Sobre la Segunda Guerra Mundial (IIGM) se ha escrito desde todos los ángulos posibles, sus batallas, las consecuencias políticas, el Holocausto... Pero poco se ha investigado sobre sus efectos a largo plazo sobre los que la sufrieron siendo niños. Ahora un amplio estudio con miles de ellos muestra que los chicos que estuvieron más expuestos a la guerra tienen ya de adultos mayores ratios de enfermedades coronarias o diabetes y menores niveles de educación y estatus socioeconómico. Los resultados podrían ser peores si la gran mayoría no hubieran muerto ya.
Cerca de 80 millones de personas murieron en los seis años que duró la IIGM, el 3% de la población mundial de entonces. Fue la primera gran guerra en la que las bajas civiles superaron a las militares. Sólo en Europa, principal escenario, hubo 39 millones de muertos, la mitad de ellos civiles. Sin embargo, el continente europeo se recuperó rápidamente. De sus cenizas nació el impulso de la Comunidad Europea y la recuperación económica fue tan acelerada que los países perdedores, como Alemania, ya tenían un crecimiento per cápita superior que el de los vencedores en 1973. Pero muchos de los niños de entonces aún sufren sus consecuencias.
Investigadores alemanes y estadounidenses han querido descubrir si una guerra tan cruel como lejana en el tiempo aún está haciendo daño. Partieron de los resultados de SHARELIFE, una encuesta a unos 30.000 hombres y mujeres mayores de 50 años de 13 países europeos. Los sondeos de este proyecto analizan la salud, estatus socioeconómico y las redes sociales y familiares de los mayores. Pero en la oleada de 2009, la usada como base para el estudio, los entrevistados también tenían que echar una mirada al pasado y responder sobre su infancia y muchos la pasaron durante los años de la contienda.
Para determinar el grado de exposición a la guerra, el estudio cruzó el origen de cada entrevistado con los mapas de las operaciones bélicas. También tuvieron en cuenta las bajas por países, los movimientos de población producidos, la ratio entre sexos o el PIB anual de los 12 países con entrevistados por el proyecto SHARE. España también está en el grupo, pero los investigadores la sacaron del análisis por la complejidad añadida de haber tenido su propia guerra.
El trabajo muestra una correlación entre la exposición a la guerra y una mayor probabilidad de diabetes adulta (un incremento del 2,6%), depresión (5,8%) o una peor valoración del estado de salud general (9,4%). Aunque los ancianos que de niños sufrieron la guerra más de cerca presentan mayores índices de enfermedades coronarias, la diferencia no es lo suficientemente grande como para tener significancia estadística. En cuanto al nivel educativo, los niños que vivieron en los países centrales donde se desarrolló la guerra como Polonia y Alemania (Rusia y los otros países que formaban la URSS no participan en las encuestas SHARE) tardaron más en acabar sus estudios y, en términos relativos, presentan menor número de licenciados.
La soledad también es más habitual entre ellos. Muchos, en especial mujeres, nunca se casaron. Tiene toda la lógica. Millones de jóvenes en edad de casar nunca volvieron del frente. En Alemania, por ejemplo, de una ratio hombre-mujer de 0,96 en 1939, se pasó a 0,72 tras la guerra. Otro factor que ayuda a explicar su peor estado de salud física y emocional es el altísimo grado de orfandad. En Austria, Alemania y Polonia, una cuarta parte de los niños que tenían 10 años en 1945 habían perdido a su padre. Y crecieron además muy mal alimentados. En 1941, la ingesta calórica de los polacos no superaba las 931 calorías. Al acabar el conflicto, Grecia, Alemania e incluso Holanda sufrieron varias hambrunas. Todo fue sumando.
"Creo que lo más destacable es que existen costes reales de la guerra que perduran hasta una edad muy avanzada también para los no combatientes. Nuestros datos son de 2009, es decir, de 63 años después de la guerra", dice James Smith, investigador de RAND Corporation y coautor del estudio. Esa duración es lo que más ha sorprendido a Smith: "Que los efectos sean tan duraderos y mensurables. Son cosas que pasaron cuando eran unos niños". E incluso antes. Como recogen en su trabajo, publicado en la Review of Economics and Statistics, otros estudios ya han demostrado que un feto desarrollado en situaciones de hambruna nace con cierto retraso cognitivo y físico y, de adulto, tiene mayor tendencia a sufrir enfermedades coronarias.
El estudio muestra también que la guerra tuvo un impacto diferente según la clase social a la que pertenecía el niño. Comparados con los de mayor estatus socioeconómico, los chicos de los estratos inferiores presentan más casos de diabetes adulta (un 3,2% de incremento), acabaron siendo más bajos (1,8 cm. de media) y tienden a sufrir más depresión (2,5 puntos porcentuales) Llama la atención que los más afectados parecen ser los que pertenecían a las clases medias. "Sospecho que la vida para los de menos estatus social habrían sido igual de dura sin la IIGM, mientras que el mayor cambio fue para la clase media. Las clases altas tienen mecanismos más fáciles para escapar de los costes de una guerra", opina Smith.
Puede que algunos porcentajes del estudio no parezcan muy altos. Pero, como recuerdan los investigadores, es muy posible que sus resultados no capturen el alcance real de los efectos a largo plazo de la IIGM. Millones de aquellos niños ya han muerto y puede que muchos lo hicieran antes de tiempo por haber mediado aquella guerra. Como explica Smith: "Hemos mostrado como aquellos que vivieron la guerra tienen peor estado de salud en su vejez. Por tanto, es muy posible que los que la sufrieron tuvieran más probabilidades de haber muerto antes de 2009. Lo que significa que nuestros resultado son subestimaciones de los costes de la guerra".