Una vez más, una investigación periodística sobre la industria pesquera asiática elimina todo posible apetito por el marisco que llega a Occidente, a precio de saldo, desde las costas del sureste asiático. En esta ocasión ha sido la agencia internacional AP, pero también el Canal 3 tailandés, quien ha expuesto las miserias de una industria que compra seres humanos y les esclaviza para servirnos pescado, ensombreciendo cualquier posibilidad de que Tailandia, una de las grandes implicadas en este escándalo regional, vea mejorar su imagen en la escala internacional de tráfico humano, donde está clasificada desde el año pasado en la categoría TIER 3, entre los países que no cumplen con los estándares mínimos para proteger a las personas de tráfico y que no hacen ningún esfuerzo para mejorar esta situación.
En este caso, la investigación se hacía eco de la situación de 4.000 esclavos que, tras ser abandonados por los capitanes de los barcos de pesca donde eran forzados a trabajar tras aplicarse una moratoria sobre barcos extranjeros, se encuentran literalmente enjaulados en las islas indonesias de Ambon y Benjina. Los reporteros de AP encontraron a las víctimas de trata encerrados en jaulas en las instalaciones de una compañía pesquera de Benjina. "Es razonable pensar que muchos de ellos son víctimas de trata, si no de esclavitud", explicó a AP Steve Hamilton, vice responsable de la Organización Internacional para la Migración en Indonesia. Tras ser advertidas las autoridades por los periodistas, las víctimas -entre las que se encontraban una treintena de tailandeses- han sido rescatadas y se estudia ahora su repatriación a sus países de origen. Sin embargo, se trata de un caso aislado en un océano de impunidad alimentada por la indiferencia de autoridades locales que se benefician del tráfico humano gracias a la corrupción.
A lo largo de un año de investigación, el personal de AP entrevistó a más de 40 pescadores birmanos que afirmaron haber sido llevados forzosamente a Indonesia desde Tailandia para ser obligados a trabajar en pesqueros tailandeses. También encontraron a exvíctimas de trata que afirmaron haber huido de los barcos y haber vivido en estas islas durante cinco, 10 o incluso 20 años: dado que nunca recibieron un sueldo, no tienen forma de regresar con sus familias. En el pasado, investigaciones similares de medios como BBC o el rotativo británico The Guardian habían expuesto la misma realidad sin que haya tenido mayores consecuencias para la industria pesquera sin escrúpulos, que sigue sobornando a las autoridades locales para sobrepasar cualquier tipo de control gubernamental.
El reportaje de AP, que consiste en el seguimiento durante dos semanas de uno de estos pesqueros esclavistas, ha implicado el uso de satélites para seguir el rastro de unos alimentos que terminan en las mesas occidentales: capturado por los esclavos, el pescado es introducido en cargueros que lo trasladan desde Benjina hasta Tailandia para ser luego descargado en contenedores y trasladado mediante camiones a plantas procesadoras y refrigeradoras que terminarán exportándolo hasta los supermercados norteamericanos y europeos. La aduana norteamericana confirmó la procedencia y el destino del pescado y marisco que luego se vende en cadenas tan conocidas como Kroger, Albertsons y Safeway así como Wal-Mart y Sysco, el principal distribuidor de alimentación de Estados Unidos. Según la investigación realizada el año pasado por The Guardian, en Europa, Tesco y Carrefour también ponen a la venta pescado capturado por esclavos.
Los precios a su llegada son extremadamente baratos, tanto como caros salen a las personas obligadas a pescar la producción. Los pescadores entrevistados describen horrendas condiciones de vida: turnos de hasta 22 horas diarias sin días libres, comida escasa y agua turbia para beber; frecuentes golpes, torturas físicas e incluso ejecuciones en alta mar cuando se quejan al capitán de un trabajo para el que nunca se habían postulado. Y todo ello, a cambio de nada, dado que los patrones no pagan a los esclavos tras comprarlos a los traficantes. Así se alimenta una industria que sólo en Tailandia mueve 200.000 millones de bath (5.600 millones de euros) al año gracias a la esclavitud humana, un negocio que sólo se entiende con la complicidad de unas autoridades que se escandalizan con cada hallazgo, prometiendo nuevas y duras medidas contra el tráfico humano, pero no ponen fin a una práctica en la que están implicadas las fuerzas del orden.
"Quiero volver a casa. Todos lo deseamos", explicaba un esclavo birmano a los reporteros de AP desde el barco donde vive confinado. "Nuestros padres no saben nada de nosotros desde hace tiempo. Estoy seguro de que piensan que nos hemos muerto". Otro pescador, éste huido e identificado como Hlaing Min, afirmaba que muchos mueren en alta mar. "Si los americanos y los europeos se comen este pescado, deberían acordarse de nosotros. Debe de haber montañas de huesos humanos en el fondo del mar. Los huesos de esa gente pueden formar una isla de tantos que son".
Despensa occidental
La esclavitud es toda una industria en el sureste asiático, y sus víctimas pertenecen a las clases más desesperadas de países como Bangladesh, Malasia, Camboya o Birmania, aunque en éste último son los rohingya -comunidad musulmana repudiada y perseguida por el Gobierno budista- los más vulnerables. Muchos de los futuros esclavos, como los jóvenes que aparecen en la fotografía superior y que forman parte del primer grupo de bangladeshíes rescatados en la isla tailandesa de Phuket, son captados en tierra: atraídos con las promesas de falsos trabajos, son conminados por la fuerza a embarcarse en barcazas que terminarán llevándoles a los pesqueros que se convertirán en su celda en alta mar.
Otros son capturados cuando tratan de emigrar, o como los rohingya, en su huida de la represión gubernamental hacia Malasia, en una ruta que pasa forzosamente por Tailandia, donde suelen ser secuestrados por los mismos traficantes que les facilitan la huida y vendidos a pesqueros donde pueden llegar a pasar años. En algunas ocasiones, los esclavos son revendidos a otros pesqueros; algunos se suicidan, desesperados, y los menos, los más afortunados, consiguen huir de una vida esclavizados en alta mar pescando marisco para los occidentales.
"No voy a tolerar que esto siga ocurriendo en nuestras aguas", afirmó en respuesta al reportaje de AP la ministra indonesia de Pesca Susi Pudjiastuti, quien ha difundido ampliamente la dura investigación de la agencia norteamericana y ha mantenido reuniones esta semana con las instituciones implicadas para perseguir todo barco de pesca ilegal que funcione mediante el trabajo de esclavos. "La pesca ilegal está matando gente y nadie parece preocuparse por ello", añadió tras destacar que las campañas de protección del Medio Ambiente atraen más atención mediática que la esclavitud del siglo XXI que llena la despensa occidental.
En Tailandia, la reacción ha oscilado entre la indignación por la publicación en sí de la noticia -según valoró el jefe de la Junta Militar, general Prayuth, informaciones así dañan la reputación nacional y por tanto deben ser ocultadas- y el anuncio de medidas firmes y tajantes para castigar a los traficantes de personas y cerrar las compañías pesqueras implicadas. "Si semejantes abusos de humanos continúan, tendremos que impedir que esas compañías puedan seguir haciendo negocios en Tailandia y tendremos que castigarlas". "La gente que hace cosas malas se va a arrepentir", prosiguió el general, en su habitual tono moralista. "Lo llevan haciendo mucho tiempo, desde hace años, y ninguna administración ha podido confrontarlos. Pero este Gobierno sabrá como tratarles. Que nadie me acuse de ser cruel. ¿Cómo pueden aprovecharse de otros seres humanos?".
A finales de 2014, la Administración de Pratuyh desató amplias críticas por parte de las ONG tras proponer, como solución a la masificación de las cárceles, emplear a los presos en la industria pesquera, que junto al turismo constituye una de los grandes fuentes de ingresos del país. El potencial esclavista de la medida y la alarma generada impidió finalmente que se llevara a cabo la medida.
deja caer la interpretacion de que la responsabilidad mayor de estas cosas esta en quien no puede acceder a pescado caro, es decir gente por ejemplo que tiene dificultad para llegar a fin de mes, que peligroso mensaje, el tan utilizado del enfrentamiento entre desposeidos, muy neocon, tanto como algunos neomod.