CUARTOPODER
[El periodista y colaborador de cuartopoder.es, José Yoldi (San Sebastián, 1954), acaba de publicar La noche perdida, su segunda novela tras El enigma Kungsholm, con la que comparte protagonista, la periodista de investigación de La Crónica, Paz Guerra, que por primera vez se enfrenta a una banda criminal y a su propio miedo. Por cortesía de Editorial Mong publicamos el primer capítulo de la obra]
1
Nápoles, 14 de febrero de 1990
El primer disparo le alcanzó en los testículos. Roberto Nuvoletta, Il capitano, capo de la “Camorra Organizzata”, el más poderoso clan de la mafia napolitana, soltó un aullido y se retorció de dolor. Luego, recibió otros tres impactos: uno, en un brazo con el que pretendía protegerse; otro, en la espalda, al voltearse, y el tercero, en la cabeza a cañón tocante, que le causó la muerte inmediata. Giulietta Mazzarella concluyó su ataque con un solo disparo en el pecho a la rubia que compartía el lecho con su marido.
La esposa agraviada, mujer de legendaria belleza y carácter tormentoso, apodada “La Bambola” por los camorristas, esperó con la pistola todavía humeante apuntando a la puerta la llegada de los dos guardaespaldas y el lugarteniente de su marido. Los tres, sobresaltados por los disparos, acudieron con sus armas empuñadas, pero se quedaron parados y mudos al contemplar la escena. Il capitano había puesto los cuernos a su mujer el día de los enamorados y en su propia cama de matrimonio, una humillación que La Bambola había vengado in situ.
—Si alguien tiene alguna objeción o algo que decir, que lo diga ahora —dijo con voz firme y una mezcla de calma y rabia contenida.
Los tres permanecieron en silencio, con la vista baja y asimilando lo ocurrido.
—Massimo —se dirigió al lugarteniente—, todo va a seguir igual, solo que ahora yo estoy al mando.
Giulietta Mazzarella era hija de un antiguo capo de la Camorra y había mamado desde pequeña el carisma y el arte de controlar y dirigir un nutrido grupo de partidarios, matones y sicarios. Su padre le había explicado que solo tenía que hacerles saber —y bastaba con un gesto— que estaba dispuesta a ser más salvaje que ellos y que no iba a dudar en hacer lo necesario para imponerse. La muerte de su marido y su amante ocasional era un mensaje claro e inequívoco para la organización.
—Vosotros dos —se dirigió a los guardaespaldas, mientras señalaba a su marido y la sangre del tálamo— limpiad esta basura. Tengo que dormir aquí esta noche.
Nadie osó rechistar. Giulietta Mazzarella, La Bambola, acababa de hacerse con la dirección de la Camorra Organizzata. Pensó en que para afianzar su liderato debería abordar algunos asuntos, como deshacerse de los dos clanes emergentes que les disputaban la hegemonía.
—Solo se respeta a quien se teme y a nosotros van a temernos, Massimo —afirmó rotunda—. Roberto, además de un miserable que no sabía tener la bragueta cerrada, era un blando. Vamos a demostrar a los clanes, y especialmente a Il Dux Scarnato, que no vamos de broma. Prepárame un plan de media docena de golpes para acabar con la competencia.
—Pero eso va a ser la guerra —opuso el lugarteniente de su marido.
—¿Tienes miedo Massimo? Quizá tenga que relevarte —amenazó La Bambola.
—No es miedo, pero, como hacía con Roberto, tengo la obligación de avisarte de las consecuencias —repuso el lugarteniente a la defensiva.
—¿Consecuencias? La única posible consecuencia es que la Camorra Organizzata se hará con todo el negocio y nuestras ganancias crecerán de forma exponencial. Y que todo aquel que quiera amenazar nuestro dominio se lo pensará por lo menos dos veces antes de intentar nada. ¿Me preparas el plan o se lo tengo que encargar a algún joven con más ambición?
—No, Giulietta —respondió Massimo—. Lo tendrás para mañana.
—Más vale —concluyó La Bambola.