Javier Arenas ha dicho en la campaña a las elecciones andaluzas: “¡No creo en el copago!”. Y Mariano Rajoy, más o menos lo mismo. El copago..., ese reciente neologismo que tantos ríos de tinta ha provocado ya, y que, por lo visto, va a ser palabra de uso común a partir de ahora. Y dijo Arenas la frase el mismo día en que sus compañeros de partido apoyaban la entrada en vigor de esta medida en Cataluña, en junio: un euro a pagar por cada receta hasta un máximo de 62 al año, siempre que el medicamento solicitado no cueste más de 1,67 €. También, es verdad, con algunas exenciones: se exime a las pensiones no contributivas de pagar y a las rentas mínimas de inserción. Pero la impresión que se tiene es que la puerta de “un impuesto extra” para financiar la sanidad pública ya está abierta, y sólo falta saber qué comunidad autónoma será la siguiente y si esta medida se extenderá a todo el Estado, que sospechamos que sí.
Rajoy, presidente del Gobierno, Arenas, candidato a presidir la Junta de Andalucía el próximo domingo, 25 de marzo, y todos los que se desgañitan estos días para hacerse con un escaño en el Parlamento andaluz, saben muy bien que en campaña —aunque, en estos tiempos, los políticos lo practican a diario— uno puede prometer lo que quiera; prometer el lucero del alba si hace falta, sin que de ello se desprenda la obligación de alcanzarlo. “Y no sólo ‘puede’, sino que ‘debe’ promete lo que sea, además, si quiere ganar”, me dijo un candidato, una vez, recordando El manual del político. Fue entonces cuando pude comprobar que el subterfugio y el eufemismo son armas de uso corriente en política.
Así pues, ya tiene usted aquí, ciudadano, “la medicina” que la derecha reclama para poder mantener el Sistema Nacional de Salud (SNS) en sus actuales condiciones. Medicina y receta que van a aplicar, probablemente muy pronto, aunque, por ahora, sus políticos pregonen a los cuatro vientos lo contrario mientras viven sumidos en un mar de dudas y de contradicciones..., al menos hasta que pasen las elecciones andaluzas. Mientras la ministra de Sanidad, Ana Mato, asegura que “el Gobierno está valorando una fórmula de copago para todo el Estado...”, el consejero de Salud de la Comunidad Valenciana, Luis Eduardo Rosado, proclama que “hay que cambiar todo...”. En términos similares se expresan también los presidentes de Murcia o Galicia. Este último, Alberto Núñez Feijóo, ha lanzado la idea de que se pague por las medicinas en función de la renta. En definitiva, todos dicen de alguna manera y con la boca pequeña que de copago, “ni hablar”, pero lo dicen de un modo que da qué pensar...
¿Pero que es el copago?, ¿a quién beneficia? ¿es la solución, la medida adecuada, para seguir gozando de las mismas prestaciones sanitarias que se tienen ahora en España? El copago no es, probablemente, más que un atajo entre la necesidad de conseguir más financiación “como sea” para la SNS y la conveniencia de concienciar al ciudadano de que ha de hacer “un uso mejor” de su sistema sanitario. Lo que para unos es un argumento recaudatorio, válido también para persuadir y concienciar (los que están a favor, así lo creen), para otros sólo es una medida inútil que no va a servir para aportar más recursos ni para concienciar a nadie. Al contrario, el copago es una carga de profundidad en el concepto universal y gratuito de la asistencia sanitaria pública. Esteban García-Albea lo tildaba, en un artículo en El País, de “injusto, ineficaz y de culpabilizar al enfermo”, llegando a hablar, incluso, de “la enfermedad como pecado”, al sentirse éste, el enfermo, culpable de su enfermedad y de malgastar los recursos públicos con el uso que hace de ellos. Pero también están en contra sindicatos como el Satse, de enfermería, que lo denomina “repago” y del que dice que "no es útil, ni disminuye el gasto y provoca desigualdades sociales". O la Federación de Asociaciones para la Defensa de la Sanidad Pública (FADSP) que tilda, incluso, la medida tomada por el gobierno catalán de cobrar un euro por receta de "ilegal".
Sobre el copago hay informes a favor y en contra; todos los que se quieran. Es decir, como siempre, se acumulan opiniones para todos los gustos sobre la necesidad de dotar de más recursos al SNS y de aquilatar su eficiencia. Porque, como apunta también Enrique Costa Lombardía, el copago puede ser una medida para “avivar la prudencia” y concienciación del usuario, “disuadir” y “disminuir el despilfarro”. Pues muy bien. ¿Y no será, también, que detrás del copago se ocultan otras intenciones más sibilinas? ¡Con las ganas que tienen las multinacionales de hincarle el diente a la sanidad pública española!
Universalizar medidas como la del copago va a alimentar la posibilidad de pervertir y abrir esa espita del “pague usted por ir al médico”, generando con ello más confusión, mientras se fortalece la idea que ya rige en Madrid, Comunidad Valenciana y Cataluña, donde la gestión privada es un hecho en el ámbito sanitario público. El copago será, en definitiva, si no se plantea bien y se arropa con políticas de equidad, además de apoyarlo con campañas de concienciación dirigidas tanto a los usuarios como a los profesionales sanitarios a fin de hacer real esa idea de “cuide usted más y mejor” la sanidad que tenemos, una fisura por el que el “estupendo” sistema sanitario público español empezará a hacer agua. Y si no, al tiempo
Usted pagará por sus recetas y por su mala cabeza, es lo que parecen querer decir quiénes amenazan con implantar el copago sin más, o se empeñan en que paguemos más como sea, además de esos impuestos directos e indirectos que todos pagamos ya para tener la sanidad pública que tenemos. A ninguno de esos políticos que abogan por implantarlo se les oye hablar de prevención, de resolver las listas de espera, de haber descuidado la Atención Primaria (AP) en beneficio de la especializada, de la necesidad de formar e informar a la población para que en el primer nivel asistencial, la AP, se regule y contenga el acceso y demanda en sus justos términos; no se les oye hablar de reforzar servicios como el de la enfermería comunitaria, o de prestar más apoyo a los médicos de familia o, en una palabra, de aportar más recursos, sí, más recursos, que, ¿por qué no? podrían sustraerse de otras partidas del presupuesto sanitario o mejorando la burocracia y gestión de algunos servicios. Todas aquellas personas que colapsan a diario —esto nadie lo duda—, los servicios de Urgencias —algunos hablan de que más de un 70% de los que acuden lo hacen innecesariamente— deberían pasar antes por el filtro de la AP, ¿no? Pero esto no ocurre. Una vieja historia, la del desarrollo y refuerzo en la AP, que nunca terminó de desarrollarse y para la que ahora se busca un atajo cobrándole a los enfermos equis euros por cada receta que se les va a dispensar.