El pasado sábado comenzó en Beirut un proceso histórico para millones de chiíes, aunque eclipsado por los acontecimientos regionales. Se trata de la primera sesión del juicio que debe juzgar al presidente libio, Muammar al Gadafi, por su implicación en la desaparición del imán libanés Mussa al Sadr, uno de los más respetados clérigos chiíes de la Historia reciente, desaparecido en Libia el 31 de agosto de 1978.
Cuando, en 2008, se admitió la denuncia contra el rais libio ante los tribunales libaneses nadie podía suponer que la misteriosa desaparición, enmarañada durante décadas de acusaciones y desmentidos, sería resuelta. Sin embargo ahora, en plena revolución popular que empuja a Gadafi hacia los abismos, la verdad podría estar más cerca que nunca.
Las deserciones en el círculo de Gadafi, que van desde su diplomacia en el exterior hasta su círculo más estrecho, están aportando pistas sobre lo que le podría haber ocurrido a Sadr, primo lejano del gran ayatolá iraquí, Mohamed Baqr al Sadr, fundador de Al Dawa y suegro del clérigo chií y actual líder iraquí Muqtada al Sadr.
Baqr al Sadr fue asesinado por el régimen de Sadam Husein en 1980.Semejante destino le podría haber sido reservado a su primo Mussa pero a manos de otro tirano. La última vez que se vio al imán libanés con vida fue el 31 de agosto de 1978 (aún hoy, día señalado en el calendario del país del Cedro) cuando embarcó junto a dos compañeros, Sheikh Mohamed Yacoub y el periodista Abbas Badreddin, rumbo a Trípoli, donde debía entrevistarse con las autoridades locales. Nunca más hubo noticias suyas. Desde entonces, las relaciones entre Libia y el Líbano son tan difíciles que el presidente libanés se negó a participar en la pasada cumbre de la Liga Arabe, celebrada en Tripoli.
Mussa no era un imán cualquiera. Nacido en Qom de padres libaneses, el clérigo chií llegó al país del Cedro en 1959 para revolucionar para siempre el paisaje político. Se erigió en líder de la comunidad chií -primero en Tiro, luego en todo el país- a fuerza de denunciar la discriminación de los chiíes, hasta entonces considerados ciudadanos de segunda clase, y de fundar en 1974 el Movimiento de los Desfavorecidos que en 1975 pasaría a llamarse Amal, esperanza, hoy el segundo partido chí libanés. El devolvió la dignidad a los chiíes, los mismos que 33 años después no admiten su evaporación sin más explicaciones.
El pasado martes, centenares de jóvenes se congregaron ante la sede de Naciones Unidas en Beirut. Unas pocas decenas protestaban por la represión de las protestas en Yemen, Bahrein y Libia, pero la inmensa mayoría portaba retratos del imán desaparecido y coreaba una consigna inequívoca. “La gente quiere que se libere al imán”, cantaban. En la sentada participaron dos diputados, Ali Khreiss y Emile Rahmeh, así como un líder juvenil del partido cristiano Marada. “Tras 33 años de evasivas y mentiras de Gadafi, por fin tenemos una esperanza de que el imán y sus compañeros sean liberados y la verdad emerja”, aseguró en declaraciones a la agencia AP el abogado de la familia Al Sadr, Chibli Mallat. “Tenemos sólidas esperanzas en que el imán Mussa al Sadr regrese al campo de la guerra santa y que el régimen de Gadafi no escape impune”, añadía el miembro del politburó de Hassan Qabalan al diario libanés Daily Star, antes de expresar su esperanza de que Gadafi “comparezca encadenado ante el Consejo Judicial” que le juzga en Beirut.
No resulta probable. Si bien el régimen iraní, por boca de su embajador en Damasco, ha expresado su esperanza de que Mussa siga con vida en una prisión libia (contaría hoy con 82 años), uno de los más destacados desertores del régimen libio ha expresado su temor de que fuera asesinado por Gadafi. Se trata de Abdel Monem al Houni, un coronel retirado que ayudó al dictador libio durante el golpe de Estado que le llevó al poder en 1969 y que hace escasos días se puso del lado de los manifestantes libios que tratan de derrocarle. Houni aseguró que su cuñado, el teniente coronel Najemeddin Yazeji, fue el encargado de transportar el cadáver de Mussa a la localidad sureña de Sabha, donde fue enterrado tras ser asesinado por los agentes de Gadafi. El propio Yazeji, según el testimonio de Al Houni, fue asesinado poco después por espías libios para evitar que jamás aportase información sobre la suerte de Al Sadr.
Gadafi siempre sostuvo que Mussa Sadr abandonó Libia rumbo a Italia, y que fue allí donde se le perdió la pista: las autoridades italianas aseguran que jamás embarcó en el avión que salía hacia Roma. Si se hubiera demostrado que Gadafi estaba directamente relacionado con la desaparición del imán toda la comunidad chií del mundo, y no sólo el Líbano, se habría puesto en contra del libio. Ahora ya da lo mismo: todo el mundo, musulmanes y cristianos, le dan la espalda.