La 'puerta de Europa' se convierte en un gran cementerio de inmigrantes

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Lucia Magi *

Efectivos del cuerpo de rescate, ayer, recuperando los cuerpos sin vida de las víctimas del naufragio de una embarcación en la que viajaban cerca de 500 personas hacia la isla italiana de Lampedusa. / Ettore Ferrari (Efe)
Efectivos del cuerpo de rescate, ayer, recuperando los cuerpos sin vida de las víctimas del naufragio de una embarcación en la que viajaban cerca de 500 personas hacia la isla italiana de Lampedusa. / Ettore Ferrari (Efe)
(Actualización del 5-10-13 con la nueva cifra de muertos y desaparecidos)

ROMA.- La búsqueda de cuerpos no se ha suspendido durante toda la noche.  Con la luna, en la superficie del mar calmo flotan zapatos de niños, botellas de agua vacías, vestidos. Son señales de la tragedia más grande que recuerden las aguas de la pequeña isla italiana de Lampedusa, a medio camino entre Sicilia y Túnez. Al menos 200 inmigrantes han muerto y más de cien se encuentran desaparecidos tras el naufragio de la barcaza en la que viajaban con la esperanza de alcanzar Europa. Se embarcaron en la costa africana unas 500 personas, según contaron los supervivientes a los rescatadores.

La llaman ‘la puerta de Europa’, Lampedusa. Ayer se transformó en un gran cementerio: "El mar está lleno de cadáveres", se dolió la alcaldesa de la isla, Giusi Nicolini, mientras confirmaba que ya se ha recuperado un centenar de cadáveres, entre ellos dos niños de corta edad -en la patera viajaban unos 30 menores- y una mujer embarazada. Cuerpos que son fantasmas, sin nombre, sin historia.

La policía ha arrestado a una persona que estaba a bordo y que según los testimonios es el traficante que cobró por llevarlos con la promesa de una vida mejor.

"Los inmigrantes encendieron un fuego a bordo porque no tenían cobertura y los móviles no funcionaban. Así pensaban que alguna embarcación de paso les notara y les rescatara. Pero las llamas incendiaron el barco, que volcó y se hundió… De este modo, han terminado todos en el agua y al parecer algunos pesqueros han pasado y han seguido su camino sin ayudarles", ha dicho la alcaldesa, subrayando que "si esto es cierto, habrá que aclararlo".

Hoy es día de luto nacional en Italia. Lo decidió ayer el primer ministro Enrico Letta.

Durante la noche había llegado a la isla una barcaza con 463 personas a bordo, que fueron trasladados al centro de acogida de Lampedusa, que empieza a desbordarse, ya que ayer estaba al máximo de su capacidad, 700 personas.

"¡Basta ya! ¿A qué esperamos? ¿Qué más esperamos? Es un horror contínuo", dijo Nicolini frente a las cámaras que enmarcaban su rostro emocionado, cansado y rabioso. "La visita del Papa nos ayudó mucho, porque nos dio fuerza e hizo que fuera visible en todo el mundo lo que ocurre aquí cada día. Pero ahora los estados deben hacer algo. La Unión Europea no puede abandonarnos. Este es un problema de todos los seres humanos, nos toca a todos", recordó la alcaldesa.

En las costas meridionales de Sicilia, los dos mundos se encuentran, chocan y se buscan cada día. Es la roca más sureña de Italia: el último fragmento de Occidente, la primera esperanza de quien huye de guerras, revoluciones, discriminaciones, hambre o pobreza. Lampedusa está a medio camino. Perennemente suspendida entre un mundo y su contrario. Dista de Sicilia 205 kilómetros; 167 de Ras Kaboudja, en Túnez y 355 de Trípoli, en Libia.

Los inmigrantes que llegan a sus orillas -o a las de la cercana y aún más pequeña Linosa- sobre todo son ciudadanos de países subsaharianos, como Eritrea y Somalia. Cruzan el desierto libio y - si sobreviven - entregan sus sueños, su vida y su dinero en manos de traficantes que les cobran hasta más de 1.000 euros para apiñarlos en pateras que no aguantarían ni la navegación bajo la costa. El viaje suele durar unas 24 horas: a oscuras, a menudo sin radios ni cobertura en los teléfonos.

Las personas que consiguen entrar en aguas italianas son rescatadas por la Guardia Costera. En el muelle de Lampedusa les atienden los voluntarios de las ONG y de Cruz Roja. Les tienden mantas, agua y la primera sonrisa tras muchas horas. La policía les identifica, tarea bastante complicada porque la mayoría sabe que si quiere alargar los tramites y aumentar las posibilidades de quedarse tiene que quemar los documentos o tirarlos al mar. Son lastres de una vida que se quiere zanjar. La primera comida caliente, la ducha y el colchón son los del centro de acogida para inmigrantes. Allí esperan a  ser trasladados a centros en la tierra firme, en el Continente, como los sicilianos definen el resto de Italia. De los centros, los inmigrantes sin papeles no pueden salir, están como detenidos. En teoría deberían poder rellenar la petición para obtener el asilo político o el estatus de refugiado humanitario. En la práctica, los números desbordantes, el personal en los mínimos y la burocracia hacen que muchos se queden en un limbo sin certeza alguna. Si hay acuerdos con los países de origen -como los hay con Libia, por ejemplo- se les sube a un avión y son repatriados. Los demás, al cabo de días o semanas, reciben una hoja en la cual está escrito que deben salir del país cuanto antes. Con el papel en el bolsillo pueden abandonar el centro. Al otro lado de aquellas puertas, empieza otro viaje.

(*) Lucía Magi es periodista
1 Comment
  1. David Fernandez says

    Soy patron de barcos, y este invierno tendria tiempo por si podria colaborar con ustedes en cualquier actividad relacionada con barcos y todo este problema que Tenemos en el mar.Atentamente David

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