El Tour que ganó otro

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Daniel D. Carpintero

Caldel Evans, ayer, en París, celebrando con una copa de champagne, todavía sobre la bici, su victoria en el Tour. / Efe

El Tour de Francia de 2011 no se recordará por haber tenido durante nueve etapas el maillot amarillo más ridículo de todos los tiempos. Un francés histriónico, de pedaleo destartalado, de gestos estrambóticos, de rostro moldeado por una vanidad insuperable, que consiguió la prenda atacando después de que un vehículo de la televisión francesa atropellara a José Antonio Flecha y a Johnny Hoogerland. El conductor del coche se dio a la fuga. Lo mismo hizo Thomas Voeckler, con su aire rampante, con su estilo de batracio escocido, que aprovechó la parada del pelotón para esprintar. Desde entonces y hasta la antepenúltima etapa, los aficionados al ciclismo tuvimos que ver un montón de primeros planos de ese individuo inefable. Lo vimos chillar rabioso a sus compañeros de equipo, exagerar el rictus un poco más de lo que resulta cómodo para el televidente, arrojar con furia un bidón de agua lleno mientras daba pedales con la compostura del nadador a braza. El día del Alpe d´Huez y de los grandes ataques de Contador perdió el maillot. Pero eso no se recordará.

En el otro extremo estuvo Contador: el buen gusto sobre la bicicleta. Su estampa, como el cocodrilo de las camisetas, como el galgo corredor de los folios en blanco, es un icono. Perdió más de un minuto en la primera etapa después de que una caída dividiese el pelotón. Se le escapó más tiempo en la contrarreloj por equipos. Su rodilla derecha terminó de averiarse con otra zambullida en el asfalto. Los franceses lo abuchearon. Parecía que Contador iba a rendirse y algunos diarios galos publicaron el rumor —rumor nacido en las redacciones, muerto a los pocos minutos de nacer— de que Contador se retiraría del Tour. Había ganado el Giro más duro de todos los tiempos —el Zoncolán: cuestas del veinte por ciento de inclinación; nada que ver con los tendidos puertos del Tour— y había sido difamado en diarios y revistas de toda clase por el asunto del filete con clembuterol. Sumemos la tensión de la espera; el vaivén burocrático que el ciclista lleva aguantando casi un año. Pero Contador no estaba a gusto en el pellejo de la víctima. Demarró y descolgó a los hermanos Schleck en el pequeño Col de Bayard, un puerto de segunda categoría que conduce a la bajada en la que Beloki se cayó y Armstrong encontró un atajo campo a través. Se lanzó camicace por el asfalto empapado y centelleante; los neumáticos escupiendo espumarajos blancos contra las lentes de las cámaras de la televisión francesa. Al día siguiente volvió a arrojarse al precipicio junto a su amigo Samuel Sánchez. Parecía que Contador podía ganar el Tour. El ciclismo del cálculo y de los cachivaches electrónicos se desvanecía. Volvía Pantani. Volvía el ciclismo artístico y descarnado y sentimental. Pero volvía igualmente un invitado anacrónico: la pájara. En la etapa que terminaba en lo alto del Galibier Andy Schleck salió disparado cuando faltaban sesenta kilómetros para la meta. Todos pensaron que era un ataque idiota. Nadie intentó cazarlo. Pero su equipo, el Leopard, había elucubrado un plan brillante. Andy ganó la etapa al estilo de los antiguos. Contador —al estilo de los antiguos— sufrió una pájara. «Imposible ganar el Tour», dijo el pinteño en la meta.

Etapa diecinueve. Ciento diez kilómetros. Col de Telegraphe, Galibier por la parte dura, Alpe d´Huez. Acaba de empezar la etapa y el equipo Leopard arrastra en formación militar al pelotón. La estrategia es evidente: el batallón de los Schleck quiere que Cadel Evans llegue moribundo al último puerto para que Andy ataque. Pero repentinamente, abruptamente, fulgurantemente, Contador se alza sobre los pedales. Faltan cien kilómetros para el final. Es un suicidio. Sólo Andy consigue remedar el pedaleo grácil y diabólico del madrileño. Pero Contador —solitario, obstinado, depredador— no quiere ninguna ayuda. Ha arruinado por completo el plan de los hermanos luxemburgueses. Lo ha destrozado todo. Escala solo (no importa que lleve a unos cuantos pegados a la rueda de atrás) el Telegraphe y el Galibier. Avanza guiado por el cerebro reptiliano. Pero el equipo de Cadel Evans, un BMC de rodadores rocosos dirigido por el titán George Hincapie, agarra a Contador en el llano que precede al Alpe d´Huez. Empieza el puerto. Casi trece kilómetros para la cima y Contador vuelve a bailotear ágil y brutal sobre los pedales. El golpe es demasiado violento. Ni Andy Schleck ni Cadel Evans ni Frank Schleck pueden seguirle. Contador se marcha solo. Es seguro que no ganará el Tour, pero muestra el estigma de los que en su fuero interno son invencibles aunque caigan derrotados en apariencia: no hay ninguna carrera en la que el pinteño no trate de ganar por muy desesperada que sea su situación. El ciclismo carece de rima y de métrica, y Contador no cruzó la meta el primero. Llegó tercero detrás del maillot de la montaña, Samuel Sánchez. Pero ni siquiera ganando el Tour nos hubiera enamorado más.

El Tour lo ganó otro. Cadel Evans. Un australiano de treinta y cuatro años cuya principal virtud es una resistencia inaudita. Se dice de Cadel Evans que es un individuo metódico que comprueba una y otra vez que cada tornillo de su bicicleta esté ajustado. Hasta ahora Evans había conseguido una cantidad indeseable de segundos premios en las grandes vueltas. Célebre por su mala suerte, escalador voluntarioso, campeón del mundo de ruta, magnífico especialista en contrarreloj. Aplastó a Andy Schleck en la etapa contra el cronómetro del penúltimo día. El luxemburgués le sacaba cincuenta y siete segundos en la clasificación general y acabó más de un minuto y medio por detrás. Parecía el año de los Schleck. Parecía que iban a sacar provecho de la desgracia de Contador. Pero no. Andy terminó segundo. Frank, tercero. Samuel Sánchez, maillot de la feria de abril. Mark Cavendish, maillot verde de los puntos. Pierre Rolland, mejor joven. «El año que viene volveré para ganar», dijo Contador en lo alto del Alpe d´Huez. Este año ha ganado otro.

1 Comment
  1. lucas says

    Magnífica crónica y resumen de lo que pasó. Queda claro que los hermanos conservadores conservaron el segundo puesto, como el año pasado y que a Contador le fallaron la suerte y la fuerza.

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