La crisis de Taksim no podía ser más inoportuna para los ambiciosos planes políticos de Tayip Erdogán. Ha estallado justo cuando se disponía a iniciar una importante gira por el Magreb, precisamente a países donde su “modelo turco” es toda una referencia para movimientos islamistas que ya han llegado al poder, como ocurre en Marruecos y Túnez.
Mientras “vende” en el exterior su “democracia islámica”, en Turquía las protestas contra “el dictador” no dejan de extenderse por todo el país y cuentan ya con el apoyo de influyentes sindicatos obreros, confirmándose la existencia de dos muertes debidas a los disturbios y de cerca de 3.000 heridos, la mitad de ellos en Istanbul. El primero de los fallecidos sería el joven de 20 años Mehmet Ayvalitas, simpatizante de la Plataforma de Solidaridad Socialista, atropellado por un vehículo en Istanbul, y el otro Abdullah Comert (22 años), militante del Partido Republicano del Pueblo (CHP), alcanzado mortalmente por un bote de gas lanzado por los antidisturbios en Hatay.
La Confederación de Empleados Públicos, que aglutina a 250.000 trabajadores, ha convocado dos días de huelga en solidaridad con "la resistencia de Taksin", que también han recibido el apoyo de la Confederación de Sindicatos Progresistas (DISK).
La realidad es que, poco a poco, se van imponiendo las similitudes entre estas revueltas populares y las que se han registrado bajo la denominada “Primavera Árabe”. Como en los otros casos, un incidente aislado, en este caso la defensa del parque Gezi contra la construcción de un centro comercial, ha hecho estallar un problema general de más profundidad que estaba latente. Como en los otros países, han sido los sectores jóvenes, cuyas aspiraciones son negadas por el sistema, quienes denuncian la deriva autoritaria de Erdogán, exigiendo la instauración de una verdadera democracia.
La rápida extensión de la revuelta de Taksim a las principales ciudades de Turquía solo puede entenderse por el cansancio de quienes esperaban de Erdogán una auténtica apertura política y se encuentran con que, en el fondo, el proyecto del Partido del Desarrollo y la Justicia (AKP) consiste en mantener las mismas estructuras autoritarias de poder cambiando su anterior fachada castrense por otra islámica.
Algunas medidas recientes, como incluir un temario religioso en los exámenes de selectividad, la práctica prohibición del alcohol en muchas zonas urbanas, las cada vez más descaradas restricciones a las comunicaciones por internet, la existencia de una “lista negra” de libros prohibidos o la constante persecución a la prensa disidente, seguramente han alimentado el rechazo de la juventud a la forma de gobernar del AKP.
Uno de los ejemplos más claros de este continuismo ha sido precisamente el intento de los grandes grupos mediáticos de menospreciar y hasta ridiculizar las protestas, dándose el paradójico caso de una importante cadena de televisión que se dedicaba a emitir documentales sobre pingüinos mientras el barrio de Taksim se convertía en un campo de batalla. Antes, las grandes cadenas de prensa y televisión estaban al servicio del Ejército; ahora se encuentran a los pies de Erdogán.
Las revueltas están poniendo en cuestión el propio carácter democrático del modelo político que el primer ministro turco aspira a extender a los países musulmanes bañados por el Mediterráneo, comenzando por sus vecinos de Siria. No es de extrañar, por lo tanto, que Erdogán también haya terminado por acusar a “potencias extranjeras”, sin citar ninguna en concreto, de estar en el origen de los disturbios.
Como ha ocurrido en otros países, la “Primavera Turca” revela que una determinada concepción de la vida y de las normas morales no se puede imponer al conjunto de la población y mucho menos utilizando la fuerza para conseguirlo por muchos votos que se consigan en las elecciones. Este es el mensaje que el presidente de la República, Abdullah Gul, parece haber entendido cuando afirma que “la democracia no es solo ir a votar en unas elecciones”. De esta forma, Gul volvía a poner en evidencia a su primer ministro, después de haberle pedido públicamente que retirara la policía de la plaza de Taksim y de reunirse con Kemal Kilicdaroglu, líder del CHP, que se ha alineado claramente con los manifestantes y contra la línea dura defendida por Erdogán.
Ambos, Gul y Erdogán, representan en la cúpula del poder dos formas muy distintas, si no enfrentadas, de gestionar la crisis, de responder a las reivindicaciones de la revuelta popular e, indirectamente, de entender un sistema político que hasta ahora se presentaba como un modelo sin fisuras para las demás sociedades musulmanas.
Este lunes por la noche, la organización Taksim Solidaridad difundía a través de Bianet sus reivindicaciones: dimisión de los responsables policiales, libertad de todos los detenidos, cese de las prohibiciones para manifestarse y que en el parque Gazi, origen de las protestas, no se construya ningún edificio, aludiendo así a la última declaración de Erdogán, quien dijo que retiraba el proyecto del centro comercial pero que mantenía la ubicación de una mezquita en esa misma parte de Taksim.
Cuando Erdogan utilize sus bombarderos para rasear sus propias ciudades podremos compararlo a Al Assad. Que yo sepa, acaba de haber incidentes callejeros violentisimos…en Suecia. No que yo quiera poner el nivel de democracia en Turkia a la altura del de Suecia. Con el de Espana mejor ni meternos. Pero no le hacemos ningun favor al futuro del mundo usando la mala baba que nos puedan generar ciertos movimientos religiosos para mezclarlo todo y poner a todos al mismo nivel.
Cuando en Turkia haya un ejercito de mercenarios,triturando el país ,tipo Libia, se podrá comparar los métodos de Al Assad, con los de Erdogan, Y ya puestos en harina ,diré que Gadafi tenia muy malas compañías y Al Assad las tiene un poco más «correosas».