La comunicación acorrala al periodismo; al sanitario, también

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En un coloquio sobre Periodismo sanitario y medios de comunicación celebrado recientemente en la Real Academia de Medicina de Sevilla, la más antigua de España —sus orígenes se remontan a 1697—, dos de los ponentes como Fernando González Urbaneja, presidente de la Asociación de la Prensa de Madrid, o Gonzalo Casino, médico y periodista científico de El País durante más de dos décadas, auguraron la muerte del periodismo. No de la información, entiéndase, que es abundante y revolotea como nunca entre nosotros, sino del oficio; un oficio tan viejo y tan simple, aparentemente, tan apasionante también, como es contar lo que pasa en el mundo con objetividad y rigor, contrastando las fuentes primero y no dejando, después, que quienes facilitan las informaciones nos den gato por liebre.

Y es que hoy, por seguir con “los gatos y liebres”, los llamados comunicados de prensa, entre otros, son esos gatos golosos que envenenan al periodismo al que impiden o entorpecen en su afán de cazar a las liebres; o sea, las noticias. Sirva como ejemplo ese “rumboso menino” de las falsas ruedas de prensa a las que se las presenta con un “hoy no se admiten preguntas”. ¿A qué van, entonces, los periodistas?  Y la respuesta, no crean, tiene su intríngulis. Porque existe un mecanismo perverso que tiene ya, más o menos, su statu quo establecido. Por eso, permítaseme que lo explique, aunque sea sucintamente, a los que no son periodistas.

No hay organización que se precie que no tenga hoy lo que pomposamente se llama Departamento Comunicación o Gabinete de Prensa. Lejos queda aquel dicho de... “De lo que no se habla no existe”. ¡Hoy se habla de todo! ¡Y abundantemente y embarullado! Hasta de lo que no tiene importancia se habla. Así que, para poder existir y subsistir, mil instituciones, importantes o desconocidas, empresas de toda laya, hacen llegar a los medios de comunicación sus argumentos, regularmente.

“Notas de prensa”, “comunicados” o “informes” son los documentos más comunes con los que se nos presenta la información. Y el periodista respira; ya tiene a qué agarrarse. Sin embargo, lo procedente, en principio, sería que le sirviese ese documento para tirar de algún hilo (en caso de interesarle el tema); de un hilo que le llevaría a elaborar su propia noticia. Llamar a la parte contraria es de obligado cumplimiento. Y matizar esos folios con dudas y empeños, también. Y luego hay otras fuentes, que normalmente no aparecen en la “información” recibida ni se imaginan, que, a la postre, son las que terminan poniendo en su sitio a esas “notas”, “informes” y “comunicados” recibidos.

¿Qué hace hoy, en cambio, el periodismo? Copia la nota casi tal cual (no siempre, claro) o mejor, la trastoca y así parecerá que se trata de una noticia original; y, si son sólo imágenes, se emiten sin más... Hoy no queda tiempo para que macere un informe. Hay que colgar en la red el titular antes que nadie. Así ocurre, últimamente, que siempre que se produce alguna catástrofe los muertos bailan en número en función de la hora que marca el reloj. Ora eran una docena a las 10, ora son cinco... o son seis media hora más tarde.

En fin, no quiero extenderme en este proceso y sí remitir al lector al periodismo sanitario o científico, motivo principal de este blog. En ningún otro estanque como el de la información sobre la salud o la ciencia chapotean tantos intereses ocultos y se intenta ejercer tanta manipulación. A estas alturas es ya vox populi —existen ejemplos sonados, el más reciente el de la gripe A—, se sabe que muchos estudios que se catalogan de “científicos” no son más que “panfletos”, textos con datos manipulados; se sabe que no siempre que un artículo alaba o ensalza a un determinado producto, a un medicamento, a una técnica terapéutica novedosa..., dice la verdad, sino que no es otra cosa que un texto propagandístico, pagado por la industria.

En este rincón del periodismo, en el de la biomedicina por ejemplo, abundan los impostores que sólo persiguen su particular beneficio. La vida es demasiado valiosa, claro, como para no luchar por ella, aunque sea con mentiras, pienso que piensan quienes manipulan de esta forma algo tan delicado como la información sanitaria. Pues no es lo mismo dar información sobre un fármaco que sobre el fichaje de un equipo de fútbol.

De esto se habló en el coloquio antes citado y se dijo que tanta información, ¡más de un millón de artículos científicos publicados al año solamente en inglés sobre biomedicina!, no facilitaban las cosas. Y sí propiciaban ese tipo de relación que más arriba he descrito entre la información y el periodismo. Con frecuencia los periodistas científicos se limitan a replicar lo que leen en New England Journal of Medicina, JAMA, o en cualquier otra revista científica. El periodista especialista, ante la imposibilidad de cribar tanta información como le llega, ante la falta de tiempo, ante la presión del medio para el que trabaja que ya, ya, le reclama un titular, una entradilla, “un breve”... para colgar en la red; ante el interés económico de la empresa, por encima de cualquier otro interés ideológico o social..., el periodista no va hacer otra cosa que “tirar” de aquel tema que más le sugiere, que más atractivo le parece, y que sirva, sobre todo, para suscitar el interés del lector, el oyente o el espectador, sin plantearse siquiera un mínimo chequeo: cruce de datos y contraste de fuentes... Sólo para saber si es verdad o mentira lo que cuenta, escribe o muestra en imágenes ese “artículo científico”, “comunicado”, “nota” o “informe” que ha recibido.

Bien. Pues así están las cosas del periodismo. Afortunadamente, muchos profesionales todavía siguen luchando para que esto no esté del todo perdido. Desde aquí reivindico —y en este caso comparto con Fernando G. Urbaneja— el concepto de “periodista no es sinónimo de especialista”. Sí, porque el buen periodista de salud o de economía, pongamos por caso, no tiene por qué ser médico o economista, entiendo yo. Su especialidad es ser periodista, es decir, ser ese buen profesional que informa correctamente de acuerdo a las reglas y principios deontológicos del oficio. No estoy seguro de que un médico, y además periodista por haber estudiado esta carrera también, cuente mejor una noticia sanitaria que el periodista a secas que hace bien su trabajo; es decir, que contrasta las fuentes, que pide que se le aclaren las dudas y desmenuza la información hasta hacerla legible y comprensible... No, no creo que para hacer Periodismo (con mayúsculas) sea necesario tener una especialización, además. Por supuesto que cuanto más se sepa, mejor; más fácil será comprender lo que se ha de contar. Pero estos conocimientos “extras” (que sí se agradecen) solo redundarán en beneficio de la noticia que harán que ésta sea más sólida, tenga más contenido, esté más y mejor informada... Pero de ahí a considerar la especialización como imprescindible hay un trecho.

En cualquier caso, el título que encabeza este artículo no es más que un toque de atención sobre lo que le está pasando al oficio de informar. Aunque supongo que es propio de la condición humana el dejarse llevar por lo fácil, por el placer inmediato, por la “chispa” informativa frente a la información elaborada..., la realidad es que la Comunicación, en su sentido más amplio, está engullendo al periodismo. Y esto conviene tenerlo claro porque es justamente aquí donde empieza a perderse el oficio. Porque oficio es preguntar en las ruedas de prensa o tomar la “nota informativa” o el artículo científico y empezar a indagar y a contrastar la información que aportan con otras voces para saber qué hay de verdad o mentira en lo que se nos cuenta, o qué falta. A la postre.., no sé si el problema... va a ser que, como todo lo bueno, también el buen periodismo resulta caro. Y no están los tiempos para dispendios, claro.

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