IDOMENI (GRECIA).– Un grupo de personas se arremolina frente a un destartalado autobús a la entrada del campo de refugiados de Idomeni. Decenas de refugiados agarran lo poco que les queda después de semanas de travesía y lo colocan en el maletero del vehículo. Los niños juegan alrededor, los mayores descansan dentro. Cincuenta personas más que se resignan ante el cierre de la frontera entre Macedonia y Grecia y abandonan, se marchan a Atenas.
Desde hace días, una pregunta se repite constantemente en el campamento: "¿Crees que abrirán la frontera el jueves?" Nadie tiene la respuesta aunque hay quien ha perdido la esperanza y ha decidido no esperar más para comprobarlo. Como Kassim, que sostiene en sus brazos a un bebé de apenas unos meses envuelto en una manta. Kassim vino desde Bagdad pero, cansado de la situación en Idomeni, se vuelve a Atenas. Zana también es iraquí y aunque llegó hace sólo dos días a Idomeni, se marcha. "Todos estamos esperando a que Europa decida", explica. Pero mientras, no vale la pena vivir así. Las condiciones de higiene y salubridad del campo son desastrosas, sin contar con la incomodidad de dormir al raso bajo la lluvia durante días. Así y todo, Zana aún confía en la Unión Europea porque, insiste, "ellos creen en los derechos humanos".
Mayki es el conductor del autobús. Un servicio privado que por 25 euros conduce a los refugiados al centro de Atenas y que realiza entre 1 y 3 viajes al día, según la demanda. Mayki reconoce que son cada vez más los refugiados que deciden abandonar el campo voluntariamente, especialmente en los últimos días. Hace unas semanas, había 15000 personas, hoy Médicos Sin Fronteras habla de 12000. Y aún así, siguen llegando nuevos refugiados al campo.
La esperanza tras la lluvia
La lluvia ha dado una tregua en Idomeni tras semanas de inundaciones. La vida ha vuelto al campo aunque el lodo sigue llegando hasta los tobillos en muchas zonas. Los niños salen a jugar, los mayores, pasean. Y también crecen los comercios ante el estancamiento de la situación en la frontera.
Asis, un sirio de sonrisa afable y mirada perdida, al que apenas le queda dinero, tiene un pequeño negocio de alimentación. En él, Asis vende igual tomates, aceitunas y huevos, que lámparas o mecheros.
A unos metros de la tienda de Asis se encuentra el estanco de Sheida, un iraquí con la cara cortada de arrugas que vende tabaco, papel de fumar, enchufes y mecheros. Pero no es el único, justo enfrente, una hilera de jóvenes ofrece cigarros a buen precio.
Mohammed, Amyad y Mayid son tres barberos sirios que han retomado su profesión en Idomeni. Una maquinilla de afeitar y un par de cuchillas, unas cajas de fruta a modo de asiento y mucho empeño son suficientes para montar al borde del camino una improvisada peluquería. Y el negocio funciona. Hay cola para conseguir un corte de pelo por unos cinco euros.
Cae la noche en Idomeni y se multiplican las hogueras en el campo. A la salida, el autobús de Mayki sigue aparcado a un lado de la carretera. "Veinte personas han cancelado hoy el viaje. Estoy esperando a que se llene antes de marcharme", explica. Parece que la vida sigue a pesar de todo en Idomeni y la esperanza de que abra la frontera en los próximos días se mantiene.
(*) Beatriz Ríos es periodista.
• Viaje al epicentro de la tragedia (I) / Idomeni, un caos absurdo.
• Viaje al epicentro de la tragedia (III) / De luchar contra el Estado Islámico a estar atrapado en Idomeni.