La fuga ‘legal’ del preso más antiguo

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Miguel Montes Neira, el preso sin delitos de sangre más antiguo de España que fue indultado por el Gobierno en el último Consejo de Ministros. / Captura de YouTube

Encarnación gasta unas profundas ojeras. Las luce desde hace meses. Antes, coronadas por unos intensos ojos tristes. Ahora, apenas disimuladas por una sonrisa que viste hace dos días. Justo tras conocer de boca de su abogado, Félix Ángel Martín, que su hermano, Miguel Montes Neira, salía a la calle. A su hermano le llaman ‘el preso más antiguo de España’. Y es que ha pasado más de la mitad de su vida en prisión, recorriendo las cárceles de media España. Desde 1976, amontona más de 30 condenas por delitos menores pero en su historial no se lee ningún delito de sangre. Quizás ahora Manuel tenga que cambiar de apellido. El Gobierno decidió el viernes pasado en su último Consejo de Ministros indultarle. En el anterior lo había hecho con Alfredo Sáenz condenado por el Tribunal Supremo a tres meses de prisión por haber acusado falsamente a unos deudores de Banesto cuando era su presidente. La iniciativa generó muchas críticas y la familia de Manuel recordó que más de 48.000 firmas apoyaban su petición. Incluso, habían logrado recabar el apoyo de la Defensora del pueblo, María Luisa Cava de Llano. Era la primera vez que esta institución lo hacía públicamente.

Félix, el último letrado que ha asumido su defensa instó al Gobierno a perdonarle el pasado mes de abril. Era su última baza para lograr esa puerta a la libertad de este hombre de 61 años que empezaba a hipotecar su salud en huelgas de hambre para clamar por su libertad desde su cueva en la celda de la prisión granadina de Albolote. Su abogado explicaba entonces que, de no concederse el indulto, no podría salir en libertad hasta 2021, fecha en la que habría cumplido su deuda por 24 delitos menores y cinco fugas.

En realidad, asegura su abogado, debía haber quedado libre en 2010 por una acumulación de condenas, pero la Justicia rechazó refundirlas argumentando que eso sólo se puede hacer en delitos que pueden ser juzgados en el mismo proceso. Y los que él ha cometido están espaciados en el tiempo. Y mientras el abogado explica por qué las leyes debían hacer ‘justicia’ a este preso, su hermana, con la voz desgarrada, completaba los argumentos técnicos con anécdotas que tiñen de tristeza la historia del preso cautivo, a su juicio, de la injusticia. Miguel es un preso cautivo de sus fechorías, que son muchas, pero también, dicen, desde hace años, de la injusticia. Poco después de haber sido padre por segunda vez, lo pilló la policía y volvió a la cárcel. Cuando sus hijas iban a visitarlo, les decía que estaba en una fábrica de cerámica. Ellas le contestaban: "Papi, ya tenemos mucho dinero. No sigas trabajando y vente con nosotras". No supieron que su padre estaba preso hasta que en su siguiente fuga la policía lo detuvo en casa. Félix también había explorado otros caminos judiciales. Mientras esperaban esta medida de gracia, había conseguido que el Tribunal Supremo ordenara a la Audiencia de Granada dictar un auto más claro para poder decidir sobre su excarcelación.

Miguel, entre tanto, desde su celda, labraba su propia defensa y se ponía en huelga de hambre, la tercera en dos años. Ya recurrió a este recurso en 2009 con el mismo objetivo durante 80 días. Su hermana, como portavoz, contaba que lo hacía para reclamar morir en libertad. Lo hacía en contra del parecer de su familia que lo prefería vivo -aún enjaulado-, a muerto, pero libre. Y creía haber fracasado tras 125 días sin probar apenas alimento. La Audiencia Provincial de Granada, la Fiscalía y la prisión de Albolote se habían declarado en contra de su excarcelación. Miguel se derrumba por momentos: “Ojos ya no tengo, boca casi tampoco porque me faltan dientes... Si cometo otro fallo, que me condenen, pero ya he saldado mis cuentas”, decía en boca de Encarnación. El Gobierno se les ha adelantado, aunque ahora hay que fijar los límites a esta libertad sobrevenida.

Miguel se confiesa granadino de nacimiento y convicción. Antes de vivir en cautividad, se formó como fontanero. En una de las fugas conoció a la mujer con la que se casaría para divorciarse más tarde. En otra escapada volvió a enamorarse y tuvo dos hijas, Estrella, de 13 años, y Ángeles, de 15. Vivió en Marruecos, pero volvió a Andalucía porque echaba de menos estar con toda su familia. Es la vez que más ha estado fuera. En la cárcel, lee libros, ayuda a otros presos a salir de las drogas y se dedica a esculpir sobre todo rostros del cantaor flamenco Camarón al que venera. Algunas de sus piezas las ha vendido y ha enviado los  beneficio a la viuda del artista que atraviesa dificultades económicas.

Su historial carcelario es largo, de esos en los que podría gastarse un diario tras otro. Y no todas las páginas se pueden escribir en blanco y sin tacha. Miguel ingresó en la cárcel el 7 de octubre de 1976 por desertar del ejército. Esa fue la primera condena, pero no la primera vez que había pisado una prisión. Fue con 16 años, tras un robo en el barrio granadino del Zaidín. No fue él, dice Encarna. Ella sigue convencida de que había una mano negra detrás de aquella primera detención: “A los 12 años, mi hermano jugaba a indios con otros niños. Un día, su flecha golpeó sin querer a otro niño, que era el hijo de un policía nacional. El padre nunca se lo perdonó”. Y esa, para ella, fue la venganza, y la primera marca que condicionó su destino.

El resto se relata a golpe de sentencias y quebrantamientos de condena por intentos de fuga y delitos diversos; robo con violencia, detención ilegal, allanamiento de morada, falsificación de documentos públicos, tráfico de drogas, tenencia de armas, contra la seguridad de tráfico, desórdenes públicos... También seis fugas, la última, en noviembre de 2009, aprovechando un permiso de dos horas para asistir al velatorio de su madre. Miguel siempre consideró su libertad como un derecho, explica su hermana. Por eso, dice, nunca ha dudado en fugarse cuando ha podido. Y no se arrepiente, aunque sí de los delitos que ha cometido. “En la calle siempre he vivido cada momento como si fuera el último, porque cada momento podía serlo”, decía. En una carta abierta, se leía su desesperación: “Así no hay quien viva o quiera vivir”. Amontona historias de fugas. Sus favoritas; los hospitales, siempre menos vigilados, y a los que llegaba tras excusas y montajes muy creíbles. Ocurrió, por ejemplo, cuando intentó ahorcarse en su celda. Lo llevaron al Hospital Civil de Málaga con dos costillas rotas por la reanimación. La ventana fue su puerta hacia la libertad. O aquella, en 1979, al escapar de la prisión militar de alta seguridad de Ceuta cuando estaba en una celda de castigo por insubordinación: “el zulo estaba cerca de las cloacas y consiguió escapar”.

Sin embargo, cuando quedaba en libertad, ya fuera por permisos o por evasiones, cometía nuevos delitos y más graves. En mayo de 1994 salió en libertad condicional y en diciembre de 1996, con dos cómplices, retuvo a punta de pistola a dos joyeros a los que robó dinero y joyas tanto en su domicilio como en su taller. El 1 de enero de 1997, junto a un cómplice, retuvo a un padre y su hija, haciéndose pasar por policía. Una vez en su vivienda, los amenazaron con armas para que abrieran la caja fuerte. No consumaron ese robo.

En agosto de 2003 se le concedió un permiso, del que no regresó. En el verano de 2006, junto a tres cómplices, amenazó y golpeó con una pistola a un hombre que regresaba a su casa. Al acudir la mujer al garaje, tras oír los gritos, fue agarrada por el cuello por los cómplices de Montes, que la amenazaron con cortar un dedo a su marido si no abría la caja fuerte. Tras sustraer dinero y joyas, dejaron al hombre maniatado y amenazaron a la mujer con matarlos si avisaba. Un mes más tarde, junto a cuatro cómplices, entraron en un domicilio haciéndose pasar otra vez por policía, maniataron y amordazaron a la persona que vivía allí y Montes lo golpeó en la cabeza con la pistola. En la huida de este robo fueron sorprendidos por la Guardia Civil. Él fue condenado a 13 años.

Encarna revisa la lista de delitos de su hermano, convencida de que su participación en el atraco a una joyería de Córdoba debería ser revocada ya que una de las víctimas escribió reconociendo que Miguel desistió del robo. Su abogado, Félix Ángel Martín, argumenta que si se le aplicaran los beneficios penitenciarios que ha acumulado y los días en preventiva, Miguel sumaría 41 años cumplidos de cárcel. La Ley en este punto es interpretable y, de ahí que sus argumentos al solicitar el indulto se bases en su concesión, no por su inocencia, sino porque ya ha pagado por el daño que ha causado. Añade que no ha sido nunca un preso peligroso. Y hasta reciben en casa cartas y llamadas de los familiares de muchos presos a los que ha rehabilitado de las garras de las drogas. Miguel es una institución para muchos de ellos. En julio de 2011 más de 30 presos firmaron un escrito en el que se mostraban dispuestos a acompañarle en la huelga de hambre que hacía entonces. “Lucho por mi libertad, no por la vuestra”, les dijo y desistieron.

De no haber recibido la medida de gracia, no habría pisado la calle hasta el 2 de septiembre de 2021, con 71 años. “No vivirá 10 años más y tampoco quiere vivirlos ahí dentro”, explicaba Encarnación. Con sus fugas ha arañado 1.386 días de libertad. Si los descontamos del tiempo de sus condenas, este hombre ha pasado casi 32 de los últimos 35 años entre los muros de las prisiones españolas. El indulto del gobierno es parcial, pero le permitirá salir a la calle. Será la primera vez que sus hijas lo vean en libertad. Ahí quedan sus palabras: “No vengáis con el coche hasta la puerta. Quiero sentir la libertad”.

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