La 'primavera árabe' asienta en Bahrein

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Una mujer ondea la bandera de Bahrein, en Manama. / CJDHB

Las primeras muertes en la revuelta de Bahrein contra el régimen de Hamad bin Issa al Jalifa multiplicaron ayer el descontento y aumentaron el tamaño de las protestas que, tras la convocatoria del día 14 -fiesta nacional con motivo de la Constitución, aprobada en esa fecha hace nueve años- continuaron por segundo día consecutivo en el pequeño reino, el primer emirato del Golfo en contagiarse de la revolución árabe.

Miles de bahreiníes salieron a las calles de varios puntos del país en lo que se consideran las mayores protestas en muchos años. En la capital, Manama, los manifestantes tomaron la céntrica rotonda de la Perla e incluso erigiron algunas tiendas de campaña en lo que se considera un intento de convertir la plaza en el equivalente de Tahrir. “Ya está en manos de los manifestantes”, explicaba a Cuarto Poder Mohamed al Maskati, responsable del Consejo Juvenil para los Derechos Humanos de Bahrein, presente en la protesta. “Mi estimación es que nos hemos reunido 10.000 personas”. Según al Maskati, la manifestación no tiene “líderes, sino que ha sido convocada por un grupo de no alineados, jóvenes que no tienen que ver con la política ni con la religión. Sus demandas son un cambio de régimen, una nueva Constitución, el cese de las violaciones de los Derechos Humanos y una mejora en las condiciones de vida”.

En las imágenes que los propios manifestantes distribuyeron en la red se veía una considerable afluencia de público y escasa presencia policial, de ahí que algunos activistas se precipitasen a afirmar en las redes sociales que la plaza de la Perla está en sus manos. Periodistas presentes en la protesta explicaron que los coches de la policía estaban estacionados a 500 metros de distancia. Entre las consignas coreadas, “queremos la caída del régimen”, “madre, prepara mi ataúd, que voy a liberar mi país” y “éste es el Bahrein real, suníes y chiíes unidos”. Esta última frase alude a la opinión generalizada de que tras las revueltas está sólo la mayoría chií, durante décadas marginada por el régimen suní, algo que ofende a los activistas. “Está siendo caracterizado como una cuestión sectaria, los chiíes queriendo derribar el régimen. Pero no es un levantamiento chií”, explicaba la bloguera Amira al Husseini en declaraciones a Al Jazeera.

Lo cierto es que el ejemplo tunecino y egipcio sumado a la muerte, la víspera, de dos personas ha alimentado unas protestas cuyo sustento -la discriminación de la mayoría chií, casi el 70% de la población, la falta generalizada de libertades, los presos políticos y la ausencia de reformas democráticas pese a las promesas del emir Al Jalifa- estaba presente desde hace años.

El primer fallecimiento se produjo la tarde del lunes, cuando Abdul Hadi Mushaima, de 21 años, pereció a causa de las heridas infligidas por la policía cuando, según el Centro Juvenil para los Derechos Humanos de Bahrein, salió de su domicilio para observar las protestas en su localidad chií de Daih. Su funeral, la mañana siguiente, se transformó rápidamente en otra expresión de repulsa a los métodos del régimen, y terminó siendo reprimido igual que las protestas anteriores. “La policía antidisturbios atacó el cortejo fúnebre que portaba el ataúd del hombre fallecido la víspera. Les atacaron con botes de gas lacrimógeno, balas de caucho y perdigones. Mucha gente resultó herida y fue trasladada al hospital, mientras que un individuo, Fadhel Ali alMatrook, resultó muerto al ser alcanzado por un disparo en la espalda”, explicaba en un comunicado el centro, que aportaba fotografías que corroboraban el uso de munición real contra la víctima.

Según la fundación, “varios miles de personas se manifestaron ante el Hospital Salmaniyya de Daih llevando los restos” de la última víctima, y declararon que “continuarán presentando sus demandas de forma pacífica”. Miles de ellos terminaron su periplo en la Plaza de la Perla, donde se les unieron más manifestantes.

La Plaza de la Perla, durante la protesta de ayer. / CJDB

Las muertes no sólo tuvieron réplica en las calles: Al Wefaq, el principal partido en la oposición, representado en el Parlamento con 18 de los 40 escaños, suspendió su participación en la cámara legislativa agravando si cabe la situación. Uno de los diputados de Al Wefaq, Ibrahim Mattar, afirmó que sólo “es un primer paso. Queremos ver diálogo”. “En los próximos días, decidiremos si seguimos en el Consejo o dimitimos”.

El emir de Bahrein, que hace cuatro días felicitó al pueblo egipcio por su hazaña y anunció la entrega de una ayuda de 2.000 euros a cada familia bahreiní en claros gestos por desactivar las protestas, se dirigió ayer al país mediante una corta alocución, retransmitida por la televisión nacional, en la que pidió disculpas públicas por los acontecimientos, anunció la apertura de una investigación oficial para dilucidar “la muerte de nuestros dos queridos hijos” y prometió animar a los legisladores a sugerir reformas en las leyes para mejorar la situación.

Su discurso en televisión fue la primera constatación en el canal público de la mera existencia de protestas, ya que en los principales medios del diminuto archipiélago no se hace ninguna mención a las marchas comenzadas el lunes, declarado jornada de la ira.

En las redes sociales, los activistas bahreiníes lamentaban el silencio en los medios internacionales y sobre todo el doble rasero del presidente estadounidense Barack Obama, que se ha precipitado a apoyar a los jóvenes iraníes que están desafiando al régimen de los ayatolás en las calles y sin embargo no menciona las manifestaciones del emirato del Golfo, el primero al que se extiende la primavera árabe. Es poco probable que esto suceda, ya que en la permanencia del estatus quo de Bahrein le va mucho a EEUU: el emirato sirve de base para la V Flota de la Armada norteamericana y se le considera un aliado vital en la región.

Otra imagen de la protesta. / CJDHB

El malestar con la dinastía de los Al Khalifa, en el poder desde hace dos siglos, es notoria especialmente desde agosto del año pasado, cuando las reformas anunciadas en 2002 por el emir no sólo quedaron paralizadas sino que sufrieron un grave retroceso con el arresto del líder de Al Wefaq, Abdul Jalil al Singace, a su regreso de Londres, donde había denunciado las violaciones de los Derechos Humanos en las que incurre el régimen. Fue el inicio de una etapa de represión que provocó protestas de menor tamaño, siempre reprimidas por la policía. Se estima que en el pequeño emirato, de medio millón de ciudadanos nativos y otro medio millón de trabajadores, en su mayoría asiáticos, hay detenidos 450 activistas.

Mientras, Yemen celebró ayer su quinta jornada de protesta consecutiva contra la dictadura de Ali Abdullah Saleh, en el poder desde 1978. Miles de estudiantes y activistas se congregaron para exigir el final del régimen frente la Universidad de Sanaa, a poca distancia de la Plaza Tahrir, donde han acampado centenares de miembros de tribus leales a Saleh con imágenes del presidente que amenazan con enfrentarse a los manifestantes. El régimen ha movilizado, siguiendo el esquema egipcio, a vándalos a sueldo con el encargo de agredir a los manifestantes.

El país árabe lleva viviendo protestas desde la revolución tunecina, lo que agrava la complejísima situación que confronta Saleh, otro aliado de EEUU en Oriente Próximo, que hasta ahora combatía una revolución chií en el norte, un movimiento secesionista en el sur y la presencia de Al Qaeda, que aprovecha el caos interno para hacerse fuerte. Para contrarrestar las manifestaciones, que exigen el final de la dictadura y la transición a una democracia, Saleh anunció hace algunos días importantes concesiones, como que no se presentará a unas nuevas elecciones, no modificará la Constitución para quedarse en el cargo de forma vitalicia, no traspasará la presidencia a su hijo y recortará impuestos y aumentará los salarios de los empleados. Sus concesiones más bien han alentado las protestas: ahora, los yemeníes saben que el dictador les teme y no están dispuestos a ceder por más tiempo.

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