Es la pregunta que se harán estos días los estadounidenses y muchos otros ciudadanos del mundo. ¿Dónde estabas tú el 11 de septiembre de 2001? La mayoría asegurará recordarlo todo, dónde estaba, qué hacía o cómo se sintió. Durante décadas, la ciencia ha dado pábulo a la creencia. Los eventos más intensos, los percibidos como extraordinarios y cargados de emociones dejan, según creían los científicos, un registro indeleble en el cerebro. Dos investigadores definieron en 1977 este tipo de memoria como flashbulb (algo así como memoria flash o, mejor, recuerdo vívido). Aunque muchos creerán poder recordar con gran exactitud como vivieron el golpe de Estado del 23F o el asesinato de Miguel Ángel Blanco, su mente está jugando con ellos. En realidad, han olvidado o se han inventado más de lo que recuerdan.
Hasta el atentado de las torres gemelas, la idea de R. Brown y J. Kulic de que la memoria flash, excitada por un evento intensamente emocional, permitía almacenar recuerdos de forma detallada, precisa y sin cambios no había podido ser contrastada con un gran estudio. Es una tesis que no se puede corroborar en el laboratorio con experimentos y la mayoría de las experiencias emocionales fuertes, como la pérdida de un ser querido, son tan particulares que no se pueden elevar a categoría. Pero el neurocientífico de la universidad de Stanford, John Gabrieli, y su colega Elizabeth Phelps, de la universidad de New York, vieron la ocasión de contrastarla con el 11S. Días después del ataque movilizaron a varios investigadores de siete ciudades de EEUU (las dos que sufrieron los impactos, la de Boston, de donde salieron los aviones, y otras cuatro) para que recogieran los testimonios de 3.000 personas. Grabaron todo lo que recordaban una semana después de los hechos. Un año después, volvieron a entrevistarles con sus notas en la mano. Investigación que repitieron al cumplirse tres años y que han realizado de nuevo ahora, una década más tarde. Aunque todavía no han publicado sus conclusiones definitivas, ya están dando algunas pistas.
"Claro que la gente era muy precisa en el recuerdo de los acontecimientos generales del 11S, pero es difícil de determinar hasta que punto proceden de aquel día en sí o de las numerosas noticias y discusiones sobre el 11S que vinieron después", dice Gabrieli al servicio de noticias del MIT, universidad donde trabaja ahora. El cerebro hace suyos datos externos y revisitados semanas o años después y los incorpora al relato de la propia experiencia.
Por eso, como cuenta Charles Weaver, experto forense estadounidense, lo primero que hace la policía es separar a los testigos de un evento para evitar que sus relatos converjan. "Los recuerdos flash son casi una ilusión de la memoria, que nosotros creemos que son perfectos, a pesar de que están sujetos a las mismas distorsiones como cualquier otro tipo de memoria ", dice este profesor de psicología de la universidad de Baylor. "Tus recuerdos de grandes eventos no se caracterizan por la precisión, sino por la confianza. Y la confianza es una medida muy pobre de precisión", añade.
De hecho, según los resultados preliminares (al primer y tercer año) del estudio de Gabrieli, los entrevistados puntuaban con un cuatro, en una escala que llegaba hasta el cinco, su confianza en la exactitud de todos sus recuerdos. Sin embargo, los datos les desmienten. Al cabo de un año, su precision al recordar los detalles era de un 67% y, después de tres años, la eficacia de su memoria bajó al 57%. Es previsible que, una década después, haya más invención y olvido que recuerdo en sus cerebros.
El estudio revela una aparente paradoja. La amígdala, localizada en el interior de los lóbulos temporales, tiene un papel clave en los recuerdos: mejora la memoria sobre la base de la emoción y la excitación. Un evento especialmente emotivo estimula la fijación de la información en el cerebro. Pero hay que pagar un precio. Los entrevistados presentaban mejores porcentajes recordando elementos factuales, como dónde estaban o con quién, pero se equivocan o, por decirlo suavemente, recrean con gran fantasía lo que sintieron aquel día. "La gente era menos precisa en el recuerdo de sus sentimientos del momento, con alrededor del 40 por ciento de precisión", sostiene Gabrieli.
El consejo que da su colega Weaver es sencillo: para retener la experiencia personal de un suceso extraordinario lo mejor es apuntarlo en un papel.