Las revoluciones, suele decirse, siempre se sabe cómo comienzan pero nunca se sabe cómo terminan. A los egipcios y los tunecinos les salió bien -al menos acabaron con sus respectivas dictaduras- aunque es imposible saber si fanáticos de uno u otro bando les robarán la revolución en el futuro. Los libios y yemeníes están a la espera de lograr el objetivo primario -expulsar a su tirano- aunque todo lleva a pensar que a los segundos, inevitablemente, les robarán sus esperanzas de democracia entre las tribus, Al Qaeda y los intereses exteriores. Y quien sabe si a los primeros no se las robará la comunidad internacional.
Una de las revoluciones más olvidadas es la de los bahreiníes, que tan cerca estuvieron del cambio y ahora ven su insurrección secuestrada por la realidad geoestratégica: sus vecinos suníes no van a dejar que una población chií se haga con el poder.
En la voracidad informativa que busca novedades y desestima la evolución interna de las historias siempre que no impliquen muchos muertos y titulares sangrientos, Bahrein ha desaparecido del mapa. Como también han desaparecido 44 personas, según el partido islamista Wafq, en las protestas sociales que pusieron contra las cuerdas a la dinastía Khalifa, dos siglos en el poder y aguantando pese a representar escasamente al 30% del reino, suní como ellos.
La represión del régimen de Hamad bin Issa al Khalifa, el monarca, es silenciosa e inexorable contra aquellos que siguen luchando por la igualdad de derechos y por impulsar una monarquía constitucional. Desde que el Consejo de Cooperación del Golfo, que agrupa a las monarquías petroleras suníes de la zona, saliera en su apoyo enviando una fuerza armada para oficialmente proteger instituciones públicas y extraoficiamente disuadir a los manifestantes de seguir con su pulso al poder, el régimen de Manama ha reforzado su control del país. Si tras el escándalo sucedido con las primeras matanzas en la Plaza de la Perla -23 muertos en un país de 700.000 habitantes- realizó concesiones como liberar a 23 conocidos presos de conciencia, una vez que la atención internacional se centró en Libia el Gobierno de Al Khalifa mostró su verdadera cara: no dudó en derribar físicamente la Plaza, en un intento de borrar la disidencia, y volver a reprimir cualquier gesto de insurrección.
Human Rights Watch instó recientemente a las autoridades a investigar las muertes de 18 personas a manos de las fuerzas de Seguridad. “La mayoría fueron asesinados por un uso excesivo de la fuerza, fundamentalmente equipamiento de control de multitudes a una distancia extremadamente corta y munición real”, se puede leer en el informe de HRW.
El Centro de Bahrein para los Derechos Humanos documenta desde mucho antes de las revueltas pacíficas las violaciones en las que el régimen, conocido por el uso de las torturas, incurre contra los disidentes y en especial contra la mayoría chií en el reino. Según sus últimos recuentos, ha habido 370 detenidos y desaparecidos desde la liberación inicial de los 25 conocidos activistas, blogueros y clérigos arrestados meses atrás por conspirar supuestamente contra el Estado. La mayor parte del grupo se cuenta entre los nuevos arrestados, como también se cuentan médicos y enfermeros -13, según el CBDH- que atendieron a los heridos en la represión, cinco agentes que rechazaron tomar parte del desalojo violento de la Plaza de la Perla, 24 heridos que habrían sido sacados a la fuerza de los hospitales y 12 mujeres, entre ellas tres estudiantes, tres maestras y una poetisa.
El Centro denuncia una nueva y reciente campaña de detenciones, como la que ilustra este artículo. Explica que 21 blogueros, defensores de Derechos Humanos y activistas políticos han escapado recientemente a operaciones de arresto en las que sus viviendas han sido asaltadas. Ayer fue liberado el bloguero Mahmud Yussef, de 50 años, cuya bitácora online, en inglés, suele lamentar la política discriminatoria del régimen. Y no es nada personal: el propio Yussef es suní.
Bahrein ha servido para destapar muchas hipocresías. No la de esa falacia llamada «comunidad internacional» en la que la hipocresía es parte consustancial a ella misma, sino de personas o instituciones «particulares», com el caso de la cadena televisiva Al-Yazira, tan vanguardista en otros casos, y para la que «curiosamente» Bahrein no existe. O como la del Sheij Yusuf Al-Qaradawi, quien alienta las revueltas en otros países e incluso dictó una sentencia llamando a la ejecución de Qaddafi, pero que cuando se trata de Bahréin, defiende fervientemente a su morarquía feudal, a la dictadura y al apartheid.
También en España se puede ver la hipocresía de más de un periodista, ávidos por destacar negativamente cualquier cosa que ocurra, por ejemplo en Irán, pero que ante lo que ocurre en Bahrein guardan un silencio sepulcral.