Psicólogos e investigadores sociales de las universidades de Berkeley y Toronto han realizado una serie de siete experimentos con algo más de 1.000 personas. Partían de una doble hipótesis: los individuos de las clases superiores tienen un comportamiento ético menor que los de las inferiores y, una de las causas principales de esta diferencia, sería su visión más positiva de la codicia o la avaricia.
En su trabajo, publicado en una edición reciente de la revista PNAS, recogen dos razonamientos previos. Por un lado, está la idea bastante asumida de que los miembros de las clases bajas, que se desenvuelven en un medio más hostil y lleno de incertidumbres, están más predispuesto a tomar el camino de en medio, prescindiendo de la ética para superar esta desventaja. La otra idea generalizada mantiene lo contrario. Los ricos, con mayores recursos e independencia, son más irresponsables socialmente. Algunos estudios anteriores ya han desvelado que, a mayor estatus social, menor consciencia de los demás y empatía con sus emociones. Incluso las estadísticas muestran que, proporcionalmente, los acaudalados dan menos a las ONG.
Para comprobar cuál de estas posiciones es más acertada, los investigadores plantearon una serie de ejercicios y predijeron que, dada su mayor disponibilidad de recursos, las personas de clases altas demostrarían en ellos ser menos éticos que los demás.
Los dos primeros experimentos fueron en las calles de San Francisco. En uno, colocaron observadores en un complicado cruce de calles, todas con una señal de Stop. Partieron de la premisa de que la marca y modelo de los coches es un signo fiable de estatus social. Comprobaron que el 12,4% de los vehículos que no cedieron el paso a los que ya estaban dentro, algo obligatorio en el código de circulación de California. Sin embargo, un 35% de los de mayor categoría (los dividieron en cinco) no respetaron la norma frente a entre un 5% y un 8% para los de gama baja y media baja. En la segunda prueba, comprobaron el comportamiento ante los peatones. A medida que el coche era mejor, respetaban menos el paso de cebra. Para el 47% de los de categoría cinco, las rayas blancas parecían no existir.
Después siguieron con otros ensayos, ya en su laboratorio. En la tercera prueba, 105 estudiantes leyeron varios escenarios en los que el protagonista conseguía algo de forma ilegítima y se les preguntó que harían ellos. La clase social volvió a predecir la tendencia a tomar decisiones no éticas. En el cuarto, tras pedirles que se auto colocaran en la escala social para vincularles emocionalmente con su clase, se les puso a realizar tareas para despistarlos del objetivo real del experimento: les pusieron delante una bolsa de caramelos y, aunque se les dijo que eran para un grupo de niños, se les invitó a coger los que quisieran. Los de mayor rango social les quitaron más golosinas a los chavales.
Establecido el hecho, los investigadores buscaron la causa. En la quinta prueba, los participantes tuvieron que actuar como empleadores en una negociación salarial con un candidato a un empleo que buscaba un trabajo de larga duración. Los supuestos empresarios sabían que el puesto sería eliminado en poco tiempo. Aunque la clase social no fue un predictor fiable de la probabilidad de decirle la verdad al candidato, sí lo fue respecto de la visión positiva hacia la codicia. Para comprobar este hallazgo sobre el papel causal de la avaricia, se sometió a otro grupo a un sexto ejercicio. Se les invitó a jugar a los dados en un ordenador, diciéndoles que las puntuaciones más altas tendrían un premio en metálico. Lo que no sabían es que el juego estaba amañado para que no saliera nunca más del 12. Los de mayor clase social fueron más tramposos dando puntuaciones por encima y, de entre estos, los que tenían una actitud favorable a la codicia, aún más todavía.
"En nuestros estudios encontramos que cuanto mayor sea la clase social de una persona, más favorables son sus actitudes hacia la codicia y la búsqueda del propio interés", explica en un intercambio de correos el investigador principal, Paul Piff. "Por ejemplo, tienden a apoyar declaraciones que mantienen que la persecución del propio interés sobre el bienestar de los otros es moral. Estas actitudes más favorables hacia la codicia es lo que incentiva las tendencias no éticas entre los individuos de las clases superiores", añade.
En el último experimento comprobaron parte del endiablado mecanismo que relaciona estatus con inmoralidad. Tras bombardear a la mitad de los participantes con las bondades del egoísmo y la codicia, comprobaron su actitud ante situaciones rechazables en el trabajo, como meter la mano en la caja, recibir regalos como soborno o subirle el precio a los productos de forma abusiva. Esta vez vieron que la clase social seguía siendo un buen indicador de comportamiento inmoral pero también que los individuos de clases inferiores reeducados en los valores positivos de la codicia se comportaban igual que los ricos.
"Nos encontramos con que a medida que la gente se mueve en la escala social, se vuelven más centrados en sí mismos y priorizan su propio bienestar sobre el de los demás. Hay muchas razones para esto, pero una de las importantes es la tendencia a un mayor egoísmo e independencia de los que ocupan los peldaños más altos de la escala socioeconómica. Incluso los individuos de estratos inferiores a los que se les hace sentir ricos de forma temporal parecen aumentar sus tendencias contrarias a la ética, lo que sugiere que experimentar un estatus superior causa realmente conductas inmorales, al menos en nuestra investigación", explica Piff.
Esta idea de Piff, que también destaca en su trabajo, señala la posible existencia de una dinámica de autoperpetuación en el que a medida que una persona escala socialmente, cada vez prioriza más sus propios intereses y, a su vez, el mayor egoísmo lleva a un aumento de la conducta no ética. Esto le lleva a más riqueza y estatus en la sociedad y vuelta a empezar.
"Sin embargo, creo que este patrón se puede frenar, por ejemplo, poniendo el foco en el valor de la cooperación, incrementando la sensibilización hacia el bienestar de los demás", apunta Piff, que recuerda que el propio interés no es necesariamente malo. "De hecho es una de las grandes motivaciones humanas pero, cuando el propio interés es el valor dominante en detrimento de otros valores y se le deja sin control, puede tener efectos sociales perniciosos".
Estos experimentos me parecen una broma.
No hacían falta estudios: ya sabemos todos que los ricos son mala gente… salvo que sean progresistas…