La eterna sonrisa de un gladiolo

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Cuando Laura Pollán te abría la puerta de su casa en la calle Neptuno de La Habana te abría la puerta a su vida. No podía evitarlo. Su invitación era una invitación a conocer y compartir una lucha, la de la líder de las Damas de Blanco, un movimiento surgido en la primavera de 2003 como reacción a la detención de 75 opositores por el Gobierno cubano. Setenta y cinco hombres encarcelados por levantar la bandera de la libertad en un país aletargado por la dictadura castrista. Ése fue su delito. Uno de ellos era Héctor Maseda, marido de Laura Pollán. Cuando lo encarcelaron ella se convirtió en su voz. Una pequeña mujer para una gran lucha que supo sorprender por su tenacidad y sus armas. Las Damas no gritaban. No saboteaban. Sólo caminaban por las calles de la Habana con un gladiolo como única arma. Paz contra violencia. Flores contra los insultos. Y todo bajo la directriz de aquella mirada de cálidos ojos azules y sonrisa franca. Laura tenía vehemencia, convicción  y fe en lo que hacía y consiguió cosechar una serie de victorias contra el férreo régimen. Ella fue el alma y uno de los rostros más conocidos de la causa por los presos políticos cubanos y consiguió ver liberado al suyo propio. Pero su voz se apagó  el pasado viernes 14 de octubre, a los 62 años, en el hospital Calixto García, en La Habana, tras una semana en estado muy grave por una insuficiencia respiratoria y descompensación diabética. Moría una líder, pero no una lucha.

Laura solía repetir que ella no se dedicaba a la política sino a la defensa de los derechos humanos y tenía razón. La suya era la defensa de los seres humanos, de los ciudadanos, de una dictadura que imponía reglas y decidía quién podía o no vivir en libertad y cómo hacerlo; de una dictadura que cercenaba vidas. “Precisamente esta palabra, libertad, es la única que no le escuché a mi marido”, recuerdo que me dijo. Pero ellas sí tenían claro el valor de aquella palabra y ella lo repetía mirando a los ojos, no desafiando, pero sí venciendo cualquier línea de duda de su interlocutor. “Mientras quede un preso político, habrá Damas de Blanco luchando por su libertad”, aseguraba. Por eso, las Damas no desaparecieron después de que el último de los Grupos de los 75 fue liberado. Y no era fácil mantener aquella batalla. A ella, como a casi todas las demás, la habían golpeado y hasta pateado. Pero la certeza de estar en el buen camino la ayudaba a curar heridas. Tampoco le importaba los insultos o que la denominasen mercenaria al servicio del gobierno de Estados Unidos. Decía que ella era una disidente y, por tanto, para el gobierno cubano una mercenaria.

Una disidente cubana, profesora de literatura y esposa de un periodista que cometió un delito; pensar y opinar. A ella le bastaba con ejercer su profesión, con enseñar en su pequeña escuela,  y nunca había aspirado a convertirse en política, hasta que su marido engrosó la lista de los detenidos por el régimen. Lo condenaron a 20 años de cárcel. Sin embargo, ella pensaba que a él, como a la mayoría, lo habían condenado por hacer suyo el Proyecto Varela, un movimiento promovido por Oswaldo Payá, líder del Movimiento Cristiano de Liberación, con el objetivo de promover reformas democratizadoras en Cuba aprovechando los resquicios de  la Constitución cubana. “No pudieron con el líder, con el cabecilla,  y castigaron a los ayudantes, a nuestros maridos”, afirmaba. Entonces, ella asumió sus reivindicaciones y constituyó un movimiento que disparaba directamente a la conciencia de los cubanos. Esa era su virtud y su fuerza. Y Laura lo sabía. Nunca quiso irse de Cuba. Creía que su misión estaba en su tierra. “El pueblo está despertando”, decía. Su humilde casa era el centro neurálgico de reuniones y conversaciones de las Damas. Y atravesó momentos muy difíciles. El movimiento tenía su propia seña de identidad. Todos los domingos, al salir de misa en la parroquia de Santa Rita, las Damas de Blanco caminaban en silencio con un gladiolo en la mano. El régimen no supo cómo reaccionar ante aquella rebelión cívica. Primero, las observaron. Luego, las golpearon e insultaron. Pero no desfallecieron. Ante la brutalidad policial algunas se quedaron en el camino, pero Laura nunca dejo de encabezar aquella columna silenciosa. Junto a ella,  sus fieles Berta Soler y Julita Núñez. Y las demás, volvieron a unírseles. Las Damas de Blanco consiguieron saltar las fronteras. Su lucha y su labor diaria no era obstáculo para descuidar las visitas a las lejanas cárceles para ver y animar a sus maridos encerrados. El premio Sajarov les dio respeto y reconocimiento.

Se apagaron sus ojos azules, pero no su lucha. En su lugar, Berta, su gran amiga y su mano derecha, continuará en su lucha. Ayer, las Damas volvieron a marchar en su honor. Era un homenaje y un aviso al régimen; no cejarán en su caminar hasta que la palabra libertad cobre sentido en la Isla. Y, de fondo, retumban las palabra de aquella pequeña mujer y hablar pausado. “Yo no sé de democracia, pero cuando todo el mundo dice que un Gobierno lo está haciendo mal, será porque ese Gobierno no es bueno”. Palabras llanas que revisten una gran verdad.

1 Comment
  1. Patronio says

    Y con el dinero de las mafias de Miami detrás.

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