Tanto la prestigiosa revista National Geographic como el no menos renombrado The New York Times lo han incluido este año como uno de los destinos turísticos de mayor atractivo. No se trata de bellas y soleadas playas junto al mar, se trata de la región autónoma del Kurdistán, en el norte de Irak, un país para muchas personas todavía en guerra.
Esta región disfruta de un amplio autogobierno desde 1992 y, debido a su peculiar situación política y geográfica, ha permanecido al margen del conflicto bélico. En esta parte de Irak apenas ha habido atentados, no se han producido secuestros y tampoco ha sido asesinado ningún extranjero. El National Geographic lo define literalmente como “un oasis de seguridad”.
Ya hay varias agencias de viajes que ofrecen el Kurdistán iraquí como destino turístico. Con un claro ingrediente aventurero, estos programas presentan el Kurdistán no solo como un territorio salpicado de joyas monumentales y paisajísticas, sino, sobre todo, como la posibilidad de entrar en contacto directo con una cultura ancestral.
Los kurdos forman parte de los pueblos indoeuropeos y se cree que se asentaron en estos macizos montañosos que rodean la mítica Mesopotamia hace unos 4.000 años. Desde entonces, sus aldeas adornan recónditos valles y antiquísimas metrópolis con una forma de vida que ha sabido conservar durante siglos su lengua, música, costumbres y técnicas constructivas que, según los arqueólogos, son muy semejantes a las primeras utilizadas por el ser humano.
Karlos Agirre, de la Agencia de Viajes Itsaslur, lo pudo comprobar personalmente durante los recorridos que realizó el pasado mes de octubre por toda esta región. Karlos reconoce que, antes del viaje, tenía serias dudas de que se iba a encontrar con la tranquilidad que anuncia el Gobierno kurdo. “Mis familiares y amigos –explica- creían que iba a una zona en guerra, donde los occidentales eran blanco de las balas”.
“Nada más lejos de la realidad”, dice Karlos. “Durante mi viaje, ese recelo se fue transformando en confianza. A medida que visitaba lugares de interés, me iba convenciendo de que el Kurdistán iraquí es realmente un destino seguro, interesante y virgen para el turismo. La gente era amable, respetuosa… Me sorprendía que en las ciudades, ni siquiera en la hora punta, se escucharan bocinazos o broncas de los automovilistas”.
Este emprendedor navarro pudo visitar Arbil, la Arbela de los griegos, considerada la ciudad habitada de forma ininterrumpida más antigua del mundo. En sus proximidades se entabló la trascendental batalla de Gaugamela, que abrió las puertas de Asia a Alejandro Magno. Después pudo recorrer la garganta de Ali Bej, muy semejante al Cañón del Colorado, por donde se cree que logró huir Darío en dirección a Irán tras su derrota.
Al final del cañón, cerca de Rawanduz y de las cascadas de Beijal, se está finalizando un teleférico para ascender a la cumbre más elevada de la comarca, desde donde se aprecia la impresionante panorámica de la cordillera Zagros que, descendiendo desde el Cáucaso hasta el Golfo Pérsico, hace de frontera natural entre Irán e Irak; sus montes van perdiendo altura progresivamente hasta desaparecer confundiéndose con la meseta iraní.
No muy lejos se encuentra la cueva de Shanidar, uno de los muchos y valiosísimos yacimientos arqueológicos diseminados por estas tierras, y el santuario de Lalesh, centro mundial de la religión yezidi, más conocidos como los Adoradores del Diablo; aún conservan templos de fuego dedicados a Zaratustra.
Con una incipiente democracia no exenta de problemas, un gran desarrollo económico, modernos hoteles y dos aeropuertos internacionales, el Kurdistán iraquí es reconocido como modelo de convivencia entre cristianismo, islam y judaísmo. Buenos ejemplos son las ciudades de Shaklawa y Amadiya. Hasta esta última llegó en el siglo XII otro viajero navarro, Benjamín de Tudela. En mayo, todavía se pueden ver cumbres nevadas y las llanuras estallan con los colores de la primavera mientras el verde de los campos cultivados domina frente a la aridez del desierto.
Aún hay otra gran diferencia con el resto de Irak; el Kurdistán es la única región donde se puede beber alcohol libremente y donde cada vez son más los “night clubs”, centros de recreo y comerciales que permiten a los jóvenes de ambos sexos compartir momentos de diversión. Se han comenzado a realizar descensos en barca por el gran Zab y se acondicionan, a falta de playas, meandros fluviales o las orillas del pantano Dokan, donde se levanta uno de los hoteles turísticos más veteranos de la región.
Karlos Agirre ya no tiene duda alguna; la seguridad que se vive en el Kurdistán iraquí permite conocer “cómo en esta parte del mundo nació la civilización” y por eso anima, ofreciendo su experiencia y "viajes a medida”, a cualquiera que desee visitar “un pueblo que nos abre las puertas para conocer sus gentes, paisajes y su cultura milenaria”.