Siria también declara su guerra contra el niqab

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Un grupo de mujeres con niqab, en Beirut (Líbano). / Foto: Mónica G. Prieto

Aún duele recordar cómo en 2003, los dirigentes occidentales más implicados en la invasión de Irak nos quisieron convencer de que el régimen de Sadam Husein tenía vínculos con la organización wahabi -una de las ramas más fanáticas del Islam suní- Al Qaeda. Afirmaban que el dictador baazista mantenía una estrecha relación con Osama bin Laden, algo que nunca se pudo demostrar y que, sobre el terreno, sonaba a broma, a contradicción en términos o a pura manifestación de ignorancia supina, ya que el Baaz es un partido laico que impuso un régimen aconfesional donde cabían todas las minorías religiosas, algo repudiable por los extremistas musulmanes de La Base.

En la época de Sadam, un autócrata criminal del peor pelaje, por otro lado, las mujeres no llevaban velo si no era por convicción propia o en todo caso de sus familias, algo de lo que habría que culpar a la tradición y no al régimen político. Las féminas se formaban en las universidades, conducían sus vehículos hasta sus puestos de trabajo, ganaban su sueldo y tenían amplios derechos, muchos más que la mayoría de las mujeres de Oriente Próximo.

Hoy, con la democracia impuesta por Washington que aupó al poder a los religiosos, mucho ha cambiado. Todas están veladas y ocultan sus formas con las vaporosas abayas, y la mayoría han abandonado el coche y el trabajo por miedo a ser perseguidas por los radicales. Ahora el matrimonio de conveniencia -una forma de prostitución encubierta- se ha restablecido y las iraquíes han perdido sus derechos sobre el divorcio o la herencia, entre otros muchos, retrocediendo una eternidad en lo que a sus libertades se refiere.

Todo esto viene al caso para entender la última decisión de otro dictador islámico de la región -según el discurso oficial de Occidente-, el presidente sirio Bashar al Asad. El régimen del líder alauí ha decidido prohibir el niqab -velo integral- entre estudiantes y profesoras universitarias para proteger la identidad secular del país, alegan sus oficiales . “Hemos dado instrucciones a todas las universidades para que impidan registrarse a las mujeres que visten niqab”, ha explicado una fuente oficial a la agencia France Presse. El mes pasado, 1.200 profesoras veladas fueron expulsadas de las aulas, acusadas de promover el uso de esta prenda, para algunos símbolo del intregismo islámico.

La decisión también implica desplazar a las maestras que usan niqab en los colegios públicos a puestos administrativos lejos de las miradas del público y, sobre todo, de la nueva generación, pero no afecta a los velos, un elemento común en un país de mayoría suní donde la religión suele interpretarse de puertas para adentro. Todo un mensaje hacia el exterior (en Siria no hay lugar para el extremismo islámico) que ya se aprendió en el interior con sangre en el pasado, cuando el padre del actual rais, Hafed al Asad, emprendió lo que se ha descrito como “el ataque más mortífero llevado a cabo por cualquier gobierno árabe contra su propia población en el moderno Oriente Próximo”. Ocurrió en febrero de 1982, cuando el Ejército sirio bombardeó la ciudad de Hama para reprimir una insurreción de los Hermanos Musulmanes que cuestionaba el futuro del régimen baazista sirio. El reputado analista británico experto en Siria Patrick Seale afirma en su libro Asad, la lucha por Oriente Próximo que el balance de víctimas osciló entre 5.000 y 10.000. El think tank norteamericano GlobalSecurity apunta mucho más alto sin dar ninguna referencia: entre 7.000 y 40.000 muertos. En Pity the Nation, el veterano Robert Fisk cita como máximo balance 20.000 muertos.

En cualquier caso, el hijo de Asad comienza a verse en similar tesitura no sólo gracias a los odios granjeados por aquella matanza entre los devotos sirios -suníes, que no chiíes como la minoría alauí que los gobierna- sino, sobre todo, por la invasión del vecino Irak. Su país trata de ser convertido por muchos extremistas en terreno de paso hacia el yihad, y las traumáticas experiencias de los refugiados iraquíes que han encontrado asilo en su territorio -un largo millón de personas- avivan el sentimiento religioso.

Los tiempos han cambiado, y el Oriente Próximo de los años 50 donde los movimientos laicos y marxistas-leninistas proliferaban se ha transformado en terreno propicio para la guerra santa. Ahora, el antes secular Irak se ha llenado de niqabs, como ha ocurrido en Egipto o en Gaza y está ocurriendo en Jordania o el Líbano, donde el velo integral convive con las minifaldas. Toda una demostración de que los errores occidentales en Oriente Próximo y la represión de los regímenes internos extienden el Islam más conservador de forma alarmante.

Siria coincide con su decisión con otras similares adoptadas en Europa, solo que le granjeará renovados odios entre las organizaciones islámicas radicales que tiene en casa. El problema no está en Francia, en Bélgica o en España, donde la presencia de niqabs o burqas es casi anecdótica. El problema es que cada bombardeo indiscriminado norteamericano, ruso o israelí sobre una población musulmana -ya sea Pakistán, Chechenia o Gaza, por nombrar algunos ejemplos- multiplica la devoción religiosa mal entendida entre muchos como respuesta hacia la violencia. Eso se transforma en opresión y oscurantismo, en niqabs y burkas, pese a que el Corán en ningún momento exige a la mujer cubrir su cara. E, incluso en regímenes laicos como el sirio, donde se persigue el fanatismo y se promueve el laicismo, se extiende su uso.

Para el bloguero norteamericano asentado en Siria Joshua Landis, el niqab es reflejo “de una brecha creciente en Siria: hay una clase social saludable y ostentosa que hace dinero y viste ropa europea”, señala. “Es casi inevitable que se produzca una reacción violenta. La cuestión es si encontrará como vía de expresión el radicalismo islámico”.

Es difícil saber si la prohibición de los velos integrales es la solución al problema, como apuntaba Ammar Qurabi, miembro de la Organización Nacional de Derechos Humanos, citado por el diario emiratí The National. “El secularismo significa tolerancia y prohibir a profesores por llevar el niqab contradice esa idea. El secularismo debería salvaguardar el derecho a llevar puesto lo que quieras, es un asunto de libertad personal”.

La decisión del régimen alaui no tiene precedentes entre sus vecinos -con la excepción turca, donde ya se prohibió el velo integral en las universdades- y resulta improbable que el ejemplo cunda en la región. Pero el hecho de que sea una decisión en pos del laicismo y en línea con las políticas de algunos países europeos no exime al presidente sirio de un hecho innegable: presidir un régimen dictatorial donde las libertades individuales son oprimidas. Un buen ejemplo es el balance de Human Rights Watch acerca de la década en el poder que acaba de cumplir Bashar al Asad: nada esperanzador.

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