Antes y después del 11-S

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La mezquita azul de Biyara el año 2003, tras ser desalojado el grupo Jund al Islam. A la derecha se pueden apreciar los desperfectos provocados por los misiles. / Manuel Martorell

Al final, con esto del aniversario del 11S, va a pasar como dice el refrán: que los árboles no dejan ver el bosque. Por lo que se comenta tanto en la calle como en los medios de comunicación, vamos a terminar pensando que el problema de Al Qaeda comenzó cuando Bin Laden y los talibanes decidieron volverse contra Estados Unidos. A partir de ese momento, el islamismo radical no habría hecho más que agravarse debido a los continuos errores norteamericanos en Afganistán e Irak.

Pero, como también dice otra popular sentencia, las cosas no son lo que parecen. Es, en este sentido, más que significativo que, en la actual cascada de reportajes, informaciones y análisis sobre el 11S, apenas haya aparecido el nombre de Ahmad Shah Masud,  más conocido como “Comandante Masud”, líder de los tayikos afganos e impulsor de la denominada Alianza del Norte junto a Ismail Khan, el ex general comunista uzbeko Dostum y el principal partido hazara. Durante casi cinco años, hizo frente a los talibanes de Bin Laden sin apenas otra ayuda que algunos suministros de Rusia y la India. Finalmente, murió asesinado por un comando enviado por Al Qaeda el 9 de septiembre de 2001.

Este atentado, dos días antes de los de Nueva York, fue el que  puso de relieve el poder al que habían llegado los talibanes. Para entonces, con prácticamente todo Afganistán bajo su control, llevaban años interviniendo en Paquistán, la India, las repúblicas de Asia Central e Irak.  Atrás quedaba ese oscuro periodo –de 1996 al 11S- en que las potencias occidentales dudaban sobre la estrategia a seguir, incluso después de que el 19 de marzo de 2001 cumplieran su amenaza de volar los Budas Gigantes de Bamiyán ante una opinión internacional ya consternada al ver cómo ejecutaban públicamente a mujeres “adúlteras” en estadios de fútbol.

Es muy revelador que  fuera precisamente al norte de Irak, en una zona supuestamente protegida por los aviones norteamericanos, donde seguidores de Bin Laden,  aglutinados  en el grupo Jund al Islam (Soldados del Islam), consiguieran crear un mini estado –el Emirato de Biyara- desde el que intentarían intervenir en todo Oriente Próximo emulando las hazañas de Saladino frente a los Cruzados.

Tras expulsar a los naqsbandi –una corriente islámica de gran presencia en esta región- de su “mezquita azul”, expandieron su poder a golpe de fatua por una veintena de localidades, cerrando tiendas de música, salones de belleza, destruyendo las antenas parabólicas, prohibiendo el baile en las bodas, clausurando los lugares “turísticos”, imponiendo multas a las sectas sufíes y hasta asesinando, como en Afganistán, a mujeres acusadas de “prostitución”.

Desde 1999, todos los grupos políticos, incluidos los islamistas moderados, de esta  parte de Irak, situada en la región kurda, estuvieron combatiendo contra Jund al Islam  sin que, como le ocurrió al “Comandante Masud” y su Alianza del Norte, nadie acudiera en su ayuda. Tuvieron que llegar los ataques contras las Torres Gemelas y el Pentágono para que las fuerzas kurdas contaran con apoyo aéreo en sus operaciones.

Varios misiles impactaron en el “cuartel general” que habían instalado en unas dependencias anejas a la “mezquita azul” matando a varios de sus dirigentes. El resto consiguió huir alcanzando la cercana frontera de Irán, donde muchos de ellos consiguieron un estatuto semejante al de refugiado político. Informaciones locales indican que ahora habrían servido de guías en las reciente incursiones iraníes en Irak, debido a su buen conocimiento de estas montañas fronterizas.

Pese a que tales ataques han provocado la destrucción de aldeas, cientos de desplazados y varios muertos entre la población civil, no se ha producido ninguna respuesta seria por parte de la comunidad internacional. Obviamente, no se trata de volver a cometer el error de una intervención militar. Se trata, sencillamente, de ser conscientes de que esa especie de fascismo islámico ya era un peligro para los pueblos musulmanes de Oriente Medio antes de que Bin Laden ordenara los atentados del 11S, y de que seguirá estando presente en esta parte del mundo aunque, como parece deducirse de este aniversario, Al Qaeda ya no sea una amenaza directa para Estados Unidos.

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