‘El chupasangre’

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Pedro, uno de los pensionistas afectados por el copago sanitario. / J. M.

La abuela Julia posa su mirada octogenaria en la caja de hojalata repleta de recetas que tiene sobre la mesa camilla y se queda así, absorta, mirándola un buen rato; perdida la vista en el horizonte, como si estuviera vacío.

—¿Qué le ocurre, abuela?

—Nada hijo, el chupasangre ese, que va a acabar con nosotros... Como esto no cambie pronto, a tu abuelo y a mi nos lleva a la tumba.

—Cómo el chupasangre. ¿A qué te refieres?

—¿A qué va a ser? ¡Rajoy...! Rajoy... Que nos está matando poco a poco.

—Pero, qué tiene que ver el presidente del Gobierno con tus males y tristeza, abuela.

—¡Qué tiene que ver, qué tiene que ver! Él es el que ha dicho que paguemos por las medicinas. Antes eran gratis y ahora es un chorreo, un chorreo, hijo. Apenas nos alcanza la pensión. Ya me dirás tú, con los 763 € de pensión que cobra el abuelo, cómo vamos a seguir viviendo.

—Ya. Pero creo que piensan devolveros el dinero que ahora os cobran de más.

—¡Qué te crees tú eso! Eso es lo que dijeron pero aquí nadie en el pueblo se lo cree. Nos están chupando la sangre poco a poco. Con cada receta que vamos a la farmacia ¡zas! 40 céntimos, 80 céntimos, 15 céntimos, 18 céntimos que te clavan. Da lo mismo, hijo, cada semana es un goteo; un goteo: 6 €, 13 €, 9 €... Mira, mira esta caja... Todas éstas son recetas con su ticket... Por si un día nos las pagan. Qué no creo. No creo que yo llegue a ver que me devuelven el dinero. Antes me habré muerto.

En el pueblo. En cualquier pueblo de España, decenas, cientos, miles de ancianos reciben cada día el aguijonazo del pago por receta. ¡Ay, los estragos del copago! Y éstas, las recetas, como si fueran reliquias, las van amontonando con sus vidas agotadas, con su ticket correspondiente grapado, en una caja o en el cajón de alguna cómoda donde están convencidos de que un día amarillearán de viejas hasta podrirse sin que la Administración sanitaria haya llegado a devolverles su dinero.

Pero, aunque se lo devuelvan, el mal está ya hecho. A esta legión de ancianos, que apenas tienen para los gastos de primera necesidad con sus míseras pensiones, cada vez que el médico de familia les expende una receta es como si un mosquito inmisericorde les aguijonease hasta hacerles sangre.

En la casa de los ancianos Julia y Pedro las pastillas son el salvavidas desde hace al menos una década. Ella, enferma crónica pluripatológica, toma diariamente 16, aunque en sus “buenos tiempos” llegó a tomar 24. El abuelo, ¡menos mal!, sólo toma 5 al día, que, para sus 87 años cumplidos, no está nada mal.

Cada semana, una vecina se acerca a la farmacia y les hace “efectivo” el paquete de recetas que les ha expedido el médico. Cuando vuelve con la bolsa de fármacos a casa, hacen cuentas. Y el entusiasta Pedro apunta en una libreta lo que han tenido que pagar. Casi siempre la cuenta supera los diez euros... Y la lista empieza a ser tan larga que al sumar las cifras se le bailan y el hombre se confunde. Es normal. “¡Esta memoria mía, cómo se me ha ido últimamente...!”, repite pensativo. Pero él insiste e insiste, se pone nervioso, empieza a despotricar y termina por emprenderla con Rajoy...

—¡El chupasangre ese! No, si es mejor que nos muramos de una vez; que nos den cacharrazo... Así dejaríamos de estorbar, que es lo que quieren.

El copago entró en vigor el pasado uno de julio. A los miles de pensionistas que no ingresan al año más de 18.000 € —como es el caso de los protagonistas de esta historia—, les correspondería pagar, según el Real Decreto-ley, 8 € al mes solamente. Pero el Estado, la Comunidad Autónoma correspondiente en este caso, prefiere cobrar siempre el porcentaje estipulado por cada receta y prometerle a los ancianos que le devolverán la diferencia entre esos 8 € y lo cobrado de más, algún día. Es decir, que los pensionistas como Julia y Pedro —casi, casi, insolventes— están financiando al Estado todopoderoso que financia a los bancos a su vez para que estos tapen los agujeros generados por su mala gestión.

Sin ánimo de hacer demagogia, ¿no sería más justo que una vez superasen esos 8 € de gasto mensual, los ancianos recibiesen, como antes, las medicinas gratis? El Estado, la Comunidad Autónoma, la farmacia, el médico, el administrativo de turno... Todos se ahorrarían tiempo y un montón de papeleos. Y a estos miles y miles de viejos, que ni fuerza tienen ya para protestar, dejarían de chuparles la sangre con sus actos los políticos, y así evitarían matarles poco a poco, que es lo que están haciendo.

Nota.- Los nombres de los protagonistas son ficticios, pero lo que se cuenta es tan real como la vida misma.

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