José María Mijangos *
En añorados tiempos, la Eurocopa se deslizaba al final de temporada casi sigilosamente, como pidiendo permiso al languidecer las duras competiciones nacionales. Significaba un bono para que las mejores selecciones se diesen un garbeo quincenal por las grandes capitales de Europa y pudieran amañar una modesta prima con la que llevar a la familia a la playa. Era como una resaca del mundial pasado y un aperitivo por el que venía. Aún recuerdo la Eurocopa de Francia, en 1984, con ocho equipos participando y una España sorteando rivales en el último minuto o por penalties, y con un Arconada inconmensurable hasta su pifia en la final contra los anfitriones. Entonces la competición duraba dos semanas, los equipos jugaban cinco partidos como máximo y el ganador celebraba el triunfo invitando a una ronda en el bar más cercano y disculpándose después con la parienta por no haberle dicho dónde iba a pasar la tarde.
Pero todo eso cambió con el invento de la globalización. Ahora la competición dura un mes; juegan más equipos que países hay en Europa, se retransmiten los duelos hasta en Júpiter, y el palco de prebostes de la UEFA ha aumentado hasta ocupar la mitad del estadio y el restaurante de la Torre Eiffel. Selecciones como Albania o Gales, que sólo habían visto la competición por televisión y cuando la señal era buena, participan en el evento con impecable profesionalidad, elevando la testa cuando suena el himno, como tantas veces han visto hacer a los alemanes, esos hombretones de jeta enhiesta que siempre llegan a las finales, (aunque a veces las pierdan).
Por mor de los beneficios televisivos, la primera fase suele ser un tostón donde se pueden perder los partidos y aún así clasificarse y esperar a que la estrella del equipo se decida a llegar de una juerga en Ibiza para jugar los octavos de final. El negocio es el negocio, y prima la cantidad sobre la calidad. Lo de menos es el encuentro, total, se van a jugar más. A falta de competición, son las actividades recreativas las que ocupan el tiempo de los contribuyentes, y si son ingleses, más. La nueva generación de hooligans parece haber olvidado lo acontecido en Heysel, treinta años atrás, y que supuso el ostracismo de los equipos ingleses en las competiciones europeas durante cinco años. Entonces reflexionaron, y a golpe de sanción parecieron comprender la tragedia que habían provocado. Llevó su tiempo, pero lo hicieron. Hoy sus hijos parecen haberlo olvidado y retornan a la violencia gratuita, total, para ver jugar a Inglaterra y aburrirnos , mejor nos majamos a palos con todos los que vivan fuera de la Isla.
El ministro del Interior reaccionó de inmediato. Prohibido el alcohol y los ingleses. Bueno, de momento, sólo el alcohol por las divisas. La imagen es lo importante, y de las huelgas por la reforma laboral, ya nos ocuparemos después de la Eurocopa. Todo suena a un poco impostado, como una película de terror que aguantamos con desagrado sólo por ver el careto del asesino múltiple y poder escupir en la pantalla.
Y hablamos de nuestra selección, que desde la Eurocopa de Luis, ocho años ha, se ha deslizado por la vertiente del juego correcto y la tranquilidad, gracias a Vicente del Bosque, un entrenador que de haber estado en el Titanic habría apurado con calma su copa de coñac y terminado de leer el periódico en la punta del iceberg, para enterarse qué había hecho el filial contra la Sepulvedana, parece querer apuntarse a la juerga continental con escándalos sexuales como si ya fuéramos europeos de primera división. Al fin y al cabo, ¿qué depravaciones tienen los ingleses que no podamos tener nosotros?. Mandamos a nuestro portero a Manchester y que se empape de las costumbres imperiales. Nosotros no somos menos que nadie
Y es que nuestro combinado oscila sobre el runrún de antaño; no sabemos si sí o si no, y eso siempre nos ha perjudicado. En las dos últimas Eurocopas, los jugadores escuchaban los partidos por la radio y cuando llegaba la final se desperezaban y se vestían de corto para cumplir con el expediente y ganar. En esta Eurocopa, parece ser distinto. Hay que sudar en el calentamiento, y además, no sabemos lo que nos espera.
Hoy, contra Chequia, a España le costó desperezarse, como si aún durara el mal sueño del mundial brasileño. Con una alineación prometedora, fue creando ocasiones, hasta que al final, Piqué tuvo que hacer el trabajo que los delanteros no habían culminado. Sin que sirva de precedente, España comenzó con un buen resultado. La función circense recién comenzó. Todavía han de salir todas las fieras.