Sekine Arat es una mujer de 76 años que ha perdido cinco hijos en la guerra no declarada contra el PKK. Su dramático caso ha sido incluso mencionado en público por el primer ministro turco, Tayip Erdogán, y la gente se refiere a ella como “la madre Sekine”, personificando así el dolor de las familias con hijos muertos en este conflicto que dura ya 30 años. Cuando acudí a su cita en un parque de Diyarbakir, apareció vestida según los cánones más tradicionales del islam: gabardina de pies a cabeza, hiyab (pañuelo) cubriéndole la cabeza a excepción del rostro y guantes para tapar las manos.
Por sus profundas ideas religiosas, debiera apoyar al Gobierno de Erdogán. Sin embargo, no es así. Todo lo contrario; Sekine no niega sus preferencias por el BDP (Partido de la Paz y la Democracia), una organización laica y progresista enfrentada radicalmente al gubernamental e islamista Partido del Desarrollo y la Justicia (AKP). Aunque esto parezca a ojos occidentales una contradicción, para Sekine Arat, y para muchos millones de kurdos, no existe tal incongruencia; para ellos defender los derechos de su pueblo es tan importante, o más, que los principios religiosos, y Erdogán no solamente practica una política contra el pueblo kurdo sino que, además, cuando habló el año pasado de ella, la calificó como “madre de unos terroristas”.
Fue durante una recepción a familias turcas que habían perdido hijos en combates contra las guerrillas del PKK (Partido de los Trabajadores del Kurdistán). Obviamente, ni Sekine ni ninguna de las miles de familias kurdas que también han perdido a sus seres queridos estaban invitadas. El primer ministro, ante los invitados a la solemne recepción y dirigiéndose expresamente a ella, dijo que también entendía "el dolor de las madres de los terroristas”. Sekine no tardó en contestarle, como recuerda en su encuentro con cuartopoder.es: “Nosotros no somos terroristas y tampoco lo son mis hijos”. “Les debería dar vergüenza”, dice vehemente señalando al Gobierno de Erdogán: “Los terroristas son los que nos han oprimido, los que nos están machacando... esos son los terroristas”.
Sekine relata cómo fue perdiendo a sus hijos. “Tacettin había sido encarcelado en 1979; cuando el golpe de Estado de 1980 también metieron en prisión a Cemal. A Cemal le condenaron a muerte y cuando nos enteramos, su hermana, Semra, que tenía 17 años y estaba muy unida a Cemal, se suicidó. Cemal murió en una huelga de hambre. A Tacettin lo pusieron en libertad; estuvo unos días en casa; tenía el cuerpo destrozado por las torturas. Se fue al monte con los compañeros”, dice Sekine refiriéndose a los guerrilleros del PKK. Alí encontraría la muerte, igual que Murat, que no tardó en seguir sus pasos al enterarse de que estaba en las montañas.
Finalmente, Servet, el más pequeño, perdió la vida en uno de los muchos y extraños “accidentes” que ocurrieron en las provincias kurdas durante los años 90, una década en la que varios servicios secretos del Estado sembraron la guerra sucia por doquier. Aunque no existen pruebas, siempre se pensó que el accidente de tráfico no había sido fortuito.
La familia de Sekine es una de las más significadas en Diyarbakir por su compromiso con la causa kurda. Ya participó en la primera gran revuelta, la liderada por el Seik Said en 1925 con epicentro en esta ciudad rodeada de murallas bizantinas. El Seik Said se levantó en armas cuando Ataturk incumplió sus promesas de conservar la autonomía de los kurdos, y llegó a controlar una amplia región en torno a esta antiquísima metrópoli, hoy con un millón de habitantes. Finalmente, derrotado por el Ejército, tanto Said como varias decenas de sus seguidores fueron ahorcados en público para escarmiento general.
“Dos de mis tíos murieron y a otros dos los ahorcaron. A mis padres les obligaron a marcharse a Kutahya (al otro extremo de Turquía); por eso yo nací en el exilio en 1935. Yo me considero hija del exilio”, dice Sekine. “Estudié hasta quinto de primaria; entonces nos permitieron volver a Diyarbakir pero, aunque mis padres querían que tuviera una educación, no pude seguir estudiando porque aquí no había ni escuelas”.
Casada a los 18 años, comenzó a tener hijos para perderlos después en un conflicto que ningún gobierno quiere solucionar. Ahora, “la madre Sekine”, participa en un movimiento denominado Madres por la Paz que busca la reconciliación entre kurdos y turcos y la solución a este grave problema enquistado durante décadas. Esta organización ha mantenido ya varios encuentros con la llamada Asociación de Familiares de los Muertos y Heridos en el Este, que aglutina a padres y madres de soldados turcos. Debido a estas actividades ha sido detenida, procesada y condenada a tres meses de prisión por “hacer propaganda del PKK”.
Pese a haber perdido a cinco hijos, Sekine no se considera un caso excepcional. Comenta, por ejemplo, que, en una ocasión, fue a dar el pésame a una familia que acababa de perder un hijo por motivos semejantes. “¿Sabes qué número de “mártir” era? … el noveno en la misma familia”, dice esta mujer que no deja de criticar la pasividad de Erdogán. “Si quisieran, lo podrían resolver, pero no quieren”, sentencia antes de señalar que, en su opinión, sería necesaria “una resolución de la ONU para que el Gobierno turco reconozca los derechos de los kurdos”.