Al Papa le gusta Internet, pero poco

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El Papa Benedicto XVI. Fotografía: Agência Brasil (Licencia CC 2.5 Brasil)

Con la que está cayendo en la Iglesia católica apostólica romana por culpa de los curas con tendencia a ser demasiado cariñosos con los niños, sólo faltaba que el Papa animase a sus huestes a predicar en Internet. Miedo. Esperemos que no sea en Tuenti, por lo que pueda pasar. No le faltó la flema habitual al sumo pontífice para cantar los males que según él nos acechan en la Red, y sin cuya guía espiritual no hubiésemos descubierto jamás. Incluso, como si de una broma dialéctica macabra se tratase, alertaba el sucesor de Pedro sobre la fragilidad de la intimidad en los entornos telématicos. Como si la misma no hubiese saltado por los aires en muchos de los colegios que su entidad gestionaba en el mismo momento que algunos curas descubrían su lado más cruel y perverso. Sin ordenadores ni redes sociales.

El Papa y su Iglesia no entienden la Red, como no comprenden nada de lo que ocurre en el mundo desde hace dos mil años. Por lo menos. Acostumbrados como están a soltar el discurso en lenguas muertas y de espaldas al respetable, es comprensible que la web social sea para ellos un instrumento del demonio, aunque no lo digan de forma explícita. A lo mejor lo es, vaya usted a saber, y estamos aquí todos bailando el agua a Lucifer sin enterarnos. Yo iré cogiendo sitio, por si acaso.

En un entorno en el que las palabras compartir, comunidad o participar son ley, poco o nada tienen que hacer aquellos que comprenden su relación con los demás en una única dirección. Palabra de Dios, amén. Y todos a casa. Pedirle a un cura sumido en la ortodoxia que impone el Vaticano que entienda la web 2.0 sería como decirle que en misa, después de su sermón, tiene que darle la palabra a los fieles, por si alguien quiere decir algo. Mire, padre, es que yo lo de la Santisima Trinidad no acabo de cogerlo. Que no lo entiendo, vamos. Y así todos los domingos hasta encontrar una explicación convincente y dejar el refugio del dogma para pasar al diálogo. Y luego, a echarle otro par de horitas al Facebook, después de catequesis, para contestar a más descreídos con una tonelada de dudas sobre lo del vino y los peces. Que lo repita ahora, dicen. Cáspita, córcholis, y demás juramentos que debe proferir un ministro de la iglesia en ese momento de cruda realidad, llegada en forma de red social.

La nueva Internet está hecha para los que saben escuchar. Las conexiones que forman nuestra sociedad no dejan hueco a los que sólo desean soltar su perorata y reniegan de todo lo que pueda aportarles el contacto con sus semejantes. El Vaticano lleva siglos con los oídos tapados, sólo obligado a quitarse las manos de las orejas cuando la realidad los ha superado tan ampliamente que cualquier otra reacción sería considerada milagro. A lo largo de la historia, han necesitado pasar por la lumbre a muchos personajes ilustrados con tal de mantener su postura en firme ante las masas. Y el que no esté de acuerdo que hable ahora, o calle para siempre. Lo primero implicaba lo segundo en la mayoría de casos. Los muros del Vaticano, y los que tras ellos habitan, carecen del elemento clave para hacer de las relaciones humanas algo duradero y sin imposiciones: Humildad.

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