NUEVA YORK.– Mientras se siguen encontrando víctimas, se limpian los escombros, se retiran los árboles caídos, se vacían los túneles del metro de agua salada, se restablece el servicio eléctrico y, en definitiva, se vuelve a la normalidad en la auto-proclamada capital del mundo, Nueva York intenta olvidar una noche pre-Halloween en la que los fuertes vientos de Sandy hicieron tambalear la confianza desmedida -y la chulería- tan común entre sus habitantes.
En pocos minutos, en algún momento de la noche del lunes, los neoyorquinos se dieron cuenta de que esta vez sí iba en serio: que las órdenes de evacuación previas habían sido acertadas; que la suspensión del servicio del metro era lógica; y que jugar en la calle en mitad de un huracán no era la mejor idea de pasar el rato. Hace catorce meses Irene se había quedado en nada. De ahí que pocos se creyeran que Sandy podía convertirse en uno de los desastres más grandes de la historia de la Ciudad.
Durante unas interminables horas, con la parte más emblemática de Manhattan a oscuras, numerosas partes de la ciudad quedaron sumergidas; ochenta casas de un barrio de Queens, destruidas por el fuego; la explosión de varios transformadores eléctricos iluminó los salones de más de un apartamento; y el sarcasmo se tornó preocupación, en el universo de redes sociales en el que circulaban fotos y vídeos espeluznantes.
La ciudad súper-cafeinada donde todo se espera para ayer, obligada a dar un frenazo en su ritmo operativo por el castigo impredecible de la madre naturaleza.
Las zonas costeras en parajes remotos de la Ciudad fueron las más afectadas por la inmensa oleada formada por Sandy. Barrios, muchos de ellos de clase trabajadora, bordeando el Atlántico, en Staten Island, Brooklyn y Queens.
Si bien el número de víctimas mortales es incomparable, Nueva York ha recurrido rápidamente al espíritu del 11 de Septiembre. Recurrentes son los mensajes de unidad entre la población frente a la adversidad. Sandy se convierte en el suceso más trágico desde entonces, con un impacto de pérdidas multimillonarias.
La recuperación tomará tiempo y el costo humano y monetario será alto; pero en unas semanas, una vez los trenes subterráneos vuelvan a rugir por los túneles ahora llenos de sal, y las autopistas y grandes avenidas sean despejadas de suciedad y escombros, Nueva York volverá a retomar su característico frenesí. Sandy quedará registrada en la historia como una tormenta de magnitud récord y en la mente de los neoyorquinos será recordada como un buen susto en el cuerpo.
Pero por ahora, ese escenario de película que todo el mundo sueña como suyo, está a la espera de que alguien pueda otra vez darle al interruptor.
Emocionante, conmovedor artículo.