suelo francés a policías españoles, algo que no ocurría desde 1976. Raúl es la víctima 820 de la barbarie terrorista. Fernando será la número 821 en apenas cuatro días, cuando muera en un hospital francés. No serán los últimos. ETA aún asesinará a 8 personas más. En total, 829 peronas muertas, 209 de ellas agentes de la Guardia Civil.
A esas horas las sospechas recaen sobre Txeroki. Solo un jefe etarra de su importancia ha podido ordenar o ejecutar un crimen así. La Guardia Civil sabe que tiene la costumbre de reunirse in situ con sus comandos para darles las últimas órdenes e instrucciones. La incertidumbre crece en la cúpula. ¿Es posible que Trapero y Centeno se hayan dado de bruces en la cafetería con Txeroki?’ La Fiscalía francesa cree que hay una doble respuesta a esta pregunta. Por un lado, atacar a un enemigo clásico y tradicional de la banda terrorista, como es la Guardia Civil, que no duda en cruzar la frontera francesa para perseguir a los comandos etarras. La segunda razón es más poderosa para entender este comportamiento ajeno al modus operandi clásico de la banda. En el verano de 2007, ETA comenzó a fracturarse en dos bandos irreconciliables. Ata pertenecía a una de las facciones enfrentadas, la liderada por Txeroki, que controlaba los aparatos militar y logístico. Con este doble crimen, ambos se colocan por encima del aparato político liderado por Thierry y responden, de paso, a las críticas recibidas por la inactividad e inoperancia de sus comandos. Al atentar en suelo galo, cruzan una línea roja, pero cumplía también un sueño acariciado por la cúpula de ETA durante muchos años: matar a guardias civiles en Francia. La conclusión de los jueces Laurence Le Vert, Yves Jannier y Edmond Brunaud es que los asesinatos fueron decididos sobre la marcha por y el encuentro en la cafetería fue casual.
ETA reivindicó días después la ejecución en un comunicado en el diario Gara, en el que también anunció que seguiría atentando en Francia contra los aparatos represivos del Estado español. El texto indicaba que se produjo un enfrentamiento armado, a pesar de que los agentes no portaban armas y que aquel día había ocurrido lo que estaba anunciado desde hace tiempo. Francia pasaba a ser un nuevo campo de batalla terrorista. En este marco, los escritores relatan cómo detuvieron a los etarras, como se hilaron las pruebas y la persecución…una reconstrucción del asesinato que volverá a escucharse en la Sala dentro de unos meses. Quizas, entonces, decidan hablar. De momento, ya pueden acercarse a esta historia en este libro que ya está en sus librerías.