No hace falta insistir sobre la gran diferencia entre las revoluciones de Túnez y Egipto con la de Libia. En las dos primeras, las crisis se resolvieron con relativa rapidez cuando los militares terminaron tomando la opción del pueblo. En el caso libio el apoyo fue solo parcial y la consecuencia ha sido una dura guerra civil de seis meses. Tampoco hace falta recordar que los rebeldes no habrían podido llegar a Trípoli sin el apoyo militar de la OTAN. Incluso ha habido momentos en que el Consejo Nacional de Transición, con base en Bengasi, se mostraba incapaz de hacer nada sin el paraguas de la Alianza Atlántica.
La sorpresa durante la ofensiva que, en definitiva, ha puesto fin al régimen de Muamar al Gadafi surgió, paradójicamente, de la zona menos controlada por el Gobierno transitorio y, por lo tanto, también menos atendida por la alianza internacional, hasta el punto de que había quedado totalmente olvidada en este conflicto: los montes Nafusa. Tanto los árabes como los bereberes que habitan estas estribaciones de la Tripolitana han demostrado durante meses que seguía vivo el espíritu popular de la revuelta y que podían enfrentarse al Ejército profesional de Gadafi sin el apoyo de la aviación europea.
Pero esto es solo una de las lecciones dadas por el llamado frente tripolitano u occidental. Lo que sobre todo han demostrado los habitantes de los montes Nefusa es que los rebeldes tenían no solo un claro planteamiento estratégico cuando el conflicto parecía estar en un callejón sin salida, sino que también eran capaces de organizar y administrar los territorios bajo su control.
Así lo han podido comprobar sobre el terreno algunos colegas, como el guipuzcoano Karlos Zurutuza, uno de los primeros en adentrarse en este territorio, antes de que se iniciara el lento pero progresivo avance hacia la costa mediterránea. Allí, Mohtar Milad, uno de sus jefes militares del Consejo de Transición negaba la posible presencia de grupos de Al Qaeda infiltrados entre los rebeldes, contestándole al periodista que él mismo podía comprobarlo en el contacto directo con los combatientes. Ni la actitud ni las declaraciones de los mismos respondían a ese tipo de ideología.
Sí le reconoció, sin embargo, que, tras la caída del régimen, organizaciones radicales como la propia Al Qaeda en el Magreb, el Grupo Combatiente Islámico de Libia u otros movimientos de salafistas podrían aprovechar el vacío de poder para pescar en río revuelto, como ya se ha comprobado en algunos sucesos ocurridos en Túnez y Egipto. Ese sería, en su opinión, uno de los grandes desafíos del nuevo Ejército libio durante el incierto periodo de transición que ahora se inicia.
Otros retos son aún más difíciles de afrontar por el Consejo Nacional: el mantenimiento del orden para que no se produzca ese vacío de poder, la reconstrucción de las infraestructuras, el restablecimiento de la exportación de petróleo, el posible nuevo flujo de refugiados y un sistema político basado en valores democráticos serían los principales, tal y como han manifestado otros miembros del Consejo Nacional.
Se trata de una titánica tarea para un Estado en el que, desde el punto de vista institucional, todo está prácticamente por hacer, ya que el sistema asambleario, popular y socialista del Libro Verde de Gadafi era otra mascarada más, como la democracia tunecina, para camuflar un régimen dictatorial y personal. Pero, por encima de todo, estos ambiciosos objetivos son el verdadero desafío que presenta la actual ola de revoluciones árabes a la Unión Europea.
La implicación de los países occidentales en la crisis libia ha sido mucho mayor que en Túnez y Egipto, y la resolución del conflicto, se quiera o no, repercutirán en la situación de Siria. Ahora se va a demostrar hasta qué punto los países occidentales están dispuestos a ayudar el pueblo libio en las tareas de reconstrucción y formación del nuevo modelo político sin caer en la tentación de dirigir sus pasos, colocar sus peones en el nuevo Gobierno o convertir a Libia en una especie de protectorado.
Libia va a ser, en definitiva, la gran prueba-ensayo para comprobar si los Estados desarrollados son capaces de establecer una nueva relación con Libia basada en el respeto de sus peculiaridades sociales, culturales y religiosas, apoyando, pero no tutelando, el proceso de transición.
A un asesino, porque su petróleo nos interesa, le mimamos…
A otro asesino, sin petróleo, le bascamos a muerte y lo llevamos a EEUU. (ellos dicen que lo arrojan al mar… Ellos no se lo creen).