Mira que son tranquilas las provincias pequeñas, de eso que los malvados de la capital del reino llaman la España profunda. Pero, quién sabe por qué, en estas fechas navideñas, a la gente se le altera el karma bastante y los incidentes que reclaman la intervención de las Fuerzas y Cuerpos de Seguridad del Estado se multiplican. Intentos de suicidio, broncas familiares subidas de tono y todo tipo de borracheras callejeras que terminan en bronca, hacen de la Navidad una de las temporadas menos agradables del año para un agente de la ley en provincias.
Precisamente, la pasada madrugada del lunes un hombre se atrincheraba en su casa de la localidad de Villalobón (Palencia), tras una discusión familiar en la que se le escaparon un par de tiros al aire con su escopeta de caza. La cosa no hubiese ido a mayores si el señor se hubiese entregado en el acto, pero, en una actitud comprensible cuando se pasa por momentos de ofuscación, decidió quedarse en casa sin querer salir, mientras la Guardia Civil acordonaba la zona y los familiares trataban de convencerlo para que saliese sin males mayores. En ese momento, y ante la seguridad de la existencia de más armas dentro de la vivienda dada la afición del propietario a la caza mayor, el protocolo para este tipo de situaciones indica la actuación de la Unidad Especial de Intervención de la Guardia Civil, que se desplazó desde Madrid inmediatamente. Su servicio se limitó a abrir la puerta con la llave y sacar al hombre sin que éste opusiese ningún tipo de resistencia, según confirmaron a cuartopoder.es fuentes de las FCSE. Pese a ello, en algún artículo en prensa escrita -también en televisión- la operación se presenta como algo parecido a una liberación de rehenes sacada de un mal guión de película de Hollywood. Como un verdadero thriller. La acción policial como objeto de la noticia, y no lo ocurrido en el interior de la casa. Pero no es la aparición de los agentes de una unidad especial de la benemérita lo que nos debe hacer pensar en lo que ocurre a diario en Estados Unidos.
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En la tierra que ilumina Occidente, los hombres y mujeres de esas fuerzas especiales se juegan la vida, de verdad, no por una anécdota, un par de veces el al día. La política de máximos de organizaciones como la Asociación Nacional del Rifle, de armas para todos y que se defienda el que pueda, provoca que este tipo de situaciones, mucho más arriesgadas y complicadas que la que se dió en Villalobón, acabe al año con la vida de un número importante de agentes, criminales e incluso rehenes. Nada tiene que ver con la enajenación transitoria de un hombre normal y corriente en una urbanización de un pueblo de Palencia, que sólo pasó un mal rato que le llevó a tomar una serie de decisiones poco acertadas alterado por la coyuntura. Cualquier parecido con la realidad americana es pura coincidencia, y ganas de darle un toque tremendista a la información. Los hombres de Harrelson no visitaron Villalobón, y aquello no se parecía a ninguna película. Nuestros profesionales no tienen nada que envidiar a los americanos, pero ponen a prueba su preparación en operaciones bastante más arriesgadas e importantes.
Mientras aquí alucinamos en colores con un par de disparos al techo de un señor de Villalobón, en Estados Unidos mueren cada año más de 30.000 personas por disparos de arma de fuego. Un país en el que tener en casa un rifle de asalto AK-47 de fabricación rusa es todo un aval para el reconocimiento social en algunos vecindarios. Una tierra de libertad donde 59 agentes federales, estatales y locales murieron por disparos de armas de fuego el año pasado. Según recoge el diario El Nuevo Herald, "dos agentes en un poblado de Alaska fueron emboscados. Un policía de California y su ayudante cayeron ante un fusil de alto poder cuando intentaban cumplir una orden judicial. Otros dos oficiales fueron baleados junto a una carretera en Arkansas". Parece algo más serio que el incidente de Villalobón, y el tratamiento informativo debe ir acorde con ello. También invita a la reflexión sobre los controles de armas, y la necesidad de hacerlos todavía más duros. Para ello sí debemos mirar al otro lado del charco, y predicar lo contrario en esta materia.
Todos sabemos que la necesidad de vender periódicos nos lleva a la tentación de adornar en cierto modo los textos para que el lector disfrute con la información, y que en determinadas fechas las noticas escasean. La novela policíaca es otra cosa. Por mucho que la falta de costumbre invite a escribir sobre un suceso de este tipo con una prosa parecida a la de Ken Follet, no podemos desviarnos ni un ápice de la realidad de los hechos. El respeto a la salud de una persona que puede encontrarse en una situación psicológica complicada, así como la responsabilidad de no generar una alarma social innecesaria, también deben estar entre las prioridades del periodista. Otra opción es emigrar y trabajar en Estados Unidos, donde siempre podremos escribir este tipo de crónicas a la tremenda, aplaudidas y recibidas con júbilo por muchos miembros del Tea Party y la Asociación Nacional del Rifle. Villalobón no es Arkansas, y a nadie le darán el Pulitzer por mucho que adorne la crónica de una disputa familiar en un pueblo de Palencia.