Pero, ¿qué está pasando? En Reus (Tarragona) ‘celebran’ que el cartel promocional del carnaval de este año sea la fotografía de unos pechos. En Vila-real (Castellón) un restaurante anuncia que servirá la comida (sushi, en este caso) sobre un cuerpo femenino desnudo (aunque, listillo e imparcial, el hostelero dice que ‘también’ la clientela podría elegir el cuerpo de un hombre). Menos mal que ante la avalancha de denuncias y críticas, este ‘genio’ de la restauración ha desistido de su calenturienta y machista iniciativa.
En la India la jauría masculina viola a las jóvenes con luz y taquígrafos en los autobuses y en otros lugares públicos sin que la ley hasta el momento haya atajado este comportamiento salvaje. En Bolivia un diputado abusa de a una empleada del Parlamento. En Guatemala el año pasado, en diez meses, fueron asesinadas 526 mujeres. En México la historia es tan vieja como tenebrosa: en el norte, en Juárez, varios miles de mujeres han desaparecido o han sido asesinadas en las dos últimas décadas sin que la Justicia, tampoco allí, esté actuando como debiera para evitar esta tragedia que debería hacer morir de vergüenza al pueblo mexicano. De hecho, la dejación gubernamental es tan notoria que el periódico New York Times ha retomado en las últimas semanas, una vez más, este tema, al observar el incremento que ha habido de desapariciones femeninas y homicidios en el estado de Chihuahua. Pero quizá pueda explicarse esta violencia de género en México (¡qué no aceptarse!) dado que, en este país, las estadísticas señalan que el 43,2% de las mujeres mayores de 15 años han sufrido agresión física por parte de sus parejas, según la Encuesta Nacional sobre la Dinámica de Relaciones en los Hogares (ENDIREH).
¿Y aquí, qué? En España parece que la crisis económica ha traído la calma y el embobamiento y que ya “no pasa nada” o “pasa menos”, podría pensarse, vista la aquiescencia con la que la sociedad celebra hechos como los del carnaval de Reus y la originalidad gastronómica villarrealense. O se promociona por Internet la prostitución más cool, consistente en ‘alquilar’ habitación a cambio de sexo. Tampoco nada que decir a esa prostitución de chamizos que jalona la red de carreteras, y donde siempre que la policía interviene aparecen mujeres esclavizadas. Y aún así, ni siquiera parece que este mercado se pueda cuestionar. Es como si se creyese que España ha conseguido todos los objetivos que en el terreno de la igualdad y respeto a las mujeres nos habíamos propuesto. Como si la población femenina viviese ya en el mejor de los mundos posibles y eso permitiese abrir la veda del acoso otra vez, del maltrato oculto, del chiste zafio, mientras el machismo vuelve a las andadas y campa a sus anchas.
Pero la muerte de mujeres por violencia machista sigue siendo un río de sangre insoportable, al que hay que seguir plantándole cara cada día —71 mujeres muertas en 2007; 84 en 2008; 68 en 2009; 85 en 2010; 67 en 2011 y 57 en 2012 y, ya en 20 días del año 2013, 2 mujeres más asesinadas— . Y es por esto, y por todos los que creen que la igualdad y el respeto entre géneros es el único camino a seguir para lograr mayor justicia social y a la larga esa felicidad que perseguimos, por lo que no se entiende que el anteproyecto de reforma del Código Penal presentado por el ministro Alberto Ruiz Gallardón proponga, entre otras lindezas, que casos probados de violencia de género, o los propios juicios, puedan resolverse con una mediación o con sanciones económicas en lugar de con las penas de cárcel, estipuladas ahora en la Ley Integral contra la Violencia de Género. Es decir, parece que la crisis no sólo está minando los derechos civiles conquistados por la sociedad española últimamente, sino que también está dándole alas al machismo más recalcitrante, agitando sus mentes enfermas.
Si de anécdotas pueden tildarse el cartel del carnaval reusense y la oferta del restaurante de Vila-real —¡que no lo son!, no vaya a pensarse—, no debería aceptarse en ningún caso (porque es volver para atrás) que alguien que hostiga u acosa reiteradamente a otra persona, en este caso a mujeres, pueda pagar su delito con una simple multa cuando la ley prevé para él penas de cárcel.
Lo dicho, es como si en lo que se refiere a igualdad y respeto entre géneros la España cañí volviese por sus fueros. Hubo un tiempo en el que el material coeducativo abundaba en los centros escolares y era columna vertebral de muchas de sus actividades. El alumnado, entonces, se esforzaba por aprender y entender que el patio, por ejemplo, no era exclusividad de los chicos para jugar al fútbol, o que el lenguaje —eso de “niñas y niños, callaros”— era arma imprescindible, con carga ideológica, por supuesto, con el que no cabían concesiones, si se quería hacer presente lo que para la lengua española no existía o no tenía nombre. El uso intencionado del género femenino al hablar costó que se acepase (bueno, aún cuesta, incluso, entre algunos académicos), pero nadie puede negarle hoy a las palabras que nombran a personas, oficios, cosas... en femenino —abogada, jueza, médica, presidenta, consejera, etcétera— su función trasformadora. Y si queremos conseguir personas que se relacionen como iguales, independientemente de su condición o del sexo, hemos de recurrir a la lengua, a la educación y a la cultura para impulsar este proceso. Y también acabar para siempre con episodios como los citados al comienzo de este artículo. Porque son estos la prueba fehaciente de que, al menos en el terreno de la igualdad entre géneros, este país sigue enfermo, o no ha avanzado tanto como se creía.
Aquella fiebre de la coeducación en los centros de primaria e institutos pasó, y tengo la impresión de que hace tiempo se dio por sentado que el trabajo ya estaba hecho. Claro, luego aparecen legisladores como Alberto Ruiz Gallardón, individuos como los genios citados de Reus y Vila-real o publicistas como los que un día sí y otro también nos sorprenden utilizando a la mujer como mera mercancía u objeto, y entonces el mundo se hunde y pensamos que esto no tiene remedio. Y es que, quizá, sea así; pues, como dijera en su día Petra Kelly, la feminista alemana, asesinada en 1992, al referirse a las mujeres: “Estamos tan condicionadas por los valores machistas y masculinos que hemos cometido el error de imitar y emular a los hombres al precio de nuestro propio feminismo”. Sin duda, tenía razón. Y si no, ¿a qué viene ese desprecio por el feminismo de tantas y tantas mujeres?
¡Gracias! Qué bueno ver a un hombre que no tiembla frente a la palabra «feminismo».
Los cretinos que tratan a las mujeres como objetos seguirán existiendo, pero somos nosotras, las abogadas, las amas de casa, las militares, las profesionales de todo tipo, las que tenemos que empezar a querernos y respetarnos a nosotras mismas, para no permitir más abusos. ¡Arriba las mujeres!
Excelente artículo 🙂