«El peor error de los medios tradicionales es preferir aliarse con anunciantes gordos que con la noticia»

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Pablo Herreros, durante la presentación de su libro 'El poder de las personas'. / Archivo personal

Activismo online, movimientos ciudadanos contra determinadas decisiones de gobiernos o empresas o cambios en la forma en la que se relacionan y comunican los usuarios en Internet son algunos de los temas que centran el hilo conductor de "El poder es de las personas", el libro que Pablo Herreros, periodista y bloguero, acaba de presentar en Madrid. En él se analiza cómo la llamada web social, en la que blogs y redes sociales asumen un papel principal, ha traído un tablero de juego en el que sus actores (todos nosotros) pueden influir de una manera decisiva en la adopción de ciertas medidas gubernamentales o avaladas por grandes corporaciones.

– ¿Qué te llevó a escribir un libro como éste?

– Llevaba 20 años asesorando a empresas en su comunicación y en los últimos 3 años recibí propuestas de tres editoriales distintas. Con las primeras dos, de las más grandes, me resistí, pero la tercera, una editorial pequeña (Léeme Libros), me convenció y me creó la sensación de que nunca tendría mejor socio para esta aventura. ¿Por qué ahora? Porque sentí que los últimos cinco años dedicado día y noche a la comunicación online y a mi experiencia como bloguero no se iban a repetir: es ahora el momento de mi vida en que más sé de todo lo que está pasando en la web social, un fenómeno que marcará nuestras vidas.

– Dame tres razones por las que hoy el poder es de las personas

– Una: La web social lo está cambiando todo: ya no son sólo medios y políticos quienes marcan la agenda de la actualidad, pues ahora también lo hacemos los ciudadanos

Dos: Internet es el pegamento que nos hace poderosos: juntos salvamos vidas (Emilia la de los pañales, David Reboredo…) y conseguimos parar desahucios y obligar a echar atrás decisiones de gobiernos.

Tres: Hemos pasado de la era de la estética a la de la ética: sólo se acepta la transparencia, y quien no pueda demostrar algo, no puede ya comunicarlo con éxito.

– El activismo al que aludes en el libro y que defiendes todos llevamos dentro ¿se nace con él o se construye a lo largo del tiempo?

– Se nace y se construye. A mí me llevaba mi madre de pequeño a la fiesta del PCE y veía a mi padre en la cárcel por luchar desde el Ejército para traer la democracia a España en tiempos de Franco; siempre hice activismo de una u otra forma (ya en la facultad luché para que castigaran, como hicieron, a un profesor que intentó editar un libro propio con textos escritos por nosotros, sus alumnos). Pero muchos nacen al activismo cuando ven que funciona y se ven inmersos en una injusticia que quieren cambiar. ¿Por ejemplo? Isabel de la Fuente, madre de Cristina del Arce, fallecida en el colapso del Madrid-Arena, se convirtió en activista a raíz de lo de su hija y ha conseguido que ya se esté cambiando la Ley de Espectáculos para que no haya tragedias como aquella. Otro ejemplo es Elena Alfaro (la luchadora para que los colegios presten libros de texto y se abaraten sus precios) o la joven Laura Zornoza, que se hizo activista cuando los dejaron sin becas Erasmus…

– Que Internet ha cambiado las reglas del juego es totalmente cierto, pero ¿no crees que a veces se magnifica el poder que los ciudadanos pueden tener en un momento dado a través de Internet y, especialmente, a través de las redes sociales?

– Sí, claro. El poder es de las personas contiene una verdad (sí que provocamos cambios gracias a la Red) y una mentira, que en realidad es una reivindicación: el poder sigue siendo de los de siempre, que tienen muchos más barcos y más grandes que los de los ciudadanos de a pie. Pero tenemos que hacer que esos barcos, que están usando para pegarse juergas a nuestra costa y fuera de todo control, vuelvan al puerto porque son nuestros. Y en todo caso, tenemos que luchar mentalmente y con nuestros actos diarios para que nos devuelvan el poder que han usurpado de forma torticera. Nunca nadie consiguió nada que antes no hubiera soñado.

– ¿Qué ingredientes debe tener, a tu juicio, un buen activista online?

– Hay que ser perfeccionista, transparente, tienes que emocionar y comunicar bien, tener sentido del humor (que es un arma de destrucción masiva), saber convertir tu causa en la causa de todos, estar dispuesto a propiciar que otros se apunten medallas si eso facilita el triunfo de la causa, y tener tranquilidad y madurez para aguantar la presión cuando te sitúen bajo el foco y te intenten desestabilizar.

– En el libro te muestras muy crítico con los medios tradicionales, ¿cuál es el peor error que han cometido en este nuevo tablero de juego, no saber adaptarse a él o tratar de luchar contra las nuevas reglas?

– El peor error ha sido creer que su posición de privilegio no se iba a destruir tan rápido. La prepotencia. Y sobre todo, preferir aliarse con instituciones y anunciantes gordos antes que con la noticia. Una vez hechos los favores de tapar los escándalos y favorecer a anunciantes (especialmente, los institucionales), los lectores ya no volverán a confiar en esos medios.

– Para ti el blog es una herramienta esencial para construir una marca personal y así poder influir, ¿qué debe tener un buen blog?

– Frescura, opiniones auténticas, buenas imágenes y un contenido diferente y único. Tiene que tener un tono cercano y enganchar por su originalidad de contenido y planteamiento. Eso tan fácil y tan difícil como que en ese blog se cuenten historias.

– Y en las redes sociales ¿cómo se debe actuar? ¿para qué deben servir estas plataformas?

– Con naturalidad, pues ser uno en la vida offline y otro en la online es la peor decisión. Hay que ser prudente: como dice Pascual Drake, "nunca publiques nada que no estés dispuesto a ver convertido mañana en noticia de periódico a cuatro columnas". Suena extraño pero al conductor del Alvia de Santiago le pasó, como cuento en el libro, que un comentario irrelevante suyo con amigos en Facebook ocupó portadas y le hundió la imagen de forma injusta. Cada uno puede usar las redes sociales para lo que quiera, pero yo apuesto por que sean tu lugar de aprender cosas, el de hablar con gente y crecer, reír, denunciar, vender -¿por qué no…?-, etc. Ésto último lo matizo, claro: si vas a las redes sociales a hablar de tu libro, lo llevas claro… Otra cosa distinta es que si compartes miles de contenidos, de vez en cuando puedas vender tu burra, cosa que se admite. Lo que no se perdona es la actitud de sólo implicarse para pedir y nunca dar nada, como hacen algunos políticos cada cuatro años.

– El último capítulo lo dedicas al caso de la Noria, ¿qué has aprendido de él? ¿Te has arrepentido en algún momento de haber actuado como lo hiciste (lo digo por las consecuencias)? En definitiva, ¿valió la pena?

– He aprendido que sí podemos cambiar las cosas. Juntos somos mucho más que la suma de todos, somos más poderosos de lo que imaginamos. En aquel caso, cientos de miles de personas se mojaron para salvarme de una querella que podía haberme arruinado la vida (3 años de cárcel, embargo inmediato de mis bienes, 3,7 millones de euros). Y por supuesto lo pasé mal, pues no era una querella de de la Señorita Pepis (el abogado que la firmaba era el mismo que consiguió que hoy Garzón no sea juez), pero me compensó haber hecho lo correcto. Nunca me he arrepentido y sospecho que tampoco lo habría hecho de irme peor las cosas, pues aprendí de mis mayores que la verdad y los principios son lo primero. Mereció la pena, por supuesto: no podemos dejar que el dinero pueda más que los valores. Y no hablo de ser virtuosos, sino de ser sólo del montón, como somos el 99% de la gente.  Pagar a un asesino para que hable en TV de sus delitos es monstruoso. Por eso, cuando hace tres semanas supe que alguien coqueteaba con pagar por una entrevista a Miguel Ricart, violador y asesino de las tres niñas de Alcàsser, me puse de nuevo en marcha: reabrí la petición en Change.org para que el Gobierno y las cadenas públicas y privadas se reúnan y se comprometan, para siempre, a no pagar a ningún criminal ni a sus allegados por hablar en televisión de sus delitos. Hasta un asesino tiene derecho a que lo entrevisten, pero jamás deberían haber cobrado por ello, y estoy seguro de que pronto conseguiremos que nunca más vuelva a pasar.

Con la derogación de la doctrina Parot van a ser cientos los asesinos y violadores que salgan a la calle, y no podemos consentir que ganen dinero por ir a los platós. Nuestra presión es sensata, buena y necesaria para que por fin las televisiones cierren este tema. ¿Quién nos dice que en unos años no cambiarán de política y veamos de nuevo cómo contratan a criminales para subir su audiencia? Tenemos que hacer que las televisiones no puedan elegir si pagan o no. Los asesinos, violadores, maltratadores, etc., no pueden ganar dinero a costa de pisar a sus víctimas. Que hablen, pero que no cobren. Se lo debemos a las familias de las víctimas y es un cambio bueno para las cadenas (son así soportes sin riesgos para sus anunciantes), a las marcas, a los espectadores y a la propia sociedad en su conjunto. Estoy seguro de que lo vamos a conseguir, pues llevamos más de 127.000 firmas.

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