Tras casi ocho meses de vacío de poder, Ayad Alawi y el primer ministro en funciones de Irak, Nuri al Maliki, realizan sus últimos esfuerzos para formar un gobierno en base a los resultados electorales del 7 de marzo. En aquellos comicios, la coalición Iraqiya, de orientación suní y liderada por Alawi, obtuvo 91 escaños. Le siguió la candidatura chií Estado de Derecho, de Nuri al Maliki, con 89 parlamentarios. En tercer lugar quedó la Alianza Nacional Iraquí, igualmente chií, con 70 diputados, y el bloque integrado por los partidos kurdos, que, en total, suman 57 representantes.
Durante todo este tiempo, tanto Iraqiya como Estado de Derecho han mantenido intensas negociaciones con las otras dos grandes formaciones para lograr los 163 votos que permiten elegir al nuevo primer ministro en un Parlamento con 325 diputados.
El actual proceso para formar gobierno tiene tres grandes diferencias respecto a los anteriores. La primera consiste en que prácticamente todos los sectores, incluidos algunos que apoyan la insurgencia suní, participan en el juego político.
La segunda estriba en que, de acuerdo con los plazos establecidos para la normalización política, el Consejo Presidencial dejará de tener capacidad de veto sobre la actuación del Ejecutivo. Este consejo, integrado por representantes de las tres comunidades mayoritarias (chiíes, suníes y kurdos), hasta ahora podía vetar las decisiones del Gobierno con el objeto de impedir desequilibrios comunitarios.
La otra gran diferencia es que el nuevo Ejecutivo deberá hacer frente prácticamente solo, con sus propias fuerzas armadas, a la insurgencia, ya que Estados Unidos tiene previsto retirar la casi totalidad de sus tropas en los próximos meses.
El empeño de Al Maliki por continuar al frente del Gobierno ha sido el principal escollo para el avance de las negociaciones, ya que la coalición de Alawi, al considerarse ganadora de las elecciones, reclamaba también el puesto de primer ministro, que adquiere ahora una importancia mucho mayor debido a la neutralización del Consejo Presidencial intercomunitario.
Por lo tanto, las duras negociaciones entabladas a cuatro bandas durante estos meses se han centrado en decidir quién ocupará este cargo y otros puestos clave, como pueden ser la Presidencia del país, del Parlamento y los ministerios “fuertes”, sobre todo Exteriores, Defensa, Interior y Petróleo.
Tras frenéticas reuniones, con pactos que se firmaban y después se anulaban y sucesivos cambios de alianzas, y prácticamente imposible el gobierno de unidad nacional que deseaba Washington, finalmente se han creado dos grandes opciones con similar apoyo parlamentario. La que tiene más posibilidades de dirigir el nuevo Gobierno es la de Al Maliki, que repetiría como primer ministro y que, en estos momentos, contaría con 132 votos en el Parlamento. Al Maliki consiguió un gran triunfo a comienzos de octubre atrayendo a sus filas al Movimiento Al Sader, el más radical de los grupos chiíes, que, con 40 escaños, inicialmente había apostado por Ayad Alawi. Por su parte, el líder de Iraqiya ha pactado el respaldo del Consejo Supremo Islámico, también chií y con 20 diputados, a cambio de aceptar su candidato a primer ministro: Adil Abdul Mahdi.
Ya que ninguna de las dos opciones tiene los 163 parlamentarios que dan la mayoría absoluta en la cámara legislativa, ahora la última decisión ha quedado en manos de los 57 parlamentarios kurdos, convertidos en árbitros de la política iraquí. El bloque kurdo planteó al resto de las fuerzas a mediados de junio un memorándum con 19 exigencias, entre las que destacan celebrar referéndums en los territorios disputados al Gobierno central, la gestión de sus propios recursos petrolíferos y la consolidación de los “peshmergas” (guerrilleros kurdos) como fuerza defensiva del Gobierno Regional con sede en Arbil.
Algunas de estas demandas, sobre todo la reivindicación de la ciudad de Kirkuk, son radicalmente rechazadas por partidos árabes y turcómanos que respaldan la coalición Iraqiya, por lo que las negociaciones entre este bloque y los partidos kurdos han resultado especialmente difíciles. Por el contrario, Maliki parace más predispuesto a alcanzar un acuerdo con los kurdos respecto a este y otros contenciosos territoriales, ya que apenas afectan a zonas de población chií.
La posibilidad de quedar de nuevo marginados por un gobierno de dominio chií, ha vuelto a alimentar el sentimiento de frustración en la comunidad suní. Algunos dirigenes de Iraqiya ya han advertido a los partidos kurdos que, si se les excluye de nuevo del poder, tendrán serios problemas en los territorios que reclaman, habitados también por árabes suníes y turcómanos, y al Gobierno central le han mandado el mensaje de que su marginación echará por tierra los esfuerzos realizados para lograr la estabilidad del país.
Esta frustración suní y el no disimulado abandono por parte del Gobierno en funciones de las milicias awakening ya ha provocado un hecho cuyas consecuencias nadie se atreve a predecir. De acuerdo con algunas fuentes, estos grupos paramilitares que luchaban contra la insurgencia en las provincias de Anbar, Diyala y Nínive están registrando numerosas deserciones de combatientes. Según estos datos, los “desertores” pasarían a engrosar las filas de Al Qaeda para impedir, con una nueva escalada de violencia, otro periodo de hegemonía chií.