BANGKOK (TAILANDIA).– Escasos compromisos, poca voluntad e incluso la negación misma del problema marcaron la cumbre de un día convocada en Bangkok para buscar soluciones a la crisis de refugiados e inmigrantes abandonados en el Mar de Andamán por las mafias de tráfico humano. Representantes u observadores de 17 naciones, entre ellas las 10 que conforman la Asociación de Naciones del Sureste Asiático, se congregaron el viernes en la capital tailandesa para, en boca del ministro de Exteriores tailandés, Tanasak Patimapragorn, diseñar una estrategia conjunta para “proveer asistencia humanitaria, combatir a largo plazo el problema del tráfico de personas y confrontar las raíces del problema”.
Una bonita declaración de intenciones ensombrecida por la ausencia de compromisos y por la falta de voluntad: la mayor parte de países participantes enviaron delegaciones que ni siquiera tenían nivel ministerial, por lo cual no pueden firmar compromisos, ni son firmantes de las convenciones internacionales sobre refugiados, por lo cual consideran a las víctimas de trata como “inmigrantes ilegales”. Además el problema radica en Birmania (país que persigue activamente a la minoría musulmana rohingya, principal víctima de las mafias), que niega la mera existencia de una comunidad rohingya y sólo participó en la cumbre con la promesa de que ni siquiera se pronunciaría ese nombre en el transcurso de la misma. “Sólo acudimos hoy aquí para discutir una crisis regional que nos afecta a todos los países de la ASEAN”, declaró el responsable de la delegación birmana, el director general de Exteriores Htein Lin. El ministro tailandés también aclaró que no se cargará contra Birmania. “No pretendemos culpar a los países de origen. Tenemos que proteger a nuestros amigos [países vecinos] también”, dijo interrogado sobre cómo se abordará “la raíz del problema”.
Sólo el título de la cumbre, "Encuentro Especial sobre Inmigración Irregular en el Océano Indico”, presagiaba escasas voluntades. Birmania reaccionó con virulencia al discurso del responsable de la Agencia de Naciones Unidas para los Refugiados, el asistente del Alto Comisionado, Volker Turk, que indicó que llegar a la raíz del problema "requerirá que Birmania asuma una completa responsabilidad sobre todo su pueblo". Lin rechazó que su país sea "señalado" como causa de la crisis de los rohingya, una minoría musulmana originaria de Bangladesh y asentada desde hace generaciones en Birmania a la que las autoridades les niegan identidad, documentación, acceso a sanidad, educación o a trabajo y en general el derecho a una vida digna, manteniéndoles en campos de refugiados en condiciones de apartheid.
Como resulta, aunque en tono teórico, los países participantes se comprometieron a intensificar la búsqueda y rescate de inmigrantes, a comprometerse para erradicar el tráfico humano y mejorar las deplorables condiciones de vida que padecen los "inmigrantes ilegales". Entre las pocas soluciones tangibles, Estados Unidos ofreció a Tailandia aviones de vigilancia para buscar barcos susceptibles de llevar inmigrantes o refugiados en aguas territoriales tailandesas, algo que Bangkok aceptó. “Sí, hemos aceptado y están empezando hoy”, declaró el viernes el ministro de Exteriores designado por la Junta militar, general Tanasak Patimapragorn, a la agencia Reuters. Precisamente ayer, las autoridades birmanas anunciaron haber hallado otro barco en alta mar con 700 personas a bordo que fueron calificadas de "inmigrantes bangladeshíes". Birmania considera a los rohingya, establecidos desde hace generaciones, inmigrantes procedentes de Bangladesh.
Tres agencias internacionales, la agencia de la ONU para los refugiados, su oficina sobre Drogas y Crimen y la Organización Internacional para Migraciones, habían presentado un plan de acción de diez puntos para afrontar el reto presentado por la masiva presencia de víctimas de trata humana abandonadas en el Indico. Hasta ahora sólo tres países, Indonesia, Malasia y Filipinas, se han comprometido a acoger refugiados aunque los dos primeros lo harán sólo temporalmente, durante un año, con la esperanza de que la comunidad internacional los reasiente en ese plazo.
La OIM estima que, en los tres primeros meses de 2015, unos 25.000 refugiados e inmigrantes se han embarcado en busca de un futuro mejor: en la crisis de las pasadas semanas, 3.500 de ellos fueron rescatados tras ser abandonados, en alta mar y sin agua o alimentos, por las mafias que les transportaban. Se estima que unos 2.500 refugiados (unos 7.000 según Indonesia) podrían seguir perdidos en embarcaciones. Malasia e Indonesia han emprendido operaciones de búsqueda que, por el momento, no han ofrecido resultados, mientras que las autoridades tailandesas, que han destacado barcos con el objetivo de localizar inmigrantes, rescataron a cinco rohingya de un barco, a altura de Ranong, horas antes del inicio de la cumbre.
Pocos confiaban en que este encuentro, oportunamente presentado por la Junta militar como muestra de su determinación a actuar contra el tráfico humano días antes de que se presente el Informe anual sobre Tráfico de Personas (el año pasado, Tailandia cayó al último escalón del mismo), vaya a cambiar las cosas. La cumbre no tiene ni siquiera nivel ministerial y la presencia de Birmania, origen del problema, sólo se ha logrado tras comprometerse a no emplear durante la reunión el término rohingya, aunque es la persecución étnica y religiosa por parte de los budistas birmanos contra los rohingya lo que les empuja a lanzarse al mar en busca de refugio en Malasia o Indonesia.
La cumbre fue vista como una oportunidad, por parte de las ONG, para criticar la política regional hacia los rohingya y exigir soluciones duraderas. “Los países de la ASEAN (Asociación de Naciones del Sureste Asiático) se han escondido tras el concepto de “no injerencia” para cerrar los ojos a la persecución de los rohingya en Birmania, al aumento redes criminales de contrabando y tráfico humano y al incremento de la demanda de trabajadores no documentados”, escribía el director de la Comision Internacional de Juristas, Sam Zarifi, en un comunicado previo al inicio de la cumbre. Días antes, el jefe de Derechos Humanos de Naciones Unidas Zeid Ra’ad al Hussein pedía que la cumbre “se comprometiera de manera mucho más firme con las necesidades de protección de inmigrantes y refugiados”.
Human Rights Watch solicitó por su parte a los Gobiernos regionales “trabajar con Naciones Unidas y otros organismos para encontrar soluciones comunes a esta tragedia humana, en lugar de barrerla bajo la alfombra como llevan haciendo años”, declaró el director para Asia Brad Adams. “El final de los abusos a los Derechos Humanos en países como Birmania o Bangladesh debe ser afrontado por Tailandia, Malasia e Indonesia con el apoyo de otros países, adoptando una acción humanitaria para recibir y proteger a los refugiados que huyen de la persecución”.
Desde Birmania se niega cualquier responsabilidad, insistiendo que los rohingya son parte del problema regional con la “inmigración ilegal" . En los últimos días, los monjes budistas han convocado marchas en Yangon, la antigua capital, para protestar por las críticas y la presión internacional con consignas como “bengalíes, volved a Bangladesh”.
El silencio de la oposición, representada por la Premio Nobel Aung San Suu Kyi ha pesado especialmente después de que varios galardonados por su contribución a la Paz pidieran, el pasado jueves, que se ponga fin a la persecución de los rohingya describiendo ésta como “nada menos que un genocidio”. Entre los firmantes figuraban nombres como el surafricano Desmond Tutu, la iraní Shirin Ebadi o el ex presidente de Timor Oriental José Ramos-Horta, pero no hay noticias de la laureada Aung San Suu Kyi, consagrada como un icono democrático por Occidente. Incluso el Dalai Lama, líder espiritual de los Budistas del Tibet, ha pedido a Suu Kyi que rompa su silencio con escaso éxito: la líder de la Liga Nacional Democrática está en plena campaña electoral y sabe que la defensa de la causa rohingya le restaría votos en una comunidad tan islamófoba como la birmana.
Se estima que, en los últimos 15 meses, unas 88.000 personas, en su mayoría rohingya, han dejado Birmania y Bangladesh para viajar, en barcos, a Tailandia, Malasia o Indonesia en busca de refugio y trabajo: para ello sólo puede embarcarse con las mafias de trata que, a menudo, secuestran a los demandantes de asilo en campos como el que cuartooder.es visitó en Padang Besar (Tailandia) para exigir un rescate a sus familiares antes de permitirles atravesar la frontera.
Tres semanas después del macabro hallazgo de Padang Besar, con una treintena de fosas, así como decenas de campos de trata, las autoridades malasias encontraban instalaciones similares en su territorio, al otro lado de la frontera: unas 140 fosas, algunas con más de un cadáver, y 28 instalaciones erigidas por las mafias de tráfico humano fueron localizadas por las fuerzas de Seguridad.
Para el responsable en Tailandia de la Organización Internacional de Migraciones, Jeff Labovitz, sólo cabía esperar de la cumbre “sugerencias prácticas” sobre cómo actuar para luchar contra el tráfico humano, ya que “los problemas no se resuelven en un solo encuentro”.
Se preocuparían algo más si los masacrados recurrieran al terrorismo, ¿verdad?