En los funerales por las 37 víctimas del atentado terrorista de Ankara el pasado 13 de marzo, los familiares de las víctimas volvieron a gritar contra el Gobierno turco, responsabilizándole de una escalada de violencia en el Kurdistán que ahora se extiende al resto de Turquía. Asiye Parlak, madre de una joven de 16 años muerta en el atentado, gritaba entre sollozos “asesinos, asesinos” dirigiéndose al partido de Erdogán, mientras el padre de otro joven, Elvin Bugra, gritaba: “Todo el mundo lo sabe pero nadie lo dice. Este chico y los otros que han muerto en el atentado son víctimas de esta sucia política”, palabras que eran acogidas por los presentes con gritos de “¡¡Gobierno, dimisión!!”, como se informa en Bianet y también se puede apreciar en los vídeos difundidos por internet.
Lo ocurrido en este funeral se ha repetido en otros actos semejantes, incluso protagonizados por mandos del Ejército, y refleja el sentimiento de una parte significativa de la población, para la que la reanudación de la guerra en el Kurdistán era totalmente innecesaria y solamente responde a los intereses políticos de Tayip Erdogán, debido a que en febrero del pasado año ya se había llegado a un acuerdo con el Partido de los Trabajadores del Kurdistán (PKK) para poner fin a tres décadas de conflicto armado.
Pero la realidad es que Turquía se dirige a una escalada de violencia sin precedentes ya que, al menos en una decena de ciudades kurdas, se han registrado en los últimos meses combates entre el Ejército y grupos de autodefensa que no reconocen la autoridad del Estado. El pasado viernes, el propio Erdogán reconocía la gravedad de la situación al constatar la muerte de 300 uniformados y al compararla con la Guerra de Independencia, liderada por Mustafá Kemal Ataturk antes de proclamar en 1923 la actual República.
Los últimos datos oficiales señalan que en las operaciones urbanas llevadas a cabo entre octubre y marzo habrían sido “neutralizados” 1.260 miembros del PKK, destacando por el número de muertes las ciudades de Cizre (666), el casco antiguo de Diyarbakir (251) y Silopi (145).
Para el Gobierno, prácticamente la totalidad de los fallecidos son “terroristas”, algo que niegan tanto los partidos kurdos como las asociaciones de derechos humanos y los profesores universitarios que han denunciado públicamente “masacres planificadas” contra la población civil.
Solo en la ciudad de Cizre, el Partido Democrático de las Regiones (DBP), el principal de esta zona de Turquía, calcula que unos 300 civiles, entre ellos niños y mujeres que nada tenían que ver con los grupos de resistencia armada, habrían muerto entre diciembre y febrero. En todos los lugares se ha denunciado el bombardeo de zonas pobladas, ejecuciones sumarias e incluso matanzas colectivas, como el caso de los tres sótanos-refugio de Cizre, en los que murieron al menos 150 personas.
También da una idea de la envergadura de estas operaciones militares, en las que intervienen carros blindados y helicópteros, el que el Gobierno haya calculado, por ejemplo, que solo en Silopi hayan quedado dañados 6.694 edificios y que ocho de sus barrios hayan sido declarados zonas de riesgo debido al estado de las viviendas. Para el DBP, en Cizre los combates han afectado al 80 por ciento de los edificios.
Desgraciadamente, todo indica que lo peor está por llegar. El Ejército había dejado para el final los reductos más conflictivos: Yuksekova (60.000 habitantes), junto a la frontera iraní, en plena zona de guerrilla; Sirnak (65.000), capital de provincia, situada en una zona montañosa de difícil control, y Nusaybin (116.000), junto a Qamisli, principal ciudad siria bajo control de las Unidades de Protección Popular (YPG), poderoso grupo armado kurdo que Ankara considera la “rama siria” del PKK. Como en los otros lugares y tras un llamamiento del Ejército en este sentido, la mitad de la población de Nusaybin y Yuksekova ya ha abandonado sus casas, engrosando una masa de refugiados y desplazados internos que puede superar ya, de acuerdo con las cifras oficiales, el medio millón de personas.
Sin embargo, cuando ya se habían dado por finalizadas las operaciones en el casco antiguo de Diyarbakir, se ha tenido que restablecer el toque de queda en esta populosa ciudad –cerca de un millón de habitantes- ya que han aparecido grupos armados en otros barrios distintos al casco histórico. Todo indica, por lo tanto, que incluso aunque el Ejército turco, el segundo mayor de la OTAN, consiga aplastar estos brotes de resistencia urbana, volverán a aparecer en otras ciudades, incluso fuera del territorio kurdo, a tenor de las declaraciones realizadas al periódico británico The Times por Cemil Bayik, alias “Yuma”, considerado principal mando militar del PKK.
Según este destacado dirigente del PKK, debido precisamente a las operaciones del Ejército en las ciudades kurdas, el PKK ha pasado a una nueva fase de la guerra. “Han destruido y quemado todo lo que han podido en las ciudades bajo toque de queda y ahora la gente solo desea venganza”, decía Yuma, reconociendo así que piensan llevar esta “guerra sin cuartel” a toda Turquía. “Al principio se combatía solo en las montañas; después en las ciudades y ahora se combatirá en cualquier sitio”, declaró. Cuatro días después ocurría el sangriento atentado de Ankara, cuya autoría han asumido los Halcones del Kurdistán Libre (TAK), un grupo próximo al PKK.
Teniendo en cuenta el indudable apoyo popular que tiene el PKK entre los millones de kurdos que viven en las grandes metrópolis turcas, especialmente en Istanbul, Ankara, Mersín y Adana, y que puede tener miles de militantes en esas ciudades, Turquía tiene que prepararse a unos niveles de violencia sin precedentes. Erdogán, por su parte, ha declarado también que las operaciones militares no van a parar hasta la “aniquilación total de todos los terroristas”, unas palabras que ya se han repetido en otras ocasiones sin que eso resuelva el principal problema político de este país, cada vez más próximo a la guerra civil y a la fragmentación territorial.
Se debería explicar a ambas partes (gobierno turco y organizaciones kurdas) que difícilmente la violencia resuelve nada. Por tanto hay que presionar a la Unión Europea para que exija a Erdogan el fin de la represión contra el pueblo kurdo. Pero las organizaciones de solidaridad con los kurdos también deben exigir a estos el cese de la violencia. En primer lugar, la de los atentados indiscriminados, pero también la ejercida contra el ejército y la policía. Que la causa sea justa no exime del respeto a la vida de todas las personas.