Los gobiernos tutelados

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José Luis Rodríguez Zapatero, durante la sesión del Congreso de los Diputados en la que se aprobaron, por un voto, las medidas de ajuste. Fotografía: PSOE

José Luis Rodríguez Zapatero vive estos días sus tiempos más duros al frente del Ejecutivo español. Ni aquellos meses en los que la derecha se paseaba por las calles de Madrid un día sí y otro también, clamando contra los gays, el aborto y la venta de Navarra,  llegaron a tocar tan hondo al Presidente.

El mundo, este globito azul que los seres humanos nos encargamos de destruir cada día un poco más, no ha cambiado. Lo que hace un año iba a ser la gran reforma del sistema financiero mundial, meterle las gomas a los especuladores y acotar los márgenes para evitar nuevos desastres, hoy se ha convertido en países incapaces de hacer frente a las exigencias de los que quieren ganar más dinero ya. Aquí y ahora. Sin pausa, y con mucha prisa.

Zapatero tenía una idea. Era en si misma un modelo. En el mejor de los casos, si le hubiesen dejado aplicarla, se hubiese convertido en ejemplo. ¿Por qué tenemos que salir de la crisis a toda velocidad, recortado derechos sociales, si podemos hacerlo un poco más lento, sin que paguen los que no tienen culpa? La mayoría no notaríamos la diferencia, pero los que precisan de la ayuda de todos para paliar una situación comprometida estarían seguros, y no haría falta poner el despido a precio de saldo para crear trabajo. Curiosa forma ésta, por cierto, de dar estabilidad al empleo. Viendo las cifras del paro, no parece que despedir sea muy caro. Da igual. Los que piden con insistencia una reforma laboral no están pensando en los trabajadores. Sólo quieren una señal. Una prueba. Necesitan saber que nos portaremos bien. Que no tendremos tentaciones izquierdistas que nos hagan subir un poco el déficit, por mucho que ese dinero contribuya a paliar situaciones dramáticas. Quieren la prueba de vida de que los Gobiernos, secuestrados en los zulos financieros, siguen cumpliendo a rajatabla los dictados de aquellos que nunca se han presentado a unas elecciones.

La oposición parlamentaria, con el Partido Popular - ¿De Mariano Rajoy? - a la cabeza, centra su problema en el Presidente del Gobierno por diferentes intereses electorales. Cada uno tiene su particular vendetta política dentro de poco, y hacerse la foto junto a Zapatero es garantía para que los votos huyan. Es el reflejo de la bajeza de miras que tiene la política en España, siempre cainita y cicatera con el adversario, mientras el problema al que nos enfrentamos es de una magnitud que debería superar cualquier diferencia para remar en la misma dirección. ¿Quién nos gobierna? Desde las famosas llamadas recibidas por el Presidente, deberíamos hacernos ésa pregunta y no quién ganará las próximas elecciones. Puede que esto último importe ya un pimiento, si desde los famosos mercados se nos impondrá el programa de gobierno. Si aquellos a los que elegimos para que nos gobiernen son gobernados a su vez por otros que nunca han recibido el aval de los ciudadanos. Somos tutelados por el capital y sus nombres propios delegados en los aledaños de la política para cuidar del patio.

Zapatero, con la confianza que le dieron los votantes, asumió la responsabilidad de dar una salida a la crisis económica con su idea de lo que debe ser un país. El único problema es que esos que lo ven todo desde los pisos altos de los barrios financieros no quieren ganar dinero dentro de un par de años. Quieren hacerlo ahora. Necesitan resultados ya. Ni los buenos datos del paro en Mayo serán dique suficiente a su codicia. Para ello pidieron al Gobierno de España las pruebas de que se portaría bien en el futuro. De que las duras medidas necesarias para la tranquilidad de las bolsas se tomarían sin dudar. Así sea. Bajo la amenaza de la tragedia griega, los gobernantes occidentales lloran sus penas y añoran lo que un día fue el mando en plaza que tuvieron para hacer y deshacer. Ese poder que deben volver a pedirnos, a los ciudadanos, para hacer frente a la ofensiva y librarse de las tutelas. Sólo con nuestros votos se puede luchar contra los que no creen en la democracia. Desgraciadamente, ahora sólo miran al teléfono con la esperanza de no recibir la llamada que les convertirá en villanos, pese a sus anhelos de ser héroes.

2 Comments
  1. eva says

    Bonito ejemplo

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