Si la ética no está en el ADN del capitalismo, en los países donde éste es más primitivo, ni siquiera el derecho a la salud consigue moderar el apetito por los beneficios. La malaria se llevó por delante en 2010 a 655.000 personas. Contra ella no hay vacuna, solo medicinas que mitigan sus efectos más dañinos. Pero la aparición de fármacos falsos en varios países africanos, el continente más afectado, amenaza con inutilizar incluso estas armas contra la enfermedad. La mayoría proceden de China, donde se han convertido en un buen negocio
El paludismo o malaria es una afección provocada por microorganismos de la familia Plasmodium. Este parásito acaba dentro del cuerpo de los vertebrados como el hombre mediante la picadura de mosquitos del género Anopheles, que actúa de vector. Según el último informe de la Organización Mundial de la Salud (OMS), la enfermedad es endémica en un centenar de países, con especial incidencia en el África subsahariana, el sureste asiático y zonas de América Latina. Lo peor de todo es que, de los 216 millones de enfermos de paludismo en 2010, el 85% era menores de cinco años, debilitando el futuro de esas sociedades.
A falta de una vacuna eficaz, las dos únicas armas para combatir a la malaria son los tratamientos contra el Plasmodium, por un lado, y los insecticidas o las mosquiteras para frenar al vector, por el otro. La OMS sostiene que la tasa de mortalidad por paludismo ha descendido un 25% en la última década. Pero su último informe alerta de que estos logros pueden venirse abajo por el desarrollo de resistencias a los tratamientos. Algo que el uso de medicinas falsificadas está acelerando.
Un equipo de 24 investigadores publicó hace unas semanas un estudio en el Malaria Journal que alerta de que el mercadeo con fármacos falsos puede provocar una crisis sanitaria en África. Desde 2002 han estado recogiendo muestras de medicinas en una decena de países africanos. Aunque advierten de que la suya no es una muestra estadística, lo que han encontrado les ha alarmado. Envases con registro sanitario inexistente, píldoras con cantidades inferiores a las terapéuticas o, simplemente, principios activos no indicados para la malaria, como el paracetamol.
Para determinar la calidad o autenticidad de las medicinas usaron todas las tecnologías que se puedan imaginar. Software de Apple para medir el porcentaje de colores en el empaquetado y descubrir así las copias. Técnicas de cromatografía de líquidos, espectrometría de masas o difractometría de rayos X para establecer la composición real. Por último, para descubrir su procedencia, realizaron un análisis de polen y esporas presentes en las muestras, lo que les permitiría situar de forma aproximada el lugar de fabricación.
Uno de los problemas que han descubierto es que muchas de las medicinas son monoterapia. La OMS estableció hace tres años que el tratamiento con artemisina, la principal arma contra el Plasmodium, debería de hacerse combinado con otros elementos para evitar el desarrollo de resitencias al fármaco. Buena parte de las analizadas se vendían con un único principio activo. Pero es que algunas ni siquiera llevan derivados de la artemisina. El análisis de seis ampollas de artesunato en Camerún, por ejemplo, desveló que su ingrediente era la cloroquina, otro elemento en la lucha contra la malaria que por sí solo no tiene capacidad de cura. En la República Democrática del Congo el problema era que, llevando artesunato, la dosis era inferior a la recomendada.
Otra de las monoterapias es la basada en la halofantina. Pues de 18 muestras de Halfan (su denominación comercial) obtenidas de Sierra Leona, Nigeria o Tanzania, sólo 2 eran auténticas y de las 16 falsas, sólo una contenía el principio activo.
En cuanto a las terapias combinadas, las recomendadas por la OMS, el Gobierno de Ghana les proporcionó varias muestras del compuesto artemeter-lumefantina. No tenían ninguno de los dos elementos. El análisis de otro tratamiento combinado, el ACT dihidroartemisina-piperaquina, ayudó a los investigadores a localizar el origen. Tomaron ocho muestras en China antes de que fueran enviadas a África. Cuatro de ellas no contenían los principios activos.
Pero lo interesante es que el análisis biológico desveló la presencia de esporas de un helecho de la familia Cibotina, propio del sur de China. Aparecían tanto en las falsas como en las auténticas, lo que podría indicar que han sido fabricadas las dos en el mismo laboratorio. No es un caso aislado. En las ampollas obtenidas en Camerún había polen de la anea (Typha angustifolia), lo que sugiere que se usó agua de pantanos, "posiblemente del este de Asia", dice el informe. En otras medicinas con artemisina requisadas en Kenia, había polen de la Chenopodiaceae, una subfamilia de las amarantáceas propia del sudeste asiático. En el caso del Halfan, varias muestras contenían polen de semillas de sésamo. Cierto que éste se da en la India, sureste asiático o el norte de Australia, además de China. Pero para los autores, la ausencia de otros tipos de polen reduce las posibilidades al sur de China.
Para los investigadores, de su muestra no se puede establecer la frecuencia de los antimaláricos falsificados. Pero el hecho de que hayan encontrado formulaciones falsas en todos los países analizados es "alarmante". Creen casi inevitable el desarrollo de resistencias que haga que los tratamientos fallen y aumente el número de muertes. Y señalan a China como el Gobierno que más puede hacer por evitarlo.