La vida entre veinte ‘checkpoints’: un día cualquiera en Hebrón
- El 15 de mayo es el aniversario de la Nakba, "el desastre", en Palestina, que conmemora el día del inicio del éxodo
- La ciudad palestina de Hebrón, ejemplo de coexistencia y encuentro entre las tres grandes religiones monoteístas, se convierte en el centro de la segregación y apartheid
- El miedo a que los soldados israelíes ocupen su hogar obliga a Malkeh Qalfisheh a vivir encerrada en su propia casa desde hace 25 años
Malkeh Qalfisheh saca cinco veces al día el pasaporte. Abre su bolso. Enseña una y otra vez lo que lleva dentro de sus bolsillos. Espera. Responde a preguntas, algunas demasiado incómodas. Tal vez hoy también la escaneen, como si fuera una fotocopia. Espera. Y pasa el registro como parte de la rutina de quienes van a rezar a la Mezquita Ibrahim, en la ciudad antigua de Hebrón (en árabe Al-Khalil). Un ejemplo de cómo profesar una religión, depende del lugar donde se practique, puede llegar a convertirse en una odisea.
Y, sin embargo, ahora no puede.
Qalfisheh no puede, siquiera, llegar a uno de los de los veinte checkpoints fijos que rodean esta ciudad del territorio palestino de Cisjordania. No es una de las afortunadas. Ella, su marido y sus seis hijos resisten a la ocupación. Vive encerrada en su propia casa desde hace 25 años. Tiene miedo a dejarla sola. A que la ocupen.
Malkeh Qalfisheh tiene 39 años y es activista. Las puertas de su casa se mantienen abiertas las 24 horas del día por mandato del ejército israelí. Las escaleras en forma de caracol y el color azul manchado de las paredes evocan tiempos mejores. Ahora, las marcas de las balas recuerdan a sus habitantes quién manda en esta tierra.
Una tierra dividida desde la creación del Estado de Israel durante los años 1947 y 1949, en lo que el pueblo palestino denomina la Nakba -el desastre-. Se conmemora cada 15 de mayo. Y doblemente dividida durante los acuerdos de paz de Oslo de 1993, donde se aceptó la solución de dos estados, resucitada con el reciente "Acuerdo del siglo" de Donald Trump. Una solución que el Estado de Israel no ha llevado a la práctica, colonizando territorios con total impunidad. Y Hebrón es el ejemplo de como una ciudad de coexistencia y encuentro entre las tres grandes religiones monoteístas -islam, cristianismo y judaísmo-, es ahora el centro de la segregación.
“La vida aquí es muy difícil, somos como personas muertas”, dice Qalfisheh mientras enciende un cigarrillo. El primero de muchos. “Empecé a fumar cuando el médico me dijo que tenía depresión. Esta es mi medicina”.
“Pero…”
Entra la hija mayor con una tetera, gesto de acogida a las visitantes. La madre la mira y sonríe. “Ella también es mi medicina”. Como lo es la videocámara que guarda cautelosamente bajo el cojín, con la que graba cualquier actuación del ejército y población israelí que vulnere los derechos humanos. Un proyecto bajo el paraguas de la organización palestina Human Rights Defenders. Cuando pulsa el rec, la activista vuelve a la vida.
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Las escaleras de caracol vuelven a recordar los rayos de esperanza que alberga el lugar. A la salida, dos soldados se acercan a un grupo de brigadistas internacionales de la Associació Catalana per la Pau, información que obvian delante de los rifles estilo AK que portan hombres y mujeres que no sobrepasan la veintena. O que la sobrepasan discretamente. Los aires de superioridad, egocentrismo e inexperiencia se delatan con cada palabra que pronuncian. “¡Bienvenidas a Israel! ¿De dónde sois? ¿Por qué estáis aquí? ¿Turismo? ¡Cuidado con los palestinos, son peligrosos! ¿Qué hacéis en esa casa? ¡No fotos!”. Preguntas que son contestadas con monosílabos, sonrisas falsas y una ignorancia teatralizada.
La misma que permite ver la situación de apartheid que vive la ciudad de Hebrón. Una segregación llevada al extremo desde el 25 de febrero de 1994, cuando el ultraderechista israelí Baruch Goldstein entró al interior de la Mezquita Ibrahim, disparando sin punto fijo y asesinando a 29 personas. Como venganza, lo apalearon hasta la muerte. Hoy su tumba es lugar de peregrinación del sionismo.
Tras la matanza, Hebrón se dividió -o la dividieron- en dos. La ciudad antigua, la que rodea a la mezquita, atiende al nombre de H2. Un lugar donde viven más de 33.000 palestinos, 700 colonos y centenares de soldados israelíes. Las calles de lo que una vez fue el zoco, la vida y los cánticos, se convirtieron en miseria, silencio y tristeza. Las cámaras de vigilancia graban un Gran Hermano continuo, pero sin la chispa del reality show.
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A pocos metros de la casa de Qalfisheh está la calle Shuhada, arteria principal de la ciudad. Prohibida para el tránsito palestino, sobreviven apenas un negocio y cuatro perros. El negocio, regentado por Abdul Raouf Al-Mohtaseb, hace las veces de tienda de souvenirs y parada obligatoria de los turistas. Entre las tazas polvorientas, asoman recuerdos y anécdotas que invitan a comprar una auténtica kufiyya. Es la única tienda que resiste a la ocupación. Hasta cien millones de dólares le han ofrecido para que deje el lugar. Pero él se niega a abandonar su tierra.
Al salir de la tienda -siempre bajo la mirada de un grupo de soldados israelíes-, otro checkpoint y un par de calles, se ve una parra que asoma entre las paredes rosas del patio de Nisreen Hashem Azzeh, activista a través del arte.
“Bienvenidas a Palestina”, reza la pintura que cuelga del salón. Una de las decenas de cuadros, camisetas y hasta fundas de cojín estampadas con ramas de olivo, barcos hacia Gaza y palomas. A través del arte y la pintura, la activista reivindica su cultura y su libertad. Su segundo nombre, Hashem, pertenece a su marido, que falleció en 2015 a causa de los gases lacrimógenos inhalados. Es un homenaje a su compañero de resistencia y existencia, pagadas con amenazas, palizas y dos abortos. Testimonios que cuenta dentro y fuera de Palestina, siempre acompañada de sus pinturas, su arte y su fortaleza.
Y cuando acaba el día, las fantasmales calles de Hebrón apenas han cambiado su escenario. Hay quienes siguen esperando para entrar en la mezquita y llegar a tiempo a la última oración. O quién vuelve a casa tras sortear cientos de obstáculos. En Hebrón, un día cualquiera, Malkeh Qalfisheh teme porque los soldados detengan a sus hijos. Que alguno de ellos no llegue vivo a casa.
Mientras, la tumba de Ibrahim -o Abraham- sigue dividida entre una sinagoga de libre acceso y una mezquita que simula el patio de una prisión.