La última transformación de Silvio Berlusconi

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Lucia Magi *

Imagen de archivo de Silvio Berlusconi. / Efe

ROMA.- Nueva sede, nueva estructura y nuevo nombre. Silvio Berlusconi orquesta un buen lavado de imagen  para su partido, el Pueblo de la Libertad, que acaba de sufrir un importante varapalo en las elecciones administrativas de hace una semana. La derecha perdió en favor de la izquierda las alcaldías de todos los grandes centros llamados a las urnas, incluso en sus habituales bastiones de Sicilia y del rico y productivo Noroeste, aunque el más clamoroso símbolo de la caída fue Roma.

Ni la sonrisa sempiterna del empresario tres veces primer ministro pudo ocultar la tensión y la decepción por un resultado que es sí local, administrativo, pero que, sin embargo, lanza una clara alarma política y nacional. Primero porque involucraba a siete millones de electores, en 564 ayuntamientos, entre ellos 16 capitales de provincias y 92 ciudades con más de 15.000 habitantes. Segundo, porque era la primera vez que los italianos volvían a las papeletas tras las generales de febrero, sin ganadores y con un botín de consensos dividido por tres, tras los dos meses de parálisis que siguieron, la implosión del izquierdista Partido Democrático que perdió sus dirigentes en el intento de formar un Gobierno monocolor y – como última y única opción – el templado arranque de un gabinete de unidad que reúne a derecha e izquierda dejando solo en la oposición al Movimiento 5 Estrellas.

Las administrativas eran el primer ensayo para las fuerzas tradicionales que pactaron entre ellas y los antisistema que se negaron a hacerlo. Le fue mal a los últimos, diezmados, según los analistas, porque entre la gente se les tacha de poco responsables. Entre los primeros, los del PD dan un inesperado respiro de alivio: evidentemente siguen arraigados en el territorio y sus candidatos a nivel local gozan de más estima y confianza electoral que los líderes nacionales. Al PdL, en cambio, le fue fatal.  Perdió 16 a 0 los duelos en las principales ciudades, algunas muy representativas, como la capital, donde tras cinco años del derechista Gianni Alemanno ganó Ignazio Marino, médico, laico, siempre independiente entre las filas del PD.

Berlusconi también perdió todas las importantes ciudades sicilianas: Catania, Messina, Ragusa y Siracusa le dieron la espalda. No le fue mejor en el norte de las pequeñas industrias, donde la coalición de derechas deja tras más de un decenio de victorias en ricas capitales como Treviso, en Veneto, donde gobernaba imperturbable la Liga Norte, socia del PdL.

El caimán es un animal político fino y husmea cuando es el momento de cambiar de rumbo. Ya ha arrancado la operación rescate para refrescar la imagen de su criatura política. Aquel PdL que fundó en 2008, de la fusión de Forza Italia –el  primer partido con el cual bajó a la arena– y de la post fascista Alianza Nacional, guiada por Gianfranco Fini. Aquel mismo PdL que, mientras gobernaba el país, se quedó cojo cuando en 2011 Fini y los suyos lo dejaron. El matrimonio de conveniencia entre las dos almas del PdL se rompió pero el partido siguió siendo la mayor fuerza en el ala derecha del Parlamento. Tras renunciar a las riendas del Gobierno con un año de antelación, en noviembre de 2011, y un año de apoyo a los tecnócratas, una campaña electoral y un acuerdo con los eternos rivales para formar un gabinete de “emergencia”, el que Berlusconi llama “partido del amor” está desfibrado y sin brillo. El hombre de negocios sabe que hay que renovar para no morir.

Desde el 1 de julio, el PdL muda su sede a la central plaza de San Lorenzo in Lucina, que va a costar 700.000 euros al año. Es mucho, pero siempre menos de los dos millones que costaba la sede histórica que se halla en la cercana vía –nunca nombre fue tan contradictorio – de la Humildad. El tijeretazo no recortará solo los gastos. Se trata de algo más profundo. La prensa cuenta que en la reunión que Berlusconi mantuvo con los suyos hasta bien entrada la noche del viernes, el líder máximo de la derecha italiana habló de un sujeto político más delgado y ágil, sin dirigentes, como fue Forza Italia. Y no es ningún misterio que Berlusconi siempre le mantuvo mucho cariño a aquella formación que le regaló sus primeras victorias y estaba hecho por completo a su imagen y semejanza, como una más de sus millonarias empresas. En FI no existían coordinadores regionales, todo estaba en sus manos. Es lo que il Cavaliere quisiera volver a hacer ahora: sustituir los dirigentes territoriales con empresarios seleccionados por él y de su estricta confianza que puedan recuperar puntos en el territorio pero que no pretendan a cambio roles políticos.

Volver a centrar las decisiones y la estrategias en sus manos es lo único que le queda a Berlusconi. El reciente resultado deja claro que el funcionamiento electoral de su Pueblo del Amor es exactamente opuesto a el del Partido Democrático: cero calado en el territorio, escaso perfil electoral de los candidatos locales, mientras sigue robusto el enamoramiento de un italiano de cada tres hacia el 76 añero líder nacional.

Berlusconi sabe que para recuperar consensos debe ponerse en la primera línea. Ahora como nunca porque la Liga Norte, su histórico socio de Gobierno, siempre fiel aunque refunfuñando a veces,  ha quedado diezmada en las urnas y no podrá ayudarle de cara a las próximas generales. Que no tardarán más de un año en llegar.

Como suele ocurrir cuando alguien de golpe se descubre cansado, deshilachado y débil, también mira a su alrededor y no ve a nadie. Se da cuenta de que se ha quedado solo. El maquillaje de Berlusconi va a ser – por fuerza, por supervivencia – casi una cirugía estética.

(*) Lucia Magi es periodista.

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