A veces, la salud no es más que poner orden en las cosas cotidianas que nos pasan; de hecho, las consultas a los médicos de familia por síntomas que no tienen causas médicas superan el 50%. Pero, para eso —para poner orden en la vida y tener mejor salud—, hay que saber cómo. Tener a alguien que nos guíe. Una persona que nos oriente y un manual en el que apoyarse dónde se nos expliquen las pautas a seguir. Si esto ocurre, es decir, si se cuenta con esa persona experta y ese manual, todos esos conflictos que a diario llevan a decenas de mujeres al médico —un 80% de las consultas en primaria—, es posible que desaparezcan. Y el resultado será espectacular: el consumo de fármacos puede llegar a reducirse entre un 10 y un 15% y las visitas al consultorio, también; en algunos casos, hasta un 30%.
En Andalucía hay 150 grupos de mujeres, con más de 2.000 participantes, que han encontrado en los Grupos Socioeducativos en Atención Primaria (GRUSE) su tabla de salvación. La mayoría —que acudieron al médico porque decían sentirse “enfermas”—, han descubierto, tras pasar por la experiencia de participar en estos grupos, que se sienten mucho mejor sin necesidad de medicarse. Es más, tan bien les ha ido en la terapia, que algunos grupos, luego, se han constituido en asociaciones para luchar contra la violencia de género y el maltrato en general o, sencillamente, para sacar del ostracismo a las decenas y decenas de mujeres que siendo madres, cuidadoras, esposas, amas de casa, trabajadoras fuera y dentro del hogar... todo a la vez, han perdido la autoestima, las ganas de vivir e incluso la salud.
“Las mujeres llegan a estos grupos, bien porque acuden al médico, bien porque le oyen hablar a alguna amiga de la existencia de los mismos”, explica Patricia García, trabajadora social, asesora técnica y una de las coordinadoras del programa GRUSE. Cada grupo lo constituyen 15 mujeres que, durante 8 sesiones (una a la semana), desgranan, por espacio de hora y media, las causas por las que están allí. Se trabaja la autoestima, cómo tener dominio y control sobre uno mismo, el estrés, cómo enfrentarse a la adversidad, habilidades para resolver problemas, la fertilidad, el duelo, el pensamiento positivo, la relación con los demás, los roles de género... Un enfoque de género, explica Patricia, permite analizar mejor los problemas específicos de las mujeres que participan en los grupos. Por ejemplo, los roles de género asignados en la socialización que marcan las conductas.
La reflexión y el trabajo sobre los roles en la pareja, por ejemplo, está sirviendo para detectar casos de malos tratos. “Normalmente, en cada grupo suelen aflorar un mínimo de dos o tres casos de violencia de género que hasta ese momento permanecían ocultos”, señala Patricia García. “Estos grupos”, añade, “son una herramienta útil para detectar las agresiones que muchas mujeres sufren de su pareja; agresiones generalmente verbales y de coacción, aunque también, a veces, nos encontramos con agresiones físicas, a las que hasta el momento, las afectadas, no habían dejado trascender”. Este aspecto, el de la detección de la violencia de género del programa GRUSE, ha sido reconocido recientemente por el Ministerio de Sanidad, Servicios Sociales e Igualdad como una herramienta valiosa —“de buenas prácticas”, ha dicho el Ministerio—, para detectar la violencia machista en la que, todavía, un sin fin de mujeres viven inmersas. El reconocimiento ministerial de los GRUSE hará que éste se aplique en otras comunidades autónomas.
La salud de las mujeres nada tiene que ver con la de los hombres, podría decirse, si se atiende a esa situación personal que se fragua, sobre todo, en el ámbito de lo doméstico y lo privado. Ese trabajar a destajo en varios frentes y esa soledad con la que han de enfrentarse, a diario, a una realidad en la que no se reconoce el esfuerzo, es el caldo de cultivo apropiado en el que fácilmente prende la enfermedad. “Cuidan de todo el mundo y casi nunca se les reconoce”, puntualiza la trabajadora social. En general, las mujeres son prestadoras de cuidados y los hombres “consumidores” de los mismos. Y es cierto. Las estadísticas atestiguan que el 98% de los trabajos con personas dependientes los hacen las mujeres, sin ir más lejos.
Que los roles influyen en la salud parece evidente. El perfil de la mujer (“enferma”) que acude a estos grupos socioeducativos es el de una mujer adulta, de mediana edad, con síntomas que los médicos califican como “inespecíficos” (abatimiento, desgana, dolores de cabeza frecuentes, malhumor, frustración, ganas de llorar, angustia, insatisfacción con su vida, rabia, tristeza, etcétera) Es decir, no presenta ninguna patología concreta como para ser tratada con medicación, pero la realidad es que llega a la consulta pidiendo fármacos para atajar lo que le pasa, y con “ganas de morirse”, se puede decir.
Afortunadamente, estas mujeres, una vez se detecta su situación y se incorporan a uno de los grupos de autoayuda, y tras asistir a las 8 sesiones de que consta el programa, mejoran de aspecto y su salud. La fidelidad en la asistencia y a cumplir con las sesiones ronda el 80%; lo que quiere decir que “enseguida se enganchan”, precisa Patricia García. “Todas se quedan con ganas de mas”, recalca. Y, lo que es más importante, la mayoría recuperan la autoestima y las ganas de vivir.
La salud es prevención sobre todo. Introspección y conocimiento de uno mismo; observación consciente del entorno para gestionar mejor la realidad. Pero hoy ocurre lo contrario; “huimos” de cualquier conflicto a base de fármacos, medicamos nuestro cuerpo a poco que notemos algún síntoma extraño... Y si a esto le añadimos que, en lo que atañe a las mujeres, éstas llevan la peor parte en esa gestión de la realidad, es fácil deducir que su salud va a resentirse. La gestión de ese día a día en el espacio común, que correspondería, en “igualdad”, a la pareja, cae casi siempre sobre las mujeres, avocándolas, muchas veces, a “sensaciones” de enfermedad, e incluso a enfermar de verdad, cuando, si hubiese “un reconocimiento” del hombre-marido-compañero a su trabajo de cuidadoras de todo el mundo no sería éste tan ingrato. Porque, lo que está claro es que de unas relaciones desiguales no pueden derivarse más que conflictos (ya sean de salud o de otra índole), como vienen comprobado los servicios de Atención Primaria en Andalucía desde el año 2008, cuando empezaron a crearse los Grupos Socioeducativos en la provincia de Málaga. Hay cientos, miles de mujeres a las que un entorno doméstico y familiar hostil las está llevando a perder la salud. Lo que muchas verbalizan con una frase que da miedo: “Es que he perdido las ganas de vivir”.
De estas mujeres es de las que ya hace cuatro años decidieron ocuparse expresamente los servicios públicos de Salud de Andalucía. La Atención Primaria es la que se encarga de impulsar y desarrollar los GRUSE. “Para nosotros es muy gratificante... No sólo por los resultados que obtenemos; también por las profesionales que, observamos, se sienten muy gratificadas con su trabajo; tanto que, a veces, celebran las sesiones por la tarde, fuera de sus horarios”, reconoce Mari Paz Conde-Gil, médica de familia y coordinadora, asimismo, del GRUSE. Los resultados están siendo tan positivos que en algunos pueblos ha ocurrido que a la trabajadora social que impartía estos talleres en el centro de salud de la localidad, el ayuntamiento la ha nombrado hija predilecta. Parece que la vida de estas mujeres mejora tanto y tan deprisa que ahora son ejemplos a imitar por muchas de sus vecinas.
Quizás el primer paso sea mandar al carajo a sus maridos y demás patulea.