Antonio de la Torre *
Ver jugar a la selección se ha convertido en un acto reconocible. Es como ir al parque de atracciones: puede llover, haber mucha cola para entrar, o devorarte la ansiedad -esa ansiedad infantil añorada desde los tiempos de Naranjito cuando lloré al ver eliminada la selección en el 82, mientras yo miraba impotente mi álbum de cromos-, pero tienes la diversión asegurada. Cuando a alguien se le instala la pasión por el fútbol en la infancia, sabes que es un sentimiento que no te va a abandonar. Y por lo tanto, te colmara de penas y alegrías.
Después de ver a España in situ ganar la Eurocopa y el Mundial, me resulta difícil digerir tanto éxito. Y yo lo se bien, porque procedo de familia humilde y puedo decir, no sin cierto pudor, que estoy entre ese grupo privilegiado de españoles que pueden vivir de su oficio. En mi caso además, un oficio de cierta repercusión social. Aunque obviamente no tanto como la de un futbolista. ¡Estos futbolistas! He podido ver titulares sonrojares con la palabra rescate apelando a esa necesidad de un refugio ganador, de una dosis de entusiasmo.
Analizar el partido frente a Irlanda se me antoja difícil y simple a la vez, como actor, como periodista, como ciudadano. La selección española ha convertido el fútbol en un arte, una suerte de asociación colectiva, con un sentido de puesta en escena operística. En este equipo funciona lo colectivo y cada jugador tiene su momento de protagonismo. Al margen de Iniesta-Silva que son el dúo mágico de la Eurocopa; o de Torres-Cesc que impulsan un maravilloso debate sobre la táctica y la definición, en este grupo como digo, hay protagonismo para todos: si Navas fue el primer día, hoy han tenido su cachito Javi Martínez, o Cazorla. Cierto que Irlanda ya posee el dudoso récord de ser la primera selección eliminada, pero estoy convencido que este grupo es un oasis en medio de ese ambiente de "miedocridad" que rodea al futbol y en cierto modo a toda Europa. Este continente viejo y despistado que ahora celebra su gran fiesta deportiva.
En cierta ocasión, al parecer dije en un programa de radio: "el talento puede con todas las crisis". Ahora, tras ver este partido, tras estos cuatros años de magia futbolística, si que pienso que este equipo simbólicamente alumbra muchas respuestas. Me gusta cuando Del Bosque -en esta España ruidosa y cabreada- asume con naturalidad que no puede contentar a todo el mundo. Me gusta este hombre que ama su trabajo y privilegia el esfuerzo con bondad, por encima de los resultados. Memorable y tierna su frase a Zapatero: "siempre que llueve, escampa".
Admiro a las personas que hacen su trabajo, a estos chavales que viven con pasión su oficio, y que dan alegrías. Me dicen que son unos chicos encantadores, unos jóvenes que hacen lo que saben, con la mayor naturalidad posible. ¡Qué pena no conocerlos! Ellos sí saben vivir en el éxito. Supongo que la única manera de conseguirlo es tener cierta inconsciencia, Como la de mi hija, que revolotea por mi salón, y muestra la más sincera expresión de perplejidad ante la admiración que sentimos los adultos frente a la pantalla. Seguro que en su interior ya se esta gestando algún éxito en esta vida. Y ella, como es natural, no lo sabe.
Un 10 para este articulo…….. ( es que nunca pude ser actor )….. y tampoco futbolista…..
«soy un desastre»…….
Hola Antonio, enhorabuena por tu reconocimiento!! soy un humilde seguidor tuyo. Pero hoy me han dado una noticia desde un pequeño bar de Granada que se llama «Raro de Luna» regentado por Carlos, en el cual me comenta que probaste uno de mis vinos que se llama Iradei «la ira de dios» pues me a dado mucha alegria.
Casualmente este fin de semana, he estado en Paris y resulta que tengo un aamigo y buen cliente de vino sobretodo del Iradei y casualidades de la vida, resulta que el es el que os ha hecho el cartel de Amantes Pasajeros, de los 2 el de las ventanillas del avión,
en fin! que es una grata sorpresa y nada si alguna vez pasas por Guadix estaré encantado de poder recibirte y así podrás probar los vinos que no se comercializan,
un sincero abrazo,
Ramón Saavedra