El Papa Francisco contenta a los conservadores y alienta a los reformistas

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Lucia Magi *

Plaza de San Pedro doble canonización
Vista parcial de la plaza de San Pedro del Vaticano durante la ceremonia de canonización de los Papas Juan XXIII y Juan Pablo II. / J. J. Guillén (Efe)

ROMA.– Las figuras de cuatro Papas reunidas frente a la Basílica; cientos de miles de peregrinos apiñados en la plaza: el de ayer sin duda fue un día histórico para los creyentes de todo el mundo. Juan XXIII y Juan Pablo II fueron canonizados en la plaza de San Pedro durante una misa solemne en latín celebrada por el Papa Francisco. Sus fotos colgaban de la fachada de la Basílica, gigantes, una por lado, cada una con su gran aureola. En el sagrado, bajo un baldaquín blanco y en el sillón más grande y central, presidía el pontífice; a pocos pasos, de lado, muy discreto pero a menudo enfocado por las cámaras, escuchaba el Emérito, Benedicto XVI, primero en bajar vivo del solio de San Pedro en muchos siglos. La imagen del póquer de reyes en blanco sin duda era impactante.

Pero la canonización de dos predecesores tan distintos, considerados cada uno a su manera "hombres de Dios" tanto que los aclamó santos la opinión común, también quedará en la historia como una astuta decisión política de Francisco. Y lanza una señal a su pueblo y al mundo. “Al elevar al honor de los altares a Juan Pablo II, el ‘papa viajero’ que visitó un centenar de países y, para muchos, hombre de posturas conservadoras, y a Juan XXIII, el ‘papa bueno’ que modernizó el catolicismo con el Concilio Vaticano II – escribe en La Nación Elisabetta Piqué, corresponsal experta en el Vaticano, biógrafa de Jorge Mario Bergoglio, a quien conoce personalmente- Francisco envía al mundo un mensaje de unidad entre dos maneras de ver la doctrina y el gobierno de la Iglesia, que marcan claras líneas divisorias entre conservadores y reformistas”.

En definitiva, Francisco se sitúa como cremallera entre los dos. De uno heredó la capacidad de entusiasmar y emocionar a las masas, del otro trajo algo más profundo: la determinación para la “renovación en la tradición” –decía Juan XXIII–, para “actualizar la Iglesia según su fisionomía originaria”, parafraseó Francisco en la homilía de ayer. Si, por un lado, cede al ímpetu del pueblo que gritaba ¡Santo Subito! y sella la canonización más rápida de la historia eclesial (Karol Wojtyla murió tan solo hace nueve años), por el otro quiere ensalzar la tarea del hombre de la reforma, del cambio.

Gran parte del pueblo reunido en San Pedro y que abarrota aún hoy el centro de Roma conoció a Juan XXIII por haberlo estudiado, visto en foto, escuchado en los cuentos de los padres o visto en la infancia. Pero la mayoría tuvo experiencia directa de Juan Pablo II, a quien muchos le conocieron vivo. Es un hecho generacional: Angelo Roncalli fue Papa de 1958 a 1963, un pontífice temporal, se podría decir, si se le compara con Juan Pablo II, que ocupó el solio de Pedro durante 27 años, de 1978 a 2005. Además fue un Papa tan carismático que rozó un culto a la personalidad nada celestial y bastante terrenal. “Algo que vino bien en la Curia de entonces, porque bajo su sotana cada uno pudo llevar a cabo sus negocios”, señala Giovanna Chirri, vaticanista italiana de la agencia Ansa.

Papa Francisco doble canonización
El Papa Francisco saluda desde el 'papamóvil' a los fieles que se congregaron en la plaza de San Pedro, tras la doble canonización. / J. J. Guillén (Efe)

La mayoría de los fieles soportaron la noche en vela, las colas extenuantes, el frío nada primaveral y viajes larguísimos, porque querían estar con Juan Pablo; sentía que se lo debía al Papa que se pateó los cinco continentes en vida. Tanto que los periodistas preguntaron más veces al sobrino de Angelo Roncalli, renombrado estudioso de historia eclesiástica, si pensaba que el cariño desaforado para Juan Pablo II le iba a quitar luz a la figura de su tío abuelo. Pero el hecho de que Francisco – en pleno uso de su autoridad– decidiera pisar el acelerador con Juan XXIII, cargarse de cuajo el proceso de canonización que estaba buscando certificar el segundo milagro que suele ser necesario para ganarse la aureola, y poner al lado del polaco al Papa del Concilio Vaticano II, demuestra más bien lo contrario.

La doble canonización –escribe Elisabetta Piqué – es vista como una manera de equilibrar la figura de Juan Pablo II con la de Juan XXIII”.

Hasta aquí, el gesto. Ahora bien, hay que destacar el mérito de la decisión exquisitamente política de llevar a los altares a dos papas de forma simultánea por primera vez en la historia. Y ese mérito lo explicó Bergoglio con mucha claridad en su homilía de ayer. Un sermón rápido, escueto, sencillo, de los que prepara él en las ocasiones más solemnes, en las que aparece serio y concentrado y parece sentirse menos cómodo. Francisco se refirió a Roncalli como un Papa “dócil de Espíritu” que abrió el Concilio: un hecho revolucionario que cambió la liturgia (antes en latín), el rol del Papado (algo que necesitaba de la participación responsable y libre de los otros 'directivos' eclesiásticos a quienes llamaba a Roma para decidir juntos que camino emprender) y la imagen de la Iglesia, que no se reúne para defenderse de herejías o desviaciones a la ortodoxia –como en los Concilios anteriores – sino que se reúne para ponerse al paso con los tiempos – donde por ejemplo ya nadie entiende latín–, con los problemas contemporáneos bajo la insignia de la misericordia antes que de la condena, como en el primero de todos los Concilios, el de Jerusalén celebrado por los apóstoles.

De todos los aspectos del largo reinado de Juan Pablo II, Francisco quiso destacar su insistencia sobre la familia. Wojtyla no fue precisamente innovador en este aspecto. El filósofo polaco Stanislaw Grygiel - alumno, doctorado y luego amigo íntimo y colaborador de su coterráneo Papa – resumió hace tres días a los periodistas reunidos en Roma su posición en la materia: “Juan Pablo II es reconocido como el Papa de la familia y del matrimonio. Él repetía: donde muere el amor en las familias, allí mueren las naciones, la sociedad y la misma Iglesia. Quien ataca a la familia ataca a la Iglesia y a la sociedad entera. Para nosotros, el amor es hogar, morada. La mujer es la casa para el hombre. El hombre es la casa para la mujer. La casa no es un hotel de paso. Todo amor que no es para siempre es un subrogado. Es interés”.

No deja de ser interesante que Bergoglio eligiera este tema, cuando en octubre de 2014 ya está convocada en el Vaticano una reunión de los Obispos de todo el planeta para debatirlo. Un Sínodo preparado con el envío de un cuestionario a todas las diócesis en el que se pide saber qué piensan los fieles de los divorciados que forman un nuevo hogar, de las parejas de homosexuales, de las mujeres que abortan, de los jóvenes que viven juntos y no piensan en el matrimonio. Cuando el actual Pontífice ayer habló de “restaurar y actualizar la Iglesia según su fisionomía originaria”, habló de Misericordia contra conservadurismo. Cuando habló de “hombres valerosos”, mandó un mensaje a quien se está oponiendo al cambio hoy: “A los que van a participar en ese Sínodo –interpreta Piqué– donde se van a tratar temas que dividen la Iglesia, mandó un mensaje de unidad en la diferencia y les dijo: 'Sed audaces, valientes'”.

Euronews en español (YouTube).
(*) Lucia Magi es periodista.
2 Comments
  1. juanjo says

    Que en pleno siglo XXI, hasta algunos Jefes de Estado europeos en lugar de condenar

  2. juanjo says

    Que en pleno siglo XXI, hasta algunos Jefes de Estado europeos y otros tantos Presidentes de Gobierno, en lugar de condenar estas anacrónicas muestras de superstición y hechicería, participen en ellas, es para como desconfiar del progreso humano.

    ¿Qué podremos esperar de una Europa cuyas autoridades políticas y no pocas académicas no siente el más mínimo rubor de participar en tan barrocos fetichismos y tan irracionales ceremonias?
    ..
    Pobre Europa. ¡Pensar que fue en ella donde comenzó la lucha del logos contra el mito!

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