Las activistas sirias, pilar invisible e imprescindible de la revolución

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Manifestación de mujeres en Homs, el pasado diciembre. / Mónica G. Prieto

A Alaa, menuda y reservada pero con una desmesurada fuerza en la mirada, le costó medio año sumarse a la revolución siria. “Quise hacerlo desde el principio pero mi marido se negaba, a él le asusta salir a las calles y protestar en público”, explica con voz queda en una cafetería de la bulliciosa Trípoli, capital suní del Líbano y refugio de muchos sirios. “Mis familiares y mis amigos se implicaron, y yo no podía quedarme en casa mientras los demas luchaban por nuestro futuro”, se justifica. Así que la bella joven, de sólo 19 años, decidió romper su matrimonio para participar en el levantamiento contra la dictadura. Aunque le costase separarse de sus dos hijos, de año y medio y tres años, cuya simple mención le pone al borde del llanto. “Ay, mis bebés”, se lamenta al recordar que ambos están con su padre.

Ahora, Alaa tiene a otra numerosa familia que depende de ella. Consiste en unas 700 familias de desplazados de Homs que, huyendo de los bombardeos, encontraron refugio en Damasco. La simple mención de Homs, la provincia insurrecta, en sus carnés de identidad los hace susceptibles de ser arrestados por la Inteligencia siria, así que la joven siria buscó varios hoteles privados donde alojarlos: sus propietarios aceptaron ser pagados para mirar hacia otro lado cuando los nuevos e indeseables inquilinos se instalaran en sus habitaciones. El Consejo Nacional Sirio y empresarios exiliados se encargan de cubrir los cuantiosos gastos.

Al principio, cuando me incorporé a la revolución, me ocupaba de transportar suministros médicos desde Damasco y Aleppo hasta Homs. Al ser mujer, no soy registrada en los controles. Pero desde hace dos o tres meses, trabajo exclusivamente acompañando a familias de refugiados a Damasco y buscándoles donde dormir”. Tras la caída del barrio de Baba Amr en manos del Ejército de Bashar Assad, la cifra de desplazados se disparó y con ello las responsabilidades de esta activista. “He tratado con un millar de familias en Damasco, pero tiene que haber muchísimas más”. Y su labor no sólo consiste en alojarlas: acude cada día habitación por habitación para repartir comida e interesarse por sus necesidades. “No pueden salir del hotel, todo homsi [natural de Homs] es buscado y si es detenido en un control, su destino será la prisión”, aduce la activista.

La actriz May Skaff. / Facebook

Como Alaa, son legión las mujeres que han adoptado un papel destacado en la revolución siria, organizando marchas, ayudando en las labores de socorro después de los ataques del Ejército y, especialmente, recabando dinero y logrando romper los cercos militares con suministros mediante la corrupción de los oficiales o el ingenio, aprovechando que su condición de mujer les confiere una aparente debilidad a ojos de una sociedad tan tradicional como la siria.

Algunas juegan un papel silencioso pero imprescindible, como Noura al Jizawi, de 24 años, arrestada en Damasco a principios de marzo. “Noura es la revolución. Tiene contacto con sirios de todo el país, sabe lo que está pasando. Fundó una agencia de noticias online que aportaba información detallada de lo que ocurría en todo Siria, promovía marchas de mujeres, era muy activa en las redes sociales, recababa medicinas y ropa para los niños de las zonas más bombardeadas”, explica una de sus familiares, que prefiere quedar en el anonimato. “Siempre estaba online, ya fueran las 6 de la mañana o las 6 de la tarde”, añade Omar Shakir, uno de los activistas del centro de medios de Baba Amr. “Siempre que se lo decía, que debía descansar, me respondía: ‘Ahora mismo hay una ciudad o un pueblo que está siendo bombardeado. Tengo que contarlo’".

Otras, en cambio, optan por dar un paso adelante venciendo su propio miedo. Es el caso de Rima Dali, de 33 años, conocida como la del abrigo rojo, cuyo sencillo gesto se ha convertido en toda una forma de protesta. El pasado 8 de abril, Rima se dirigió a la sede del  Parlamento sirio y ante sus puertas, enfundada en un abrigo rojo, exhibió una pancarta que rezaba: “Detened la matanza, queremos construir una nación para todos los sirios”.

Fue inmediatamente detenida, pero lo que las autoridades ignoraban es que su gesto se convertiría en tendencia. Dos días más tarde, dos jóvenes alzaron una pancarta roja con el mismo lema ante el Palacio de Justicia. También fueron arrestados. Un día después, tres chicas y un chico eran detenidos en la capital por un incidente similar. El 15 de abril, un grupo de jóvenes exhibieron su pancarta de ‘Detened la matanza’ ante el Ministerio del Interior sirio.

El activismo femenino sirio es poderoso aunque mucho menos perceptible que el masculino. La abogada y defensora de Derechos Humanos Razan Zaitoune, una de sus más conocidas caras, se ha visto obligada a esconderse al saberse buscada por el régimen a causa de su denuncia de los crímenes contra civiles. La actriz Fawda Suleiman, que se convirtió en símbolo de Homs y de la pluralidad de la insurrección siria –ella es alauí, escisión del chiísmo profesada por la familia Assad y sus acólitos- terminó huyendo a Europa tras meses viviendo escondida para evitar ser arrestada.

Cartel de la campaña por la liberrtad de Razan Ghazzawi. / Facebook

Algunas, como la actriz cómica May Skaff o la bloguera Razan Ghazzawi, fueron detenidas y posteriormente liberadas, pero otras no tienen tanta suerte. Es el caso de Tal al Mallouhi, considerada el preso de conciencia más joven del mundo árabe: fue arrestada con 17 años cuando nadie en Siria osaba siquiera pensar en la revolución, el 27 de diciembre de 2009. Tras nueve meses de incomunicación, un tribunal la condenó a cinco años de cárcel por espionaje en favor de Estados Unidos. Ocurrió el 15 de febrero de 2011, cuando el ejemplo de las revueltas árabes comenzaba a cundir en Siria. Las campañas internacionales por su liberación no han sido escuchadas, y esta joven poeta, que solía defender Palestina en su blog y criticaba duramente a Washington, se convirtió en otro símbolo de Siria.

Jazmine, en la cuarentena aunque se niega a desvelar su edad con una mezcla de rubor y enfado, considera natural convertirse en activista. Desde el principio de las manifestaciones, ella y su único hijo, Abed, un joven universitario, se sumaron a las protestas. Semanas después no era suficiente.

“Me dediqué a organizar las marchas de mujeres y a asistir a los heridos leves en las protestas. Aprendimos rápido a actuar. Durante la semana, enviaba a mi hijo a buscar bolsas de plástico y prepararlas para recoger de forma segura los botes de gas nervioso y lanzarlas lejos de la multitud”. Todo, en espera del viernes de protestas. El siguiente paso, prosigue, fue organizar a un equipo de mujeres que “funcionaba como una parada de boxes de la Fórmula 1. Acumulábamos gaseosa, pegamento y cebollas, así como máscaras improvisadas para los gases, en garajes y pasillos de viviendas cercanas a las manifestaciones. La gente venía a llevarse cosas para combatir los gases y nos traía a los heridos; a los más graves, otro equipo se los llevaba al hospital de campaña. La última parte de nuestro trabajo era limpiar los garajes de sangre y despojos humanos”.

Jazmine, que antes del levantamiento regentaba una tienda de ropa en el barrio de Inshaat, en Homs, que fue saqueada por los shabiha (milicia civil del régimen), según su testimonio, terminaría organizando manifestaciones de mujeres en varios barrios de Homs. Cuando el Ejército cercó el barrio de Baba Amr, a principios de año, se ocupó de encontrar alojamiento para 50 desplazados, a los que asentó en casas de sus familiares. A veces acudía a los checkpoints para ayudarles a cruzar. “En ocasiones, hablaba con los soldados. Les pedía que no nos disparasen, que nos pidiesen aquello que necesitasen, que somos hermanos. Les pedía que desertaran. Pero han crecido como las criaturas de Assad, no como hijos de Siria, y a quienes disienten les amenazan con quitarles la vida”.

Durante el cerco contra Homs de febrero, Jazmine se convirtió en una pieza clave del barrio de Inshaat: su casa está tan próxima al hospital Al Amin que era una de las pocas personas que podía llegar al centro sin exponerse a los francotiradores. Llevaba comida a los heridos, y en algunos casos, los llegó a albergar en su casa ante el riesgo de que fueran detenidos durante la entrada de los militares en el centro médico. Después de que bombardearan su casa, decidió salir del barrio; más tarde del país. Hoy, desde el vecino Líbano, Jazmine se muestra dispuesta a retomar su labor. “Los hombres se manifiestan por nuestra libertad, nosotras también. No hay ninguna diferencia entre nosotros”.

8 Comments
  1. Blanca says

    Qué bien que todavía escribís sobre lo que está pasando en Siria, y hacen incapié en el importantísimo papel de sus mujeres. Sacando de lo malo, lo mejor, a ver si este horror por lo menos sirve para que las mujeres den un paso de gigante en estas culturas.

  2. احرار سوريا اﻷبية says

    بالنسبة الى الثائرة آلاء باعتقادي انها نركت ولديها قبل مشاركتها بكثير ولديها الذان هما بامس الحاجة اليها اكثر من سبعمئة عائلة ولكنها اختارت الطريق الذي لا يحبه زوجها الذي قلبه احترق من اجل ولديه وزوجته التي فضلت ان تعمل عمل الرجال على ان ترعى زوجها وولديها فكل انسان يختار ألطرءق الذي يفضله لكنها في النهاية خسرت

  3. سوريا يا حرة says

    بالنسبة إلى الأمهات في سوريا فحق الأزواج الخوف عليهن من بطش عصابات الأسد التي ترح من حقهم منعهن من المشاركة حتى لا يؤذين أو يغتصبن
    لكن المرأة هذا اليوم حتى أولاده تخلت عنهم أصلا الاعتناء بالأولاد جهاد في سبيل الله ولنترك الثورة العملية للرجال فهم أحق بها أما النساء واجبهن الآن ان يحمين أولاادهن في هذه الظروف القاسية والثورة سوف تنتصر بوجود آلاء أو عدمه لكن ما راحت غير عالأولاد أو بجوز رب العالمين بعتلهن ناس تحن عليهم أكتر منها

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